11 febrero, 2016

Juan José Saer y el relato de la memoria




La patria de un escritor no es sino la infancia y la lengua, señala Juan José Saer (Serodino, 1937), quien hace más de treinta años dio un salto de una provincia ignota de su patria austral al lugar en el que, especialmente para los argentinos, se ha fijado siempre el meridiano de la cultura. Desde este lugar llamado París, Saer el memorioso no cesa de reconstruir el "mundo adentrado" de su infancia: la ciudad de Santa Fe, el enjambre de islas y arroyos, los pueblos costeros en la orilla del Paraná, la llanura con su horizonte circular vacío y monótono que conforman la "zona", el núcleo espacial de su literatura en el que deambulan sus personajes recurrentes. Las narraciones saerianas –siempre capaces de generar nuevas historias, conformando una suerte de "novela total"– parecen así erigirse sobre la base de puros recuerdos que los personajes convocan no ya desde los signos sensoriales –como quería Proust– sino desde de la lectura, como si estas experiencias personales, inciertas, extraviadas en los pliegues de la memoria, necesitaran ser traspasadas, a la manera faulkneriana, por el filtro de relatos de otros y encontrar su lugar en una constelación libresca para poder constituirse, en definitiva, en una historia. Pero no demandemos a los cuentos y las novelas de Saer "aventuras bellas e interesantes" con las que evadirnos de la rutina cotidiana. La suya no es una literatura de diversión conforme a las expectativas del mercado, sino una escritura fuertemente comprometida con su propia búsqueda formal y entendida, en la más pura tradición de Macedonio Fernández, como una "función de pensamiento".
"Escribir –apunta Saer– es sondear y reunir briznas o astillas de experiencia y de memoria para armar una imagen" y sus relatos se obstinan en presentar como interesantes los elementos que habitualmente se consideran laterales, en convertir en anotaciones largas lo que en otra literatura sería una mera ambientación. Su escritura registra de manera muy rigurosa y concede dignidad literaria a las peripecias más cotidianas del hombre: zambullirse en el río, andar y desandar los caminos alrededor de una parrilla de asado, masticar una rodaja de salami, preparar el mate o encender un habano, devienen en largas ceremonias cuando la voz narrativa, semejante a la del Nouveau Roman, movimiento con el que se suele emparentar al escritor argentino, se convierte en una mirada que se desliza como una cámara lenta sobre los escenarios y los gestos de los hombres en descripciones minuciosas y obsesivas.Uno de los principios del "ars poética" saeriana es la negación o la reducción notable de la anécdota; en sus relatos, los hechos escasean y los personajes más que actuar observan y teorizan. Constituye el tema central de sus reflexiones la percepción y el recuerdo –depositario de percepciones del sujeto y casi nunca de hechos o de acciones– únicas instancias capaces de aprehender en la "espesa selva de lo real" las realidades impenetrables que conforman la materia de la literatura: el tiempo, el espacio, los seres, las cosas...¿Cómo acceder a lo real y expresarlo? Este es el punto de partida de la escritura de Saer. La mirada interrogante y obsesiva de sus personajes nunca encarna una pregunta que llegue a desembocar en una explicación ni una interrogación retórica que tenga una respuesta diestramente escondida en su propio discurrir, sino que refleja un modo radical de expresar la incertidumbre. Rechazando el criterio de la verdad que sustenta una realidad que se tambalea, navegando siempre en la indeterminación, Saer propone el reino de la ficción entendida como una "antropología especulativa", una teoría acerca del hombre y su relación con el mundo para, a partir de ahí, hacer que ambos centelleen en cada página. Siendo una antropología no empírica ni probatoria ni taxativa sino tan sólo "especulativa", su narrativa avanza por hipótesis, suposiciones y atribuciones inseguras mostrando las fisuras en la percepción y enseñando la fragilidad de cualquier empresa de conocimiento. Lo hace incluso cuando trata lo más próximo, como el paisaje de la "zona", su zona, quizás porque lo familiar y conocido, lo que con tanta seguridad él denominaría "la realidad", es lo que más debe someterse a las interrogaciones hasta que se desdibuje bajo la mirada incisiva que lo descubrirá como extraño. Entonces nosotros, los lectores acomodados, nos estremecemos al descubrir que nuestras creencias no son tan sólidas, que muchas de nuestras verdades son cuestionables, que las identidades son ilusorias, en definitiva, que lo real puede resultar más real de lo que parece. Sus tramas nunca traicionan el carácter conjetural de esta escritura al no dar lugar a un cierre rotundo, a una solución. En La pesquisa (1994), que lleva el rótulo de novela policíaca, el enigma de los asesinatos ha de quedar irresuelto, como el de la autoría del dactilograma cuya búsqueda filológica emprenden Tomatis, Pichón y Soldi en la misma novela, como la paternidad del hijo de Gina en La ocasión (1986), como el misterio del asesinato de los caballos en Nadie nada nunca (1980). Y es que Saer prefiere imprimir a sus narraciones una creencia en la conjeturabilidad de la literatura, ya que "en un mundo gobernado por la planificación paranoica, el escritor debe ser el guardián de lo posible".El espeso lenguaje saeriano vuelve provisorio el sentido de cualquier experiencia inmediata, difumina cualquier aseveración sobre las franjas de vida que "representa" y pulveriza cualquier certeza acerca de esa materialidad hormigueante de las cosas cuyas imágenes los personajes, a pesar de someterlas a un tormento fenomenológico constante, no son capaces de atrapar sino de manera fragmentaria. El limonero real (1974), Nadie nada nunca o los relatos de La mayor (1976) se encargan de captar esta multiplicidad de imágenes discontinuas de objetos, personas, gestos y posturas, como una serie de diapositivas que no pueden ser reducidas a la conciencia, a la idea, que se resisten a todo discurso inteligible, a todo relato que quiera ser una síntesis significativa.La vida de los personajes saerianos transcurre en una realidad fracturada, desprovista de un criterio de verdad absoluto y firme, donde el sentido de los hechos se pierde en "la pulverización incesante del acontecer". El protagonista de El entenado (1983) –novela que quizás más interés ha suscitado entre la crítica– escribía sobre el ataque de la tribu antropófaga de los colastinés a la expedición de Juan de Solís, descubridor del Río de la Plata:"El acontecimiento que sería tan comentado en todo el reino, en toda España quizás, acababa de producirse en mi presencia, sin que yo pudiese lograr, no ya estremecerme por su significación terrorífica, sino más modestamente tener conciencia de que estaba sucediendo o de que acababa de suceder".Así pues, no sólo los "ausentes" deben echar mano del relato de otro, de una "experiencia imaginaria" o "un recuerdo falso" para reconstruir un acontecimiento, como sucede en Glosa (1985) donde el Matemático, para saber que pasó en la fiesta de cumpleaños de Washington se ve obligado a escuchar las versiones confusas de los que participaron en ella y quienes, "a pesar de contar de los privilegios de la experiencia, no están menos perdidos en la incertidumbre engañosa". El sentido, la existencia misma de un episodio se escapan también a los que lo presencian y quienes, para recuperarlo, deben soñarlo, inventarlo o glosarlo como si hubieran sido ajenos a él. La reconstrucción verídica de un hecho –viene a decirnos Saer– exige necesariamente una cuota de fabulación."De «ese» sábado tengo –reflexiona Tomatis en Lo imborrable (1992)- no un recuerdo sino un relato, compuesto hasta sus detalles más mínimos, organizado según una sucesión lógica, y tan separado de mi experiencia como podría serlo una película en colores –imágenes discontinuas pegadas una después de la otra y a las que una intriga de esencia diferente a las imágenes mismas, y agregada con posterioridad, les suministra, artificial, un sentido."Así la base de nuestras vidas, el recuerdo de lo vivido, no es más que una construcción de la memoria. Ella da un sentido a los presentes inasibles convirtiéndolos en recuerdos y tejiéndoles una intriga. La vida se constituye entonces como un relato y la memoria deviene en un garante no de la realidad sino de la ficción que resulta inherente a nuestras existencias.Dotadas de una gravedad intelectual y un estilo denso y a la vez preciso, las ficciones saerianas –más allá de la verdad concebida como algo extremadamente relativo y frágil, pero no por ello dispuestas a ser una mera literatura de entretenimiento, que bajo la máscara de inocencia artística esconde el rostro vulgar de un producto sobredeterminado por las crudas leyes del comercio de las letras– constituyen el brillante resultado de un descomunal esfuerzo de la conciencia que intenta someter a un diseño coherente el centelleo fragmentario y camaleónico de la experiencia.Valdría la pena que también el lector se esforzara en conocer los recuerdos y vivencias de Tomatis y sus amigos. Dicha amistad le recompensará. Seguro.Agnieszka Bárbara Flisek © Agnieszka Barbara Flisek 2002 agnieszkabarbara.flisek@campus.uab.esAgnieszka Barbara Flisek Licenciada en filología por la Universidad de Varsovia, de la que ha sido también profesora. En la actualidad está cursando un doctorado en la universidad de Autónoma de Barcelona y elaborando una tesis sobre la narrativa de J. J. Saer. Ha sido invitada por diferentes universidades y colaborado con el Instituto Cervantes de Varsovia.
Fuente: www.barcelonareview.com