26 diciembre, 2009

Será el agua

Cuando el pozo mineral
quebrante la hendija,

será el tórrido líquido
de la lumbrera

el que conforme otra alborada
virulenta en lo contiguo.

15 diciembre, 2009

Vedar

Pocos llegan
entre talismanes de palabras

dislocándose en los patios

inquieta la brisa
sube entre sigilos
girando el tizne de las tardes, trazando gotas


el discernimiento se desgaja y ladea su apetencia
mientras los cuerpos a solas y en silencio
se resultan.

09 diciembre, 2009

La vibración de la planicie

En su extrañeza
la silenciosa prelación
comienza a palpitar,
el viejo astro la está observando

singulares campo santo
de exploradoras manos
vacilarán en confiar su nado
a la marea de sus abrazos
que brindarán vigorosos latidos
de tormenta en la llanura.

03 diciembre, 2009

Disidentes

Hay un reincidir de caricias
en los que alguna vez
caminaron hilvanados por sus brazos.
Hoy hacen gradación
y es irregularidad yaciendo con vidrios de esmeril
que miran y alcanzan lo impensado
de un friccionado pensamiento, surgido, quizás, de un error.

28 noviembre, 2009

¿Quién nos traza el rumbo?

Si todo se cumpliera en este momento
no existiría el agua florecida de la aurora
no existiría consumación

la ola no viviría presente
y lo por venir
se amplificaría como los íconos

cilindros monocromos
hacia una conspicua dimensión.

23 noviembre, 2009

Tú, asonada

Matiz insumiso
entendiendo los ojos del alma
donde mora la memoria de los muertos
con sus granos y tallos de tristeza.
Polvillo acorde, todo tu color ecuánime en la médula.

10 noviembre, 2009

Francia llora la muerte de Claude Lévi-Strauss, padre de la Antropología

El etnólogo más influyente del siglo XX y precursor de la ecología, fallece a unas pocas semanas de cumplir 101 años.
Por: Fernando Iturribaria




Francia llora a su mayor pensador del siglo XX. La intelectualidad gala ha quedado huérfana de su figura más destacada e influyente en el mundo de las ideas. Claude Lévi-Strauss, padre de la antropología moderna, pionero del estructuralismo y precursor de la ecología, falleció el pasado viernes o sábado, según las distintas fuentes, a pocas semanas de cumplir 101 años; lo haría el próximo 28 de noviembre.
La noticia fue divulgada ayer por la Escuela de Altos Estudios Sociales y por su editor, Plon, que no precisaron las causas ni el lugar del deceso. El anciano sabio, cuyos restos ya han sido inhumados en Lignerolles (Borgoña), no participó en persona el año pasado en los actos conmemorativos del centenario de su nacimiento dada su avanzada edad.
El etnólogo rehabilitador del pensamiento primitivo, visionario de conciencia universal, nació en Bruselas de padres judíos oriundos de Alsacia que se instalaron en París cuando tenía unos cuantos meses. Catedrático de Filosofía con sólo 23 años, el revolucionario de las ciencias humanas y sociales descubrió su vocación por la etnología al leer 'Primitive Society', obra en la que el estadounidense Raymond Lowie narra sus vivencias en las sociedades indígenas.
En 1935 aceptó un puesto de profesor de Sociología en la Universidad de Sao Paulo y emprendió una larga expedición de meses con su mujer por el Mato Grosso brasileño al encuentro de tribus primitivas. Relató esta experiencia fundacional en el libro 'Tristes Trópicos' (1955), obra maestra que le hizo mundialmente célebre, con un trabajo de campo excepcional y una ingente producción intelectual centrada en el estudio teórico.
Víctima de las leyes antisemitas del régimen colaboracionista con los nazis de Vichy, el nieto por parte materna del gran rabino de Versalles encontró refugio en 1940 en la neoyorquina Fundación Rockefeller, donde trabó amistad con Roman Jakobson. «Yo hacía estructuralismo sin saberlo. Jakobson me reveló la existencia de un cuerpo doctrinario ya constituido en disciplina: la lingüística. Para mí fue una iluminación», solía recordar el pensador, que firmaba entonces como Claude L. Strauss para diferenciarse de la firma de ropa tejana. «Viví varios años en Estados Unidos con el apellido mutilado. Esta desgraciada homonimia no ha cesado de asediarme como un fantasma. Todavía no pasa un año sin que reciba, en general de África, un pedido de vaqueros», se lamentaba.
Lévi-Strauss sentó las bases del estructuralismo antropológico para poner de manifiesto las normas y las leyes rectoras de las relaciones sociales, el lenguaje, la creación artística y unos mitos a cuyo estudio, como relatos estructurantes de la continuidad del grupo y de la especie, consagró buena parte de su vida. Teorizador de las infraestructuras inconscientes modeladoras de las relaciones familiares, en dos discursos memorables pronunciados en la Unesco en 1952 y 1971 demolió las pretensiones científicas del racismo.







Entrevista a Claude Lévi-Strauss

El jueves 24 de abril de 1997, en el suplemento “Cultura y Nación”, el diario argentino Clarín publicó una entrevista a Claude Lévi-Strauss. El entrevistador fue Michel Zlotowski, quien destaca que aunque el antropólogo francés no concede entrevistas, hizo una excepción ya que se considera amigo de la Argentina.
En ese momento tenía casi 90 años y el artículo se tituló “Desencantos de un mito del siglo XX”. Éste giró principalmente sobre la etnología, la función de la tecnología en esta disciplina, el desencanto de la sociedad actual e incluso la ecología y una mirada hacia sí mismo.





M.Z.: – ¿Su campo de estudio no se redujo singularmente desde que usted comenzó a trabajar?

LÉVI-STRAUSS: -Por supuesto, pero ya se había reducido singularmente desde los comienzos de la etnología cuando yo comencé a trabajar. Cuando a fines del siglo XVIII se constituyó una Sociedad para el Estudio del Hombre, uno de los grandes argumentos en su declaración de fundación era que el mundo estaba transformándose con tanta rapidez que pronto las sociedades “exóticas” dejarían de existir. Cuando el año mismo de mi nacimiento (1908), Frazer inauguró en la Universidad de Liverpool la primera cátedra en el mundo llamada Antropología Social, dijo exactamente lo mismo. Esto se remonta a mucho antes. En Montaigne, en el siglo XVI, ya se encontraba la idea de que estas civilizaciones americanas que se acababan de descubrir estaban condenadas a desaparecer. No hay nada de nuevo en esto, y es cierto que nuestros campos de estudio no dejan de limitarse, pero, al mismo tiempo, nuestros métodos de investigación y de trabajo son cada vez más finos y, en cierto modo, esto funciona como una especie de compensación.

M.Z.: – ¿La aparición de nuevas herramientas tales como la cámara digital…cambiará el trabajo de los etnólogos?

LÉVI-STRAUSS: – Cuando yo ejercía en la investigación, el grabador todavía no existía. Nació durante la última guerra. Es cierto que yo tenía entre las manos una pequeña cámara que manejaba como amateur, con película de 8 mm. Pronto la abandoné, porque era necesario elegir entre mirar intentando comprender o ver con el ojo fijo en el objetivo de la cámara para tratar de hacer un buen encuadre. Para mí, el equipo ideal es un cuaderno de notas y un lápiz. Pero debo decir que si tuviéramos aunque sea un cuarto de hora de película hecha en la Atenas del siglo V antes de nuestra era, comprenderíamos más de Grecia que todo lo que se escribió sobre ella desde el Renacimiento…

M.Z.: – ¿La observación no sería más objetiva con la utilización de este material? ¿El hecho de tener que trabajar sobre datos escritos recogidos por otros no dio lugar a distorsiones subjetivas?

LÉVI-STRAUSS: – Pienso que nada cambiaría. El hombre que estuviera detrás de la cámara también influiría, nada más que con su elección: ¿Qué elegiría mirar, que intentaría escuchar? Sería similar, siempre habrá un intermediario humano…

M.Z.: – Usted consagró su vida al estudio de sociedades, como se dice, primitivas. Sin embargo, publicó muy poco sobre las sociedades occidentales. ¿Por qué?

LÉVI-STRAUSS: – …Razones subjetivas… Muchos etnólogos, entre los que me incluyo, se inclinan por sociedades diferentes porque no se sienten perfectamente a gusto en la suya. …Si bien es cierto que para estudiar una pequeña sociedad de Melanesia o del centro de Brasil no tenemos muchos medios de investigación más que ir allí a ver, cuando se trata de sociedades como la nuestra, la observación directa puede aportar muy poco en comparación con lo que la historia y los archivos nos ofrecen… hay que ser historiador… el estudio etnográfico luego podrá agregar pequeños fragmentos… mientras que cuando se trata de sociedades sin escritura y sin archivo, casi todo recaerá en el trabajo etnológico. Esto es cada vez menos así, porque hay pocas poblaciones en el mundo que no hayan sido vistas desde hace treinta, cincuenta, a veces cien o incluso doscientos años. Cada vez hay más archivos que consultar.

M.Z.: – ¿No hay urgencia para las sociedades occidentales?

LÉVI-STRAUSS: – No, no es lo que quiero decir. Siempre existe la misma urgencia, ya que estas sociedades cambian…la sociedad en París, en Buenos Aires, no será la misma mañana.

M.Z.: – Usted pasó su vida estudiando los mitos, las creencias, las religiones. ¿Tiene fe?

LÉVI-STRAUSS: – Nunca experimenté ningún sentimiento religioso, ni siquiera en la infancia.

M.Z.: – ¿Qué remplaza, en usted, el sentimiento religioso?

LÉVI-STRAUSS: – Habría puntos de contacto, diría, pero no serían ni con el judaísmo ni con el cristianismo. Más bien con el sintoísmo. El único sentimiento de lo sagrado que puedo tener, o que puede acercársele, es el que siento por el espectáculo de las especies animales y vegetales, de la diversidad, de la complejidad del mundo, de la belleza de las bestias e incluso de las piedras…

M.Z.: – ¿No hay, a la larga, un riesgo de reducir el pensamiento a un simple fenómeno mecánico, químico?

LÉVI-STRAUSS: – No, sería el mismo tipo de reproche que me hacen cuando me dicen “usted suprime a la persona, suprime el sujeto”. Muchas veces utilicé, y sigo utilizando, la imagen del microscopio. En el microscopio hay una plataforma con objetivos de distintos espesores. Según el espesor que uno elija, en una gota de agua, se ven cosas totalmente diferentes. O bien se ve solamente el agua si uno la mira sin lente, o bien polvillos y sales si utiliza un espesor delgado. Con un espesor más grueso ve pequeñas bestias que circulan dentro y con un espesor mucho mas importante, verá las moléculas de las que están hechas estas pequeñas bestias y las pequeñas bestias mismas ya no existirán. Es exactamente lo mismo en las ciencias humanas, ya sean cognitivas, etnología u otra. Usted elige un cierto espesor. Eso no quiere decir que los otros niveles no existan. Quiere decir que para las necesidades de su investigación, usted hace “como si” no existieran. Y, más tarde, todo eso será reintegrado y volverá a formar un todo.


Fuente: Clarín

05 noviembre, 2009

Trazo del árbol

Con golpe de viento
en el azul oceánico
se postró el trazo del árbol

el retozo epicúreo de la luna
hacia el austro vivo
transitó como una ola entre deslices

desolado en noches como éstas
te supongo cayendo silenciado
a la base de ese mar como una almendra.

24 octubre, 2009

Frágil

Se estacionó en las nubes
y sobre el mirador rotó aquel rumor
deslizando la luz en las centellas.

Y en mí, saltaron miedos,
confusos miedos de la infancia
que reanudan fijados al recuerdo.

19 octubre, 2009

Temprana

Desde la escala de los ángeles
fuera de las banderas de la noche
hay una madrugada que me pertenece.

Inmediato a ella me encuentro
junto a ella me derrocho,
allí, todas las calles, para mí la incuestionable.

04 octubre, 2009

La genuina voz del folklore argentino





Hasta creo haber superado el momento halagador del aplauso para quedarme en la pura alegría del cantar, ahí encuentro yo toda la felicidad.

Mercedes Sosa

19 septiembre, 2009

En este lugar

Una mujer alarga su mano a un niño
consumido en la carencia

los mínimos acopian la mies
y la tierra maldice su desgano.

Nada puedo hacer, éste es mi eje,
las calles en las que circulo e interrumpo

la exagerara soledad halaga, y en la orilla escribe su mareo
que aparta como el río estacionario.

27 agosto, 2009

Otra sinfonía

Sabiendo sin saber,
vislumbrando que en mí residía más de lo que sucedía
circulé las calles en procura de ese otro
que estaba sujetado

y alcancé con asombro mi otra margen revelándome de dorso
otra aurora humedecía de otro matiz la piel
los iguales ojos, y me miré sacudir y arrodillarme
a recolectar poemas infinitos.

14 agosto, 2009

Lo que nunca deberíamos hacer es dejar caer el compromiso y la humanidad de Mario Benedetti en el olvido

Hay personas que alaban a hombres y mujeres que influyeron en sus vidas sin caer en el ridículo del sentimentalismo trasnochado o la exageración. Las hay…pero temo que yo no soy una de ellas. Por desgracia (o por fortuna, quien sabe) cuando me enfrento a un relato o un poema que me sacude por dentro pocas veces encuentro las palabras precisas para rendir homenaje a esa creación: es frecuente que empiece a lagrimear y me falle la voz o me dedique a escribir simplezas que pocas veces hacer honor a lo leído.

Si por algo se van a definir sus poemas es por un acercamiento al habla del pueblo, a lo coloquial y a lo cotidiano, huyendo del retoricismo y el academicismo.
Como digo, es lo frecuente (sobre todo si es lírica) y por ello no suelo escribir sobre poesía: hay que añadir que siempre he pensado que el análisis racional y exhaustivo de cualquier poema hace que éste se deshaga en las manos y pierda cualquier atisbo de la vida que el poeta le inculcó. Por otro lado, ¿en que razón puedo basarme para creer que soy capaz de juzgar el trabajo de un poeta? Más que con ninguna otra creación, la poesía es una labor en extremo delicada que se resiente con el exceso de estilo, de gramática o de figuras retóricas pero que, a la vez, los necesita en su justa medida para acercarnos a los pensamientos del autor. En ese equilibrio se demuestra la maestría: en hacer fácil lo difícil y hacerlo comprensible y cercano. Dotar a cada frase de un sentido más allá de lo escrito. Hablar, antes que a la razón, al sentimiento.

A veces poesía y poetas llegan tan adentro que es imposible resistirnos al deseo de expresar nuestros propios sentimientos sobre aquello que leemos, que recitamos, que secreta o abiertamente amamos. Así me ocurre a mí en este instante que, pese a que me se incapaz de crear un artículo que pueda estar a la altura de la obra poética de mi admiradísimo Mario Benedetti, el dolor por su pérdida me lleva a intentar hacer una crítica (nunca como hasta ahora me había parecido esta palabra tan fea) sobre uno de los libros que recogen sus escritos. He escogido la “Antología poética” que en 2002 publicase la editorial Alianza en su colección de bolsillo. Esta obra era una nueva edición, corregida y ampliada, de la que ya llevase a cabo la editorial en 1984 y que recogía poemas de los libros de poesía editados por el escritor hasta 1981.

En 2002, tras tres reimpresiones, se decidió publicar una nueva edición que recogía los poemas seleccionados por el propio autor entre sus libros anteriores a 1998. Me imagino que el triste fallecimiento del escritor llevará a que aparezcan nuevas antologías y reediciones de sus libros pero, por ahora, me parece que esta antología es una forma muy digna y hermosa de acercarse a la totalidad de su obra poética. El camino es cronológico pero se ha evitado al caminante-lector las paradas en cada título de libro o cada año de publicación. La introducción de Pedro Orgambide, bien documentada y tratada, necesaria en este tipo de libros, también ayuda, pero reclama una cierta formación literaria e histórica que puede no ser plato de todos los gustos. De cualquier forma, el libro es más que recomendable tanto por su calidad en contenidos como por su precio.

Mario Benedetti, hijo uruguayo de inmigrantes italianos, nació en 1920 bajo el amparo de cinco nombres entre los cuales se hallaba Orlando (del cual quizás no tomó tanto la furia como la indignación) y el príncipe de la duda, Hamlet, bajo cuyo amparo desarrolló la reflexión pero no la pasividad. Nacido en un ambiente culto, no llegó a acabar lo que nosotros llamaríamos bachillerato: no me resisto a poner el original nombre de uno de los institutos donde estudió, la Escuela Raumsólica de Logosofía. Después de dedicarse a cosas tan creativas como la supervisión de repuestos de automóviles, llegó con 25 años a la redacción del periódico Marcha, en donde permaneció hasta que en 1974 el gobierno decidió que se fueran con las imprentas a otra parte. Su labor periodística le permite dedicarse tanto a la acción como a la creación literaria y en 1948 surge su primer libro de poemas “Sólo mientras tanto”. Luego vendría la lucha política, el exilio, el retorno, la muerte de su mujer, el adiós.

No voy a hacer un análisis exhaustivo de la obra poética de Benedetti, a la que habría que sumar, para poderlo comprender de forma adecuada, sus novelas (entre las cuales destaca la hermosísima y melancólica “La tregua”), sus ensayos (donde llega a enfrentarse al mismísimo Proust, ¡eso si que es tener valor literario!), artículos y cuentos. Quien quiera adentrarse hasta esos extremos puede acudir a la bibliografía que proporciona la antología reseñada y a los numerosos estudios que se le han dedicado desde fines de los años 80 del pasado siglo, como el número monográfico que le dedicara la revista ANTHROPOS en 1992, el libro de Mario Paoletti “El aguafiestas: Benedetti, la biografía”, publicado por Alfaguara en 1996, o la tesis de 2004 (que pongo por ser el trabajo académico más reciente que he localizado) realizada por Jaime Ibáñez Quintana “La obra poética de Mario Benedetti (1948-1985)”.

Como comentario propio, siempre incompleto, decir que, desde el primer momento, la poesía de Benedetti se caracterizó por la ruptura formal con las tradiciones poéticas sudamericanas, soslayando a Pablo Neruda: si por algo se van a definir sus poemas es por un acercamiento al habla del pueblo, a lo coloquial y a lo cotidiano, huyendo del retoricismo y el academicismo (lo se, lo se, esto es puro lenguaje universitario. Ya lo dejo). Junto con ese acercamiento lingüístico y literario al pueblo se produce también un posicionamiento político que siempre le hará estar con la gente de a pie, identificándose con ella, expresando sus problemas y sus deseos, sus luchas y esperanzas. Puede que para conseguir estos objetivos utilizase todos los recursos escritos a su mano (ya antes he hablado de su genio creativo), pero, sin duda, parafraseando al poeta alemán Novalis (al menos creo que fue Novalis), el jardín donde siempre halló su hogar fue la poesía.

La antología de Alianza se inicia con “Elegir mi paisaje”, donde la nostalgia, característica de tantos poetas noveles, viste ropajes cercanos, no uniformes, con rimas que prefiguran una voz nueva. En “Poemas de oficina”, lo rutinario y monótono de la cotidianidad encuentran alivio en el humor y el amor, destacando “Amor, de tarde” y “Ángelus”, que comienza con el famoso verso “Quién me iba a decir que el destino era esto”.

Siguen los libros “Poemas del hoy por hoy”, donde aparecen lo social y político, y “Noción de patria”, libro del cual no me resisto a señalar un buen número de poemas como “Juego de villanos”, magnífico juego rimado sobre la maldad de la Muerte, “Corazón coraza”, uno de esos insustituibles poemas de amor de Benedetti, o “Arco iris”, delicado poema, sencillo y tierno, que surge de una sonrisa. “Todos conspiramos”, de su libro “Próximo prójimo”, es un poema donde lo social empieza a alcanzar cotas de denuncia pero siempre desde el profundo conocimiento humano, sin recurrir al panfleto ni a los partidismos políticos. En este sentido, de los libros que siguen, y que no enumero por no aburrir, yo, lectora imperfecta, destacaría “Contra los puentes levadizos”, “Muerte de Soledad Barret” y la tremenda y breve “Hombre que mira al cielo” desde donde anhela “que la muerte pierda su asquerosa/ y brutal puntualidad/ pero si llega puntual no nos agarre/ muertos de vergüenza”.

A partir de aquí pido perdón porque los poemas son tan hermosos y tan numerosos que voy a nombrar sólo aquellos que se me han asentado en lo profundo, es decir, tanto en las tripas como en el corazón: “Hagamos un trato”, la imprescindible “No te salves”, poema donde se le pide a la amada un compromiso con la vida y con el mundo para poder seguir juntos; la archiconocida “Te quiero”. La larga, extensa, pero llena de compromiso social y de humanidad a secas “Otra noción de patria”, la sarcástica “Bandoneón”, la hermosa “Defensa de la alegría” y, “Por qué cantamos”.
Lo que nunca deberíamos hacer es dejar caer su compromiso y su humanidad en el olvido y poemas como este tendrían que convencer a cualquiera de ese deber no sólo hacia los grandes poetas sino, simplemente, hacia los hombres buenos.

05 agosto, 2009

Grande hora

Un suspiro de tango
y fue tristeza de noche hecha tapiz

así, en medio de todas sus razones
lánguida de estrellas quiso escalar por sus sigilos

yo la vi
con lo que creo ojos leales

en puntas de pie chocando tiempos
en esa grande hora de inerme soledad.

19 julio, 2009

Momentáneo

Bajó a probar pero el cántaro de agua
era una valija para ella
algo presentido en el rumbo, en la esquela de viaje.

Aquí derrochó la convulsión y atiborró su sed,
aquí lo efímero soñó otras estaciones
y otros prados.

Cuando el amanecer lo insinuó, en sordina
y como había llegado
montó en sus alas.

04 junio, 2009

Secreto

El lugar inexplicable
oye estallar el hielo, rezar la barca

una mano nace de las aguas
y el impasible frío palpita discontinuo

y permanece allí, tan albo el horizonte
y yo, tan cerca de su centro.

24 mayo, 2009

Mi extensión en tus ojos

Detrás de las fronteras
tu borde incrédulo
gesta lágrimas que aleccionan
el destino de otros miedos
¿qué hacer con esos indómitos
retazos de dicha?
¿acaso en las mareas no se descubren
heridas de libertad, y aún de tiempo?

29 abril, 2009

A tiempo

Creo en la integridad de las palabras
e igualmente
en la avería de los deletreos.

22 febrero, 2009

Niño y voladora

Con sus especies pretéritas de mutilar el aire
son un cosmos de burbujeos pilotando

el niño guarda suspicazmente
la independencia del ave

el revoloteo, el juego y la simpleza
la cuota requerida de duplicidades.

13 febrero, 2009

Entrevista a Julio Cortázar Por Alfredo Barnechea


Aunque los lectores han hecho de ‘Cien años de soledad’ su novela preferida, es probable que si los escritores votaran sobre la novela latinoamericana más influyente de este siglo, escogerían a ‘Rayuela’.
Esa novela, y los cuentos de su autor, les abrieron a muchos de ellos las puertas de una lengua libre, de un castellano nuevo, extremadamente creativo e inteligente.
Julio Cortázar subió a un barco en 1951 y abandonó Argentina para siempre. En París, donde residió desde entonces, trabajó al principio básicamente como traductor, mientras hilvanaba una de las grandes obras literarias de este siglo; uno de los frutos felices de ese oficio fue la maravillosa traducción de Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar.
En los sesenta, París volvió a ser una fiesta, esta vez para los escritores de lengua española que convergieron allí. Nacido en 1914 (el mismo año que Octavio Paz y que Camus), Cortázar era una especie de adelanto del ‘boom’. En ese grupo de escritores intensamente políticos, Cortázar fue al comienzo acaso uno de los más apolíticos, y más apegados al puro placer de la literatura. Qué cambió en su vida privada no lo sabemos con certeza, pero lo cierto es que este gran escritor se transformó con el tiempo en un progresista activo, casi ingenuo.
Ya envuelto en esa posición, vino al Perú en 1972, en medio de lo que parecía entonces, para muchos intelectuales latinoamericanos, una atractiva revolución militar.
De todas las entrevistas reunidas en este libro, ésta es la más antigua. Yo tenía veinte años, y hacía mis pinitos en el oficio periodístico, como quizá se note leyéndola. Pero este escritor altísimo, con cara de niño que se comía los años, tuvo la generosidad de darme la entrevista. “Búsqueme en el hotel”, me había dicho. “Pregunte por Monsieur Karvelis” –ya que se alojaba bajo el nombre de su compañera de entonces, Ugné Karvelis. “ Pero después nos lleva al box”. He olvidado la pelea, y quienes iban con nosotros. Pero todavía hoy, veinticinco años después, recuerdo la emoción que tenía cuando subí las escaleras del viejo Hotel Bolívar para conversar con el Cronopio.
Julio Cortázar: Soy un latinoamericano que lo quiso leer todo, saber todo, que ha devorado muchas páginas, pero que también ha cambiado, porque mi vida ya no es la misma de antes. Ahora no puedo leer y escribir exclusivamente todo el día, porque estoy en reuniones, haciendo contactos coordinando otras cosas, no literarias. Me interesa bastante más que antes la política de nuestros países, y eso quita tiempo, viejo.
Ha nacido en Bélgica, casi accidentalmente, el 14. El año 23, en Banfield, prendido de las solapas de su tío, ha escuchado la pelea entre Dempsey y Firpo, el toro salvaje. Ha estado en Buenos Aires, ha sido maestro de escuela de provincias, el 32 pretendió irse a Europa, de pavo en barco, pero no lo logró, se quedó veinte años más en Argentina y cuando se fue de verdad, el 51, ya era demasiado tarde para librarse de Buenos Aires, de Gardel, de la nostalgia de los días primeros. En 1963 publicó Rayuela, una cima de la novela latinoamericana. Después de tantos años ¿Cómo percibe Cortázar su país?
JC: Lo percibo como uno de los países latinoamericanos. La respuesta puede parecer obvia, pero mirándola bien no lo es. He estado alejado físicamente, sí, pero no
en lo que de veras cuenta; pienso que diez libros son una prueba que acaso no podrían aportar muchos de los que andan reprochando a diestra y siniestra el famoso exilio. Buenos Aires me asfixió y fue París precisamente lo que permitió que yo redescubriera una visión distinta de mi país y de Latinoamérica. París –Europa mejor— me abrió un horizonte total, planetario, que yo no tenía desde Buenos Aires. No estoy dando una receta, hablo sólo por mí, pero sé que sin París no hubiera escrito lo que he escrito. Si me hubiera quedado allá, en el pago, mi madurez de escritor se hubiera manifestado de otra manera, seguramente más satisfactoria para los historiadores de la literatura, menos provocadora, agresiva para quienes leen mis libros por razones vitales. Y claro, yo estoy con ellos. No sólo no me quedé, sino que no he vuelto, y sigo creyendo que París es el sitio perfecto para alguien como yo, para mis gustos, para lo que escriba todavía.
La geografía, ilusoria; los mapas, un abusivo invento de las enciclopedias. Allá, Cortázar resolvió que no valía la pena haberse quedado. Pero, de todos modos, hay que estar loco perdido, rechiflado en su tristeza, para decir de una ciudad lo que este tipo ha dicho de Buenos Aires:
JC: Se puede, entonces, seguir andando y desandando, anulando el prejuicio de las leyes físicas, entendiendo y entendiéndose desde una visión y un lenguaje que nada tienen que ver con la historia y la circunstancia. Como si todo fuera alcanzado por un progresivo retorno, miro ahora mi ciudad con la mirada del que viaja en la plataforma de un tranvía, retrocediendo mientras avanza, y de tanto perfume nocturno, de incontables encuentros con gatos y bibliotecas y Cinzano y Razón Sexta y cine continuado, me vuelven sobre todo los tiempos de estudiante, los bares automáticos de Constitución, la calle Corrientes de las primeras escapadas temerosas de los años treinta. Corrientes inconcebibles hoy, con sus orquestas de señoritas, sin cines largos y estrechos y una pantalla neblinosa donde personajes de barba y levita corrían por salones lujosos a pobres chicas con sombreritos y tirabuzones y a eso llamaban películas realistas. Son las rabonas de Plaza Italia con un sol caliente de libertad y pocas monedas, de penumbra alucinatoria del Pasaje Güemes, el aprendizaje del billar y la hombría de los cafés del Once, las vueltas por San Telmo entre la noche y el alba, un tiempo de cigarrillos rubios y tranvía 86, Villa Urquizo y la Plaza Irlanda, donde un breve otoño fui feliz con alguien que murió temprano.
AB: Veinte años en que Julio Cortázar ha vivido en Francia, escribiendo en una lengua y hablando otra. ¿Cómo ha salvado ese problema?
JC: Bueno, tuve suerte, pues luego de ganarme la vida pintorescamente en París aprobé un examen en la UNESCO como traductor free-lance. La traducción exige no perder de vista la lengua madre, y si a eso se suma mi propia tarea de escritor (y de lector omnívoro), los años pasaron sin que mi lengua sufriera. A veces me autopesco un galicismo, pero eso ocurre tanto en la Argentina como en Francia y, bueno, después de todo, eso nunca ha sido tan terrible.
AB: Minucioso, insólito, lúdico, bromista, con una cultura multilateral, casi ecléctica, laberíntico. Muchos creen que éste es el verdadero Julio Cortázar. ¿Está de acuerdo con esa imagen?
JC: Oye sí, te acepto los epítetos, y agrego otros que no son contradictorios sino complementarios: soy profundamente serio, exigente hasta la náusea conmigo mismo,

inconsciente (los temas me vienen de regiones incontroladas por mi inteligencia, apenas mediocre), paradójico (para luchar contra los monobloques ideológicos y culturales), enamorado del rumor del mundo, ciego a los elogios, perdido en una vigilante abstracción de cronopio incurable.
AB: Horacio Oliveira, el personaje de Rayuela, es, digamos, un afrancesado, un hombre entre dos mundos, en busca de un centro. Los datos parecen corresponderse con Julio Cortázar. En cierta manera, Rayuela terminaría en un fracaso, si nos atenemos al itinerario del personaje. Julio Cortázar...
JC: Piano, piano. Ese fracaso de Oliveira, antes que nada, me parece mucho más fecundo que muchos triunfos de esta civilización occidental. Y, después, no es el fracaso de Julio Cortázar, si a eso vamos. Es, en todo caso, el problema, no su resolución. Ya he hablado de mi reencuentro con América Latina, sobre todo a partir de la revolución cubana, de ese no estar aquí y a la vez estar definitivamente.
AB: Hemos oído que escribió Rayuela de un tirón...
JB: Más que de corrido, Rayuela fue escrita a saltos, pues empezó en lo que luego fue la segunda parte, y ésta quedó en suspenso hasta que terminé la primera; paralelamente se fueron agregando los capítulos “teóricos”, los recortes de prensa y las citas de sabios y locos.
AB: ¿Le sucedió lo mismo con sus otros escritos? ¿La preparación es muy larga? ¿Cómo surge en usted la necesidad de escribir?
JC: Me cuesta mucho empezar a escribir. Mucho, porque la preparación de un cuento o de una novela corre subterránea dentro y a su manera; pero cuando arranco de veras me parezco a Fangio, viejo, y no paro hasta que el texto mismo me para la bandera.
AB: Usted tenía treinta y cinco cuando publicó Los reyes. Era una llegada algo tardía, pues sólo un poemario (publicado con seudónimo) lo secundaba. ¿Pero desde cuándo escribe?
JC: Escribo desde los quince años, pero sólo a los treinta me animé a publicar un libro de poemas, firmado con seudónimo. He escrito siempre poemas. Adolescente, creí, como tantos, que mi sensación de extrañamiento anunciaba al poeta, y escribí, los poemas que se escribían entonces y que siempre son más fáciles de escribir que la prosa, a esa altura de la vida. Pero no había para más. Me sorprendí por eso cuando, un día en La Habana, Gianni Toti me dijo que de todo lo que había escrito lo que más le gustaba eran mis poemas. Cuando escribí Los reyes ya era dueño de una técnica, que era hija del rigor. Siguieron los cuentos de Betiario, sobre los que ya no tuve ninguna duda. Pero el noviciado había sido largo y duro. Había que tenerse mucha fe, y a la vez había que apoyarse en una permanente desconfianza en sí mismo. En el terreno práctico, esto debía traducirse en no publicar prematuramente, pecado cotidiano en nuestros países.
AB: ¿Eso sería lo que le diría a un joven escritor que le pide consejos?

JC: Sí, si el consejo es de ese tipo. Si, más bien, quiere saber cómo se escribe, haría lo que del maestro zen: le rompería una silla en la cabeza. Pero la otra recomendación, sí. Fue lo que me pasó a mí. Tiré miles de páginas antes de publicar por primera vez, porque si bien respondían a mis impulsos más hondos, algo en mí era capaz de juzgarlas y saber que no merecían imprenta. Jamás me alegraré lo bastante de haber sido tan duro para conmigo mismo.
AB: Para muchos, escribir es un acto de exorcismo. En su caso, ¿algún cuento o novela ha cumplido esa función?
JC: Una buena parte de mis cuentos han nacido de estados neuróticos, obsesiones, fobias, pesadillas. Nunca se me ocurrió ir al psicoanalista; mis tormentas personales las fui resolviendo a mi manera, es decir, con mi maquina de escribir y ese sentido del humor que me reprochan las personas serias. Entonces, más que un cuento o una novela, es el escribir mismo mi acto de exorcismo.
Y claro debía preguntarle lo de siempre, que por qué, para qué escribe, pero ya ha dicho en otra parte que:
JC: Siempre seré un niño para tantas cosas, pero uno de esos niños que llevan consigo al adulto, de manera que cuando el monstruito llega verdaderamente a adulto ocurre que a su vez éste lleva consigo al niño, y en el mezzo del camino se da una coexistencia pocas veces pacífica de por lo menos dos aperturas al mundo. Mucho de lo que he escrito se ordena bajo el signo de la excentricidad, puesto que entre vivir y escribir nunca admití una diferencia; si viviendo alcanzo a disimular una participación parcial en mis circunstancia, en cambio no puedo negarla en lo que escribo puesto que precisamente escribo por no estar o por estar a medias. Escribo por falencia o descolocación; y como escribo desde un intersticio, estoy siempre invitando a que otros busquen los suyos y miren por ellos el jardín donde los árboles tienen frutos que son, por supuesto, piedras preciosas. El monstruito sigue firme... Y me gusta, y soy terriblemente feliz en mi infierno, y escribo. Vivo y escribo amenazado por esa lateralidad, por este paraje verdadero, por ese estar siempre un poco más a la izquierda o más al fondo del lugar donde se debería estar para que todo cuajara satisfactoriamente un día más de vida sin conflictos. Desde muy pequeño asumí con los dientes apretados esa condición que me separaba de mis amigos, y que a la vez los atraía hacia el raro, el diferente, el que metía el dedo en el ventilador. No estaba privado de felicidad. La única condición era coincidir de a ratos (el camarada, el tío excéntrico, la vieja loca) con otro que tampoco calzara de lleno en su matrícula, y desde luego no era fácil; pero pronto descubrí los gatos en los que podía imaginar mi propia condición, y los libros, donde la encontraba de llano. Pienso en Jarry, en un lento comercio a base de humor, de ironía, que termina por inclinar la balanza del lado de las excepciones, por anular la diferencia escandalosa entre lo sólito y lo insólito, y permite el paso cotidiano a un plano que a falta de mejores nombres seguiremos llamando realidad pero sin que sea ya un flatus vocis o un peor es nada.
AB: Al cabo de tanto tiempo, supongo que tendrá señaladas sus preferencias. ¿Con qué cronopio se identifica más? ¿A quiénes relee con más constancia?
JC: Casi nunca releo la gran literatura, aunque confieso la relectura periódica de Los tres mosqueteros y de mis Julio Verne preferidos. También el Pickwick de Dickens.

En general, me inclino hacia los alienados, hacia los marginales de la literatura. Un Jarry, un Roussel. De una novela quiero que me enriquezca y me transforme, por la vía del sentimiento o del intelecto, pero jamás le pido que me enseñe algo. Las novelas didácticas o las destinadas a vehicular mensajes me recuerdan aquello de dorar la píldora. Además no son nunca entretenidas (véase el realismo socialista) y transmiten penosamente lo que ya se ha dicho en el ensayo. Actualmente leo pocas novelas. Vuelo, sí, a la poesía, porque puede leerse en todas partes, en los cafés y los trenes.
AB: Una vez abandonada la maquina de escribir, ¿necesita librarse de la materia que desarrolla, o más bien continúa dándole vueltas en la cabeza?
JC: Bueno, yo paso días y aún semanas sin escribir, cuando estoy trabajando en un libro. Ahora no me doy vacaciones. Vivo como habitado por lo imaginario, que se superpone a lo que me rodea, lo modifica y lo desplaza. Es un sentimiento a la vez maravilloso e inquietante, un periodo en el que se acumulan las coincidencias, y los encuentros, como si el libro y la realidad exterior se invadieran mutuamente hasta el día –siempre triste para mí— del punto final.
AB: Si bien lo fantástico es una constante de su obra, El perseguidor podría ser el punto de apertura en otras direcciones. Ese cambio, si usted acepta la demarcación, ¿a qué experiencias corre paralelo?
JB: Sí, El perseguidor fue una primera toma de conciencia de una realidad inmediata, histórica, que hasta entonces había estado relegada al telón de fondo para los sucesos fantásticos de mis cuentos. No es por azar que poco tiempo después –y ésas podrían ser las experiencias paralelas— fui por primera vez a Cuba y conocí de lleno la experiencia socialista, con la que me solidaricé. Hasta entonces yo veía personas, individuos encerrados en sus viviendas privadas. El perseguidor, en efecto fue una primera tentativa por aprehender al hombre como historia y destino, como buscador de sí mismo en su punto más alto y exigente.
AB: Esa tentativa prosigue ahora ¿El libro de Manuel es un divorcio con sus cuentos anteriores?
JB: No, El libro de Manuel es una tentativa de recuperar dos niveles hasta ahora paralelos en mí, una búsqueda de convergencia entre mi yo-novelístico y mi yo-histórico, digamos. O sea, incluir todo lo que yo he estado diciendo, políticamente si se quiere, pero en un texto que sea literatura, y que lo sea no al modo de la literatura programada, sino de una literatura sin concesiones fáciles, demagógicas. Será un libro en cierta medida plural, al que podrá accederse por más de un nivel. Hay mucho de documental, de cosas que yo leía diariamente mientras escribía. Un grupo de latinoamericanos viven en París y deciden hacer una serie de acciones, y bueno, hay secuestros y cosas por el estilo. Ahora, el libro no quiere ser un texto dividido en esos dos niveles, sino acceder a un plano superior que los integre, que los haga converger.
AB: La ruptura de la solemnidad, el humor, lo insólito, la búsqueda de una sobrerrealidad, han sido improntas del surrealismo. ¿Qué relación tuvo usted con él y cómo lo juzga ahora?

JC: El surrealismo fue mi camino de Damasco, me arrancó de la sensiblería post-romántica de la Argentina de los años treinta, me enseñó a atacar la palabra, a batallar amorosa y críticamente con ella, a fiarme de lo absurdo y a rechazar la sensatez sistemática, a creer en una esquizofrenia creadora (no son los términos que se usaban entonces, pero los lectores de hoy comprenderán). Después vi anquilosarse poco a poco el surrealismo, convertirse en escuela, casi en Iglesia con André Breton como Papa. Yo, por muchas razones, no calzo con las iglesias. Pero el verdadero surrealismo es indestructible, es una actitud, un modo de conocer que se da diariamente de mil maneras que, por suerte, no son forzosamente literarias.
AB: A menudo usted ha hablado del zen. ¿Qué admira allí?
JC: Para no citar más que una de sus múltiples facetas, admiro en el zen la ruptura de los esquemas lógicos y la prueba de que no son imprescindibles para acceder a determinados niveles de conocimiento. Excelente lección para nosotros, devotos, obstinados esclavos de Aristóteles y Tomás de Aquino.
AB: En su carta a Fernández Retamar, había una frase más o menos así: “Incapaz de acción política, no renuncio a mi solitaria vocación de cultura...”. En mayo del 68, en París, usted participó sin embargo en tomas de locales, y ahora, como nos dijo al comienzo, dedica cada vez más atención a la política latinoamericana. La frase citada ¿sigue siendo válida? En otras palabras, ¿cómo afronta ahora su compromiso político?
JC: Me sigo creyendo incapaz (o si se quiere, poco capaz) de acción política, que para ser realmente una acción debería absorber todo mi tiempo, incluido el literario. Soy y seré un escritor que cree en la vía socialista para América Latina, y que en el plano político emplea los instrumentos que le son propios para apoyar y defender esa vía. Cuando lo creo necesario intervengo en un plano, digamos, directo de acción política, pero me sigo creyendo más eficaz en el de la palabra escrita. Sigo siendo un cronopio, o sea, un sujeto para el que la vida y el escribir son inseparables, y que escribe porque eso lo colma, en última instancia, porque eso le gusta.
AB: Usted va para su país ahora, en un momento bastante crítico de su vida política, y quisiera preguntarle algo relacionado con ella. En su momento, como hicieron tantos intelectuales argentinos, usted rechazó al peronismo. Ahora hay una revaluación del peronismo por esa misma intelectualidad. ¿Cómo lo juzga hoy?
JC: Con una perspectiva de veinte años, una ideología definida, con una autocrítica despiadada. En su momento, en efecto, fui incapaz de distinguir entre Perón y el peronismo, entre el gobernante ambiguo y la formidable toma de conciencia que había desatado sin ser capaz de llevarla a sus últimas consecuencias, o sea, a la revolución. Me alegraré el día en que el termino “peronismo” pueda ser sustituido por otro que exprese mejor, con más verdad, esa larga marcha del pueblo argentino hacia su destino socialista; pero, por el momento, puesto que indica suficientemente el camino, lo comprendo y lo respeto.
AB: Para terminar, discúlpeme una pregunta algo solemne: ¿Cuáles han sido los grandes momentos del siglo XX que ha vivido?

JC: Si no supiera a qué apunta su pregunta, temería que esa solemnidad se viera menoscabada con mi respuesta. Los grandes momentos del siglo XX son de dominio público: la revolución rusa, la derrota del nazismo, la victoria de Vietnam o la revolución cubana. Ahora, los que me han marcado a mí, los que cuentan para mí: la primera radio a galena de mi infancia, el vuelo de Lindbergh, la pelea Firpo-Depsey, la lectura de La condición humana, la foto de Mussolini colgado por los pies y, ya que estamos en lo luctuoso, la tardía pero reconfortante muerte de Harry Truman y de Lyndon Johnson.
Lima, 1971
Del libro Peregrinos de la lengua (Alfaguara, 1998)

03 febrero, 2009

Eventualidad de un verso

Difundirse inhóspito
en la letra articulada
construyendo desdichas ajustadas.

Un sol torpeza feneciendo impuro
ante la blanca yema empecinada.

01 febrero, 2009

Anfitrión

De insectos, parásito del vidrio
del indecente, del manso y el templado.
Solicita lo que el agua
en cristalinas purezas
y ama en llama
las bañadas orillas
las tropicales manos.

12 enero, 2009

Escribir

Escribir como única certeza de nuestras vidas
escribir como gozo, como espejismo
como desayunar pan o saborear vino

sin elevaciones ni bajo posesión
sin retrato de trovador
ni porte de redentor

escribir como cierta vez oí
con la propia sangre
con los órganos y los huesos

con fantasía, sin juramento, sin prejuicio
con lance de manía, con rebelión de retumbo
que no se renuncia a derrochar la palabra proferida

con fango, con rabia, con metal
escribir para nosotros.

08 enero, 2009

Un recuerdo

En los pozos de lluvia
bandoneón y gardenias
atravesando ríos.

07 enero, 2009

Dogma

Todas las tardes cosemos una extensa estría de cruces
muralla de piedra que no asienta
la silueta del temporal

lluvia amarga
lluvia antigua

que desparrama su aliento
sobre los continentes
cae la piel, se desmorona
con la herida áspera de aromas

en cada hombre
en cada voz

¿acaso se difunden gruñidos de sombra
sobre el hueco de la memoria?
se acopian derrumbes para siempre.