23 agosto, 2010

Fogwill: Murió el último maldito de la literatura argentina

Se murió Fogwill. Hay oraciones que ojalá nunca hubiese que escribir. Por ejemplo, que se murió Fogwill. Pero fue así, ayer a las 17 apróximadamente, en el Hospital Italiano, lo mató un enfisema pulmonar. Se murió Fogwill y, con él, una de las fuerzas más originales y ricas de la literatura argentina de los últimos treinta años. Sus restos serán velados hoy en la Biblioteca Nacional, a partir de las 15.

La fundación mítica

Fogwill, el mito, empezó a ser Fogwill con una ecuación casi imposible que le sirvió de pedestal para erguir su propia y controversial figura literaria.
En números, es así: 6 + 12 = 1. Ahora, los sustantivos cuantificados: seis, los días que pasaron entre el 11 y el 17 de junio de 1982. Doce, los gramos de cocaína que Fogwill se tomó durante esos días. Uno, el libro que le salió. Una obra maestra, la primera de varias que lo tuvieron como autor. Los Pichiciegos le puso de título. La cosa fue así, contó él, a cualquiera que se lo preguntó desde 1983: su mamá vivía en el mismo edificio. Bajó a visitarla, la señora miraba televisión y le dijo: “¡Nene, hundimos un barco!”. Y él se encerró y escribió los primeros tres días y corrigió los siguientes y al séptimo podemos suponer que descansó. Se trata de la guerra de Malvinas Los Pichiciegos. La guerra en su materialidad más concreta, la nieve que congela, el barro que se pega al cuerpo, la comida y los cigarrillos que faltan, los límites perdidos entre un bando y el otro en una transa constante de esas cosas indispensables y la deserción: lo único que deja en pie esta guerra son las ganas de sobrevivir un poco más y lo único importante son cosas como ésta:
“Ni los ingleses ni los malvineros, ni los marinos ni los de aeronáutica: ni los del comando, ni los de policía militar tienen un miserable frasquito de polvo químico, tan necesario. No hay polvo químico, nadie tiene.

Con polvo químico y piso de tierra, caga uno, cagan dos, cagan tres, cuatro o cinco y la mierda se seca, no suelta olor, se apelotona y se comprime y al día siguiente se la puede sacar con las manos, sin asco, como si fuera piedra, o cagada de pájaros.”

Así, con una ecuación casi imposible, con una obra maestra, imaginando una tribu de soldados desertores unidos sólo por la necesidad, imaginando esas necesidades en lo más concreto, Fogwill empezó el mito de Fogwill, que tiene atributos varios. Uno de ellos, el de la profecía. Contaba que él escribió la derrota antes de que se anunciara. Contaba que en otro texto auguró el retorno de la democracia al mando de los radicales. Y que apostó plata por Alfonsín cuando todos creían que serían el peronismo y Lúder los ganadores.
Pero antes de que Fogwill fuera Fogwill así, a secas, fue Rodolfo Enrique. Nació en 1941 en Bernal, hijo único y el genio de la familia: a los cuatro leía, a los 16 ingresó en Medicina, de ahí se fue a Filosofía y Letras y de ahí a Sociología, de donde salió a los 23 con el diploma abajo del brazo. Desde ese momento hasta finales de los ‘70, se dedicó a hacer dinero en publicidad. Hizo mucho, contaba. Inventó eslóganes que son tan parte de la cultura nacional como “el sabor del encuentro”.

En 1980 cambió de vida. Tenía 39 años, acababa de publicar su primer libro de poemas, El efecto de la realidad, y ganó un concurso de cuentos de Coca-Cola. Ahí se decidió a ser escritor. Y a ayudar a otros que lo fueran. Fundó una editorial propia, Tierra Baldía, editó a poetas importantes y fundamentales como Osvaldo Lamborghini y Néstor Perlongher, que serían centrales para la literatura argentina que se empezó a escribir diez años después. Un gesto extraño. Es raro que un escritor se dedique a publicar a otros que son mejores que él. Y, en 1980, Perlongher y Lamborghini eran mucho más poetas que Fogwill. Ese es otro de los atributos del mito Fogwill: el de la generosidad con sus colegas. Atributo del que gozaron no sólo Perlongher y Lamborghini, sino muchos otros, como Fabián Casas, Martín Rodríguez, Martín Gambarotta, Sergio Raimondi, Hebe Uhart, Diego Meret y María Medrano, entre muchos otros a los que Fogwill no dudó en apoyar de diversos modos. Como mínimo, elogiándolos públicamente.

Entonces: Fogwill niño prodigio, publicista genial, rico, generoso, editor, cocainómano, Fogwill escribiendo durante la misma guerra la mejor novela sobre la guerra de Malvinas que se haya escrito hasta ahora. Faltan dos Fogwill: el provocador y el presidiario. Porque estuvo preso, acusado de estafa y esa es otra pata de su mito. Fue, también, en 1980: contaba Fogwill que la Secretaría de Información Pública estaba convencida de que sus publicidades televisivas tenían mensajes en contra de la familia y a favor del ERP –del que por entonces no quedaba nada–. Le cerraron las cuentas bancarias y lo procesaron por subversión económica. Con las cuentas cerradas y preso, Fogwill no pudo, claro, pagar sus deudas: entonces terminaron condenándolo por defraudación. Es decir por no pagar sus deudas.

El provocador se peleó con mucha gente: con las Madres de Plaza de Mayo, con Ricardo Piglia, con las campañas a favor del aborto, con Beatriz Sarlo, con el divorcio (él, que se separó muchas veces), con los propulsores del matrimonio gay (el matrimonio es “la institución más mierda que produjo la sociedad contemporánea”, argumentó), con Alan Pauls, con la legalización de la droga (que no se privó de consumir).

Hubo Fogwill polémico, pensando la literatura y empujando a los escritores jóvenes. Hubo Fogwill escribiendo de la mejor. Ojalá siguiera habiendo Fogwill.

Fogwill Básico

Novelista, poeta, cuentista y columnista, 1941-2010. Escribió más de 20 libros, entre ellos: “Mis muertos punk”, (1980), “La buena nueva” (1990), “Una pálida historia de amor” (1991), “Muchacha punk (1992)”, Vivir Afuera (1998), “La experiencia sensible (2001), “En otro orden de cosas” (2002) y “Runa” (2003). Sus “Cuentos Completos” se publicaron el año pasado en Alfaguara.

15 agosto, 2010

Los crueles y los sucios. Osvaldo Bayer

El que ha sido asesino desde el poder queda para la historia. Para él no habrá perdones ni disculpas ni obediencias debidas. En Alemania justo ahora se presenta otra vez el caso de un criminal de guerra. Se trata de Hans Filbinger, nada menos que ex primer ministro de Baden Württemberg. Fue una especie de padre de la patria, después de la guerra. Es conservador, del Partido Demócrata-Cristiano. La gente lo elegía casi por unanimidad cada cuatro años. Hasta que uno de esos investigadores que trabajan día y noche a luz de vela entre los papeles del pasado, sacó de un archivo la radiografía de la actuación nazi del patriarca. Durante la guerra este demócrata-cristiano había cometido un hecho horrible, pleno de traición a los derechos humanos y al verdadero sentimiento cristiano. El señor Hans Filbinger había sido juez militar durante la guerra. Y ocurrió que en el ejército alemán hubo desertores de conciencia. Es decir, jóvenes que se negaban a "matar al enemigo" en el frente. Tiraban el máuser al suelo y se negaban a atacar. Uno de esos jóvenes increíblemente valientes se llamó Walter Gröger. Ya prácticamente se había acabado la guerra, los ingleses hicieron prisioneros a Filbinger y su tropa. De pronto, los ingleses trajeron al campamento de prisioneros alemanes a Walter Gröger, el muchacho que les explicó a los británicos que él era desertor. Los ingleses no quisieron complicaciones y lo mandaron con los otros prisioneros alemanes. Allí Filbinger, aunque ya había terminado la guerra, insistió para que se le hiciera un juicio. Filbinger mismo presidió el ridículo tribunal militar y dictaminó la pena de muerte para el soldado desertor. Precisamente porque Gröger no había abandonado a la tropa porque tenía miedo del frente, sino porque no quería usar su arma para matar a soldados de otro país. Filbinger, una vez aprobada la pena de muerte del pacifista, pidió a los británicos fusiles para la ejecución de Gröger. Y así, en el campo de prisioneros, fue fusilado el soldado por sus propios compañeros, en un acto cruel y sin ningún sentido ya.

Cuando 33 años después, el investigador histórico, que no era otro que el dramaturgo Rolf Hochhuth, hizo publicar su hallazgo, la opinión pública se sumió en el horror de la verdad. ¿Cómo, el tan apreciado primer ministro Filbinger, católico y padre de numerosa familia había hecho eso? Fusilar a un joven soldado cuando ya se había terminado la guerra. Lo había hecho fusilar por "traidor al ejército de la Patria". No era el "ejército de la Patria" sino el de Hitler, del racismo y la muerte. El soldado Gröger no era traidor, era todo lo contrario, se había negado a matar, a ser sirviente de generales asesinos de una guerra imperialista. Todas las simpatías -en 1978, cuando se descubrió la verdad- fueron para Walter Gröger, el valiente, el héroe. La reacción de asco y desprecio fue tan grande que Hans Filbinger tuvo que renunciar, sumergirse para siempre en la oscuridad del anonimato. Cuando es depuesto, el asesino dirá estas palabras terribles: "Lo que en ese tiempo fue Derecho no puede considerarse hoy como injusticia". Primer ministro demócrata-cristiano. Cristiano. Nos imaginamos al soldado pacifista Walter Gröger frente al pelotón fusilador compuesto por sus propios compañeros. Lo mataban por no matar. Con ironía debe haber sonreído con dolor por eso, que lo mataban por no matar.

Y ahora viene la actualización. En estos días el asesino Filbinger cumple 90 años, y las normas de etiqueta estatal señalan que a todo gobernante o ex gobernante que llega a esa edad se le debe hacer un homenaje público, con discursos y música. ¿Qué hacer?

Por supuesto siempre están los buenos ciudadanos que aprueban lo hecho por el ex juez militar. Y para arreglar de alguna manera el entuerto propusieron una reunión donde meramente se dijeran algunas palabras sobre la última actuación política del ex mandatario y rápidamente después sebrinde con una copa de champaña. Pero ya la mayoría de los otros partidos y de la misma democracia cristiana han dicho que no van a concurrir.

¿Qué harían los argentinos ante un hecho así? Votarían a Filbinger. (Me refiero a los argentinos que votan a Bussi, a Patti y a Rico, escuchan Radio Diez y leen los comentarios de Ramos y Grondona.) Un alto porcentaje de tucumanos acaba de elegir como intendente de Tucumán a un asesino cien veces más cruel que Filbinger, el general Bussi. Bussi baleaba en la nuca a prisioneros indefensos. Siempre, un día a la semana, se producían los fusilamientos de jóvenes prisioneros. Y Bussi, el primero, siempre por la nuca. Intendente electo por la nuca. Porque trae seguridad, por eso lo votamos. Una de sus primeras medidas como represor fue arrojar a todos los mendigos, los vagabundos y los disminuidos callejeros a los bosques poblados de ofidios, de insectos del veneno, para que se murieran de infecciones o de hambre. Y Tucumán se quedó "limpio". Con gente bienvivida, consuetudinarios que imitan al general Bussi, el del tiro en la nuca y las cuentas en Suiza.

Viví en mi niñez en Tucumán. Aquel idilio del Aconquija y de la calle Lamadrid por donde pasaban los carros cargados de caña de azúcar. No puedo pensar más en aquellas imágenes azules y soleadas de la que fue mi querida ciudad. Ahora me imagino que esos carros de la zafra pasan con cabezas humanas, todas con un agujero en la nuca. Y un militar con uniforme de general en un auto de lujo que pasa lentamente y es aplaudido por la gente de bien al grito de "Bussi, intendente".

El más cobarde y bajo de los asesinos votados por los tucumanos que durante la dictadura se callaron la boca y tenían siempre en la lengua las palabras "por algo será". Votan al asesino, votan sus crímenes. Tucumán, Tucumán, no puedo creer que por la eternidad vas a llevar ese título de "la ciudad de la independencia que eligió al más cobarde de los asesinos".

La ciudad de Friburgo no quiere levantar una copa por un asesino, nosotros lo votamos. Pero no sólo los tucumanos. Los bonaerenses aplauden al subcomisario Patti y lo votan. Patti, también el del balazo en la nuca y de las torturas. Patti declarado asesino y torturador, hoy candidato a gobernador con posibilidades, y también Rico, el golpista contra la democracia, homicida por ansias de poder.

Tenemos que aprender a ser verdaderos demócratas. Y no lo lograremos votando a verdugos de cuarta. La eliminación de las vergonzosas leyes de Obediencia Debida y Punto Final y los indultos de los uniformados aún puede servir para retomar un largo camino que había comenzado en aquel Tucumán de 1816 y que se quebró con el genocidio roquista y sus aprietes seudolegales y siguió con el infame golpe de Uriburu. Nuestra Constitución y nuestras leyes no deben permitir de ninguna manera los juegos de la muerte a los que se ha entregado una ciudadanía burlada y cobarde.

Nunca más pueden ser candidatos ni los verdugos ni los asesinos ni los golpistas. Aquella fórmula de hacer un golpe y después llamar a elecciones y presentarse como candidato dio resultados nefastos, una serie de golpes posteriores que nos llevaron a la total postración en el ejercicio limpio y valiente de los derechos democráticos.

¿Tendrán coraje civil nuestros legisladores y nuestros jueces para iniciar la limpieza del camino? ¿Podremos hacerlo con jueces heredados de la dictadura y legisladores que votaron o aceptaron las leyes del vale todo sin sentir vergüenza?

Ojalá que los alemanes en el posible homenaje al ex juez militar Filbinger tiren el champaña en el inodoro, y las boletas de voto a Bussi, Rico y Patti sirvan para limpiarse en el mismo lugar.

11 agosto, 2010

La Patagonia sigue rebelde. Osvaldo Bayer

A veces, sin querer, comienza una sonrisa a dibujarse en el rostro de uno. Es cuando una vez más constata que la ética no se rinde nunca. O mejor aún: jamás. A veces pueden pasar siglos, pero sigue horadando en la memoria. Y de pronto, está ahí, frente a nosotros.

Se nos presentó en la Plaza Rodolfo Walsh, de Lamarque, en Río Negro, cuando formamos una larga columna de vehículos de todo tipo. Hacia la estancia El Curundú, que significa nada menos que gualicho de amor, en guaraní. Allí, hace 81 años nacía nuestro querido Rodolfo Walsh. Con nosotros venía Patricia Walsh, su hija. Fue como una cruzada. No íbamos ni en busca de méritos, ni para lograr candidaturas, ni para comprar tierras en un remate. No, íbamos sólo –y esto es lo increíble– acompañados por la ética. Sí, nos gusta repetirlo. Porque íbamos a rescatar la memoria. Ibamos a abrazar el recuerdo del mejor de nuestra generación. Se llamó –se llama– Rodolfo Walsh. Nos encaminábamos a su lugar de nacimiento. A saludar las imágenes de su infancia, a sus personajes reunidos allí. A sus sueños de igualdad, libertad, fraternidad. A murmurar en esa casona, en su galería de tejas y en el patio de ladrillos que él conoció al abrir sus ojos, aquella estrofa sagrada: “Ved en trono a la noble igualdad, Libertad, Libertad, Libertad”. Ibamos a visitar a nuestro Mariano Moreno del siglo veinte. El que enfrentó con la palabra y un revolvito casi de juguete a todas las fuerzas armadas que se cubrían el rostro siniestro con la careta de la desaparición. Dicen los poetas que murió sonriente y con sus manos tan limpias como su mente.

Llegamos a la estancia El Curundú, hoy en poder de una multinacional del comercio de frutas. Por los diarios nos enteramos de que la multinacional nos iba a permitir entrar pero que seríamos custodiados por la BORA, policía especial antimotines de la provincia de Río Negro. Sí, en esas regiones tranquilas de horizontes, soles y paisajes de verde y cielo ahora hay policías antimotines. El miedo que ellos tal vez quisieron imponernos se transformó en nosotros en sonrisa burlona. Pero no aparecieron. Entramos. Nos acompañaba el intendente de Lamarque, historiadores regionales, docentes universitarios y de las provincias de Río Negro y Neuquén agremiados en la Asociación de Docentes de la Universidad Nacional del Comahue, en la Unión de Trabajadores de la Educación de Río Negro y en la Asociación de Trabajadores de la Educación de Neuquén, y gente del pueblo con sus niños. No apareció ni siquiera algún burócrata de oficina de la poderosa empresa a recibirnos. No, nos mostraron su espalda. La palabra “propiedad” está para ellos más allá que la historia, que los auténticos héroes del pueblo, que la moral de la ciudadanía. Formas de nuestra democracia. Pero a nuestro lado estaban las Madres de Plaza de Mayo con sus pañuelos.

Esa galería... Quisimos entrar en las habitaciones, pero estaban cerradas con llave y sus postigos también, para que no pudiéramos ver nada de lo que pasa en esos cuartos que vieron nacer a ese niño y a sus cuatro hermanos. Pero allí, con Patricia, descubrimos una placa donde quedará para siempre la señal de su importancia histórica. Allí y en un acto posterior que se hizo en Lamarque quedó firme el propósito de que esa casa se convierta en un espacio público que permita la difusión de la obra de Walsh, pero más que eso, que sea un centro de la cultura, con su biblioteca y su sala de reunión de delegaciones de estudiantes y obreros de todo el país para el debate de nuestra historia, de nuestro presente, del arte, y de los rumbos de ese algo infinito que es la literatura. La casa es ya hoy patrimonio histórico. Ahora los representantes municipales, provinciales y nacionales tienen que dar el sello de que esa casa pertenece a la comunidad toda y no a un señor o varios señores que viven en Miami.

Volveremos siempre hasta lograr que la historia y la cultura superen el egoísta derecho de la mera propiedad privada de un lugar pleno de sueños y esperanzas. Y antes del viaje a las tierras de Rodolfo, las fantasías de la realidad nos llevaron a presenciar un acto de profunda cultura. En una fábrica de Neuquén. Sí, como en aquellas décadas del pasado obrero de los anarquistas. Estos tenían presentes siempre tres deberes: trabajo, cultura y familia. Y no olvidar, los sábados a la noche, el conjunto filodramático de las Sociedades de Oficios Varios. En Neuquén fue, como no podía ser de otra manera, en Zanon, la fábrica de porcelanas. Hoy llamada Fasinpat, Fábrica Sin Patrones. Sin patrones, como tendría que ser en una sociedad racional. Los obreros hicieron un alto en el trabajo para el espectáculo, pero las máquinas siguieron funcionando, como lo adelantó el obrero que habló en la presentación: “Vamos a abrir este espacio de la cultura con el ruido de las máquinas, es decir, de la música del trabajo para demostrar que esta fábrica abandonada por sus ex dueños seguirá funcionando siempre, y mucho mejor, por cierto, en manos de los obreros”.

Y de repente entran en el amplio galpón seres vestidos de negro en altos zancos. Son los artistas del Teatro de la Calle, que representan la obra Estalla el silencio. Los seres en negro, en zancos y con armas desde arriba, y los jóvenes que luchan por un mundo mejor, de blanco, con libros y volantes. Aparece, también, el amor, en un balcón, con una Julieta que espera y un Romeo que la mira desde abajo con flores y la rodea de versos. Pero de pronto, por el balcón se asoman dos caricaturas uniformadas, siniestras. Uno ordena y el otro obedece a gritos. Se inicia así ya, en el escenario, el fin de la juventud y su amor. Ese fin es patético. Emociona hasta la extenuación total. Los movimientos de la desesperación, de la tortura, la más cobardes de las ferocidades y cobardías. El terror uniformado como método del poder absoluto. La muerte contra la vida y el amor. Un ballet trágico, desconsolador. Pero por la calle ancha aparece una mujer con la cabeza cubierta con un pañuelo blanco. Y levanta un enorme retrato de Julieta, ya desaparecida.

Fin. La emoción sólo permite el silencio. Los actores no salen a agradecer, queda sólo allí la Madre, elevando infinitamente el retrato de su hija.

Ni Chéjov habría podido mostrar así la “muerte argentina”. La desaparición y su “obediencia debida”.

Los obreros se mantuvieron de pie, los demás espectadores no hicieron ningún movimiento. Nadie se movió. Hasta las máquinas parecieron guardar silencio.

De inmediato, el representante de los obreros de Fasinpat habló diciendo que jamás abandonarán esos talleres, donde la voz de las asambleas ha triunfado hasta ahora sobre todos los subterfugios de los ex patrones y de la cobardía de políticos y jueces que recurren al tiempo y al papeleo burocrático para no definirse.

Como vemos, la Patagonia continúa siendo rebelde y busca otros caminos. Por ejemplo la fiesta de los cincuenta años de la biblioteca popular de Cutral-Có. Fuimos a saludar al querido centro de lectores jóvenes que quieren saber más para que el paisaje no les sea robado y la sabiduría les traiga aquella noble igualdad que se canta en el himno.

Y como si fuera poco, la exposición neuquina de la organización H.I.J.O.S., sí, los hijos, pura juventud hoy de sus padres desaparecidos. Exposición de dibujos, carteles, filmes, teatro, música. Todo bajo el título Justicia con vos. Todo para que los jueces no le den la espalda a la verdad, en los juicios que se están llevando contra esas figuras cavernarias de los represores de La Escuelita.

Y volviendo ya para acá, en la Santa Rosa de nuestras pampas criollas, los escritores pampeanos reunidos en largas hornadas: poesía, relatos, novelas, ensayos, todo con el olor a lluvia, a campo y a sol pleno. Nuestras pampas tienen sus relatores. Vale la pena escucharlos, mientras los pocos ombúes que quedan nos observan serios e impertérritos.

Regreso a Neuquén: de pronto una columna interminable, ruidosa y entusiasta rodea la casa de gobierno. Son los trabajadores de la provincia que luchan por sus derechos. Coros de protesta. Me invitan a hablar y comienzo diciendo: “Hoy he visto regresar la Patagonia Rebelde”.

El viajero regresa del Sur con la maleta más llena que nunca. Desensillamos. Miramos hacia el Sur. Hay allá como unos relámpagos que nos informan que allí la vida no se rinde.

09 agosto, 2010

Juan Marichal

El hombre que redescubrió desde el exilio la obra de Manuel Azaña y trabajó por la reivindicación histórica de Juan Negrín, su paisano canario, falleció esta madrugada en Cuernavaca, México, según ha comunicado su hijo, el profesor Carlos Marichal, con quien vivía allí desde hace siete años.
Marichal es uno de los intelectuales más importantes de la España que hizo la diáspora durante la Guerra Civil. Había nacido en 1922, en Tenerife; su familia era republicana; estudió en Madrid, y cuando aún era un chiquillo vivió el inicio de la guerra (que él llamó incivil) en el barrio de Chamberí. El horror de aquellos episodios y el posterior exilio, que inició cuando aun no había concluido la contienda, fueron hechos fundamentales en la formación de su carácter, introvertido y analítico, preocupado siempre por la esencia de su país herido.

En la comunicación de la noticia del fallecimiento de su padre, Carlos Marichal indica que el desarrollo último de la enfermedad fue muy rápido, que don Juan (así le llamaba Carlos y así le llamábamos muchos de los que conocimos a Marichal cuando él era aún un joven profesor que volvía del exilio) apenas notó ese momento grave de la muerte, y que el hijo le encomendó que fuera "a las islas Encantadas", a encontrarse con su esposa, Solita Salinas, fallecida también en Cuernavaca hace tres años. Solita era hija del poeta Pedro Salinas y hermana del editor Jaime Salinas.

Don Juan Marichal fue director del Departamento de Lenguas Romances de la Universidad de Harvard. Como estudioso de la obra de Azaña, que convirtió en un símbolo de la España trasterrada, y también del pensamiento político republicano, consiguió poner en pie un legado que durante las primeras décadas de la posguerra permaneció ennegrecido por las campañas franquistas en contra del que había presidido el Estado hasta 1939.

Del mismo modo, Marichal se empeñó en redescubrir para los españoles la figura de Juan Negrín, víctima de parecidas campañas de desprestigio. Su mala salud, que a principios de la década de 2000 ya fue empeorando, le impidió culminar la que era una de sus iniciativas más importantes como intelectual dedicado a la reflexión política.

Fue también un gran estudioso de la literatura y del pensamiento hispanoamericano, que contribuyó a divulgar en España como ensayista y como conferenciante. En 1968 regresó a España y visitó en Tenerife a quien fue uno de sus grandes y amigos y corresponsales intelectuales en este país, Domingo Pérez Minik, republicano que permaneció en el exilio interior. Los que presenciamos aquel reencuentro podemos dar testimonio de lo que significaba para Marichal el reencuentro con aquellos que aquí mantuvieron el fuego republicano al rojo vivo mientras duraba la dictadura de Franco.

En los últimos tiempos, a pesar de su delicado estado de salud, Marichal no dejó de estar atento a lo que sucedía en España, de un modo distinto, claro está, que cuando observaba este país desde el exilio; ahora se informaba (pedía que le informaran) de todo lo que sucedía, y no perdía la esperanza de volver a residir en Madrid, cerca de aquel lugar donde, a principios de la Guerra Civil, vivió espantado las consecuencias de un odio que, creía él, había sellado la transición.

06 agosto, 2010

Mujeres 1 - Hombres 0. Osvaldo Bayer

En Berlín se dio a conocer la gran novedad: por primera vez en la historia trabajan más mujeres que hombres. Legalmente, con los seguros de trabajo. Una noticia oficial que hasta hace muy poco hubiera parecido una fantasía. ¿Cómo que hay más mujeres trabajando afuera de su hogar que hombres? No, no puede ser. Si el hombre fue y es el sexo fuerte. Pero... sí. Las mujeres son las que ahora ponen el mundo en marcha.

¿Pero esto es bueno o malo para la mujer? Las feministas dudan. Lo único que faltaba: las mujeres ponen en marcha el hogar, crían los hijos y ahora, además, traen el sustento.

Porque, claro, la pregunta es: ¿qué clase de trabajo hacen? ¿Los de arriba o los de abajo? ¿No será esto un paso más en la explotación de la mujer? Ya hemos visto, ahora es soldada y en Estados Unidos hasta la han empleado como torturadora.
Sí, sin duda alguna: es un paso más en la explotación de la mujer. La mujer sigue siendo sometida, débil, y ahora la mandan al frente de la sociedad. Pero vayamos primero a los números. En Berlín trabajan 516.163 hombres y 549.093 mujeres. Es decir, unas 33 mil mujeres más. Hasta el año 2000, los hombres ganaban fácilmente y luego comenzó a darse vuelta la estadística. A partir de ese momento, las mujeres fueron ocupando trabajos de hombres. También –además de Berlín– en los estados de Meckemburgo, Vorpommern y Sachsen-Anhalt hay más mujeres en el trabajo que hombres.

¿Razones?

Las patronales están proponiendo mujeres en vez de hombres. Lo que se ha notado es que la mujer se inscribe más en los cursos de perfeccionamiento, para ascender o asegurarse un puesto. Después, de acuerdo con otras estadísticas, el hombre abusa más del alcohol por las noches, de manera que en su trabajo, por las mañanas, es menos efectivo. Además, la mujer es más disciplinada y menos discutidora que los hombres en el trabajo. De ahí la preferencia patronal por la mujer. Y, por sobre todo, las tareas de cuidado de niños y ancianos en los institutos respectivos, que aumentan anualmente, se han ido convirtiendo casi exclusivamente en una tarea femenina. Pero, como dice Herbert Buscher, del Instituto de Investigación Económica de Halle: “Las mujeres están obteniendo notas más altas que los hombres en los exámenes, y además no rehuyen la movilidad dentro del empleo. Por ejemplo: aceptan ser trasladadas a otros departamentos de trabajo y a otras ciudades. Los hombres en esto ponen obstáculos, prefieren quedarse en sus domicilios de siempre, alegando el medio que los rodea, familia y amigos”.

Dos personalidades se van acentuando: el achatamiento en los hombres y las ganas de nuevos horizontes y relaciones, en las mujeres. En eso está teniendo gran influencia la profusión de revistas y publicaciones para la mujer.

¿Habrá que revisar todo esto? ¿En vez de liberar a la mujer se va modificando su misión por excelencia, la maternidad y el cuidado y educación de los niños y así su influencia en las próximas generaciones? Volvemos a caer en el mismo tema de siempre. Cómo reaccionarán las feministas ante esta nueva perspectiva: ¿además de cumplir su misión de siempre de atender el hogar e hijos, reemplazar al hombre en su trabajo y terminar haciéndolo todo? ¿No sería acaso ése el ideal del hombre?

Por eso, los silbidos con que fue recibido el futuro comisario de Justicia de la Unión Europea, el italiano Rocco Buttiglione, son justos por la forma en que se expresó. Pero sirven para comenzar la polémica. Este político dijo: “La familia es para permitir a la mujer tener hijos y estar protegida por su marido”.

Sí, señor Buttiglione, claro, pero a la madre hay que asegurarle libertad, medios y preparación para la crianza y educación del niño. Que ella vea que es mejor dar vida que no ir todos los días a servir café a miles de turistas chinos o europeos, o a lavar camisetas de hinchas de fútbol. Son indispensables esa libertad y esos medios para que la mujer conserve su dignidad en el papel de madre.

La madre tiene derecho a asistir por lo menos a dos horas de cursos sobre la cultura de la maternidad que le permitan la discusión y la respuesta a sus problemas. Y no esperar que todas las noches el marido le conteste desde el sillón del televisor.

Tenemos que avizorar el mundo futuro. En estos días lo estuve observando en Berlín. Lo que nos espera. Paré en el hotel Park Inn. Treintisiete pisos. Centenares de pasajeros que vienen y van por el hall. Colas. Los ascensores que suben, suben y bajan, bajan, atestadas de cabezas con ojos que no saben a dónde van. Chinos, norteamericanos, japoneses, turistas europeos viejos que eligen octubre. Colas y colas para el desayuno. Aquí la taza de café, allá el pancito, por allá la manteca. Y suerte para encontrar un lugarcito en una mesa. El mundo futuro. La industria del turismo. Todo atendido por mujeres que limpian, que fregan, y algún hombre con ojo de guardián. ¿Todo esto como resultado de que por fin las mujeres les ganaron a los hombres? No. Que nos ganen en ternura y ambiente familiar. Junto a nuestras estufas, leyendo catálogos de flores y pájaros, en un hogar lleno de voces infantiles. Pero nada de ojos avizores de jefes de familia. Compartir con la caricia.