30 agosto, 2014

Osvaldo Bayer: "Cortázar debió hacer lo de Borges, quedarse acá"


Hace un año tomaba la posta que los chinos le pasaron a la Argentina en Frankfurt, como invitado de honor. Y despachó con un discurso a lo Bayer. Aquí cuenta dos viejas anécdotas de la Feria alemana y hace un repaso por sus autores argentinos preferidos.


Osvaldo Bayer abre la puerta, nos hace pasar y enseguida nos da a elegir el lugar de la entrevista para el Especial Multimedia de Ñ. Vamos a su jardín de invierno, animado casi con tantos libros y papeles como plantas. Por el tugurio, su casa, merodea un nieto alemán, país en el que Bayer vive la mitad de sus días. Está aprendiendo el español, pero le falta. Hablamos, sin cassette, sobre su candidatura en la lista de consenso que se armó para pelear la UTBA, sobre su disposición absoluta para hacer causa con lo que considera necesario. Y justo. Pero la primera pregunta la traemos dictada, endosada por el Daniel Divinsky.

Venimos de ver a Divinsky y él nos ha pedido que sea usted quien nos cuente la anécdota de un viejo encuentro en Frankfurt.¿Podrá ser?

La anécdota es un poco triste y podría haber sido trágica. En el '73 salí en las listas de las tres A, por la película La Patagonia rebelde, en épocas de Isabel Perón. Se me dieron 24 horas, como decía el comunicado, para dejar el país sino estaba condenado a muerte. Pero me negué. Esto fue en octubre del'74. Me quedé hasta febrero del '75 pero uno no podía hacer absolutamente nada, así que preferí irme a Alemania, a trabajar por lo menos allá en mis libros. Y un año después, en febrero del '76 resulta que Isabel había llamado a elecciones, entonces me dije: si hay elecciones, va a haber más libertades. Entonces volví Para qué. Cuatro semanas después llegó la dictadura militar de Videla y ya era imposible salir.
Y un día a la tarde me encontré casualmente con un periodista de Clarín y me dice: "¡Osvaldo, te ando buscando! Quiere hablar con vos el capitán Gallo". Era un militar retirado que había sido jefe de noticias del diario Clarín cuando yo era secretario de redacción. Dice: "tiene que avisarte de algo. Llamame por teléfono mañana y arreglamos. Yo hago un pucherito de gallina en casa y los invito a los dos". El capitán siempre había sido un hombre de los servicios de información y yo sospechaba. Bueno, voy a la casa de este periodista y allí estaba. Y me dice: "Mire, Bayer, yo tengo que avisarle algo: no se quede un día más, a usted lo andan buscando. Y como yo trabajé con usted y lo aprecio mucho, le aviso. Pero váyase. En cambio, hay otros, como éste --y me muestra un libro de la editorial de Divinsky-- Daniel Divinsky, es un libro comunista y se cree que nosotros somos tontos. Él publica los libros creyendo que nosotros no los leemos, pero es un libro comunista este". Y me mostró el libro. No era un libro comunista sino más bien unos relatos donde unos tienen que ayudar a los otros y todas esas cosas. Bueno, todo puede tomarse como comunista. Dice: "Y se cree este señor Divinsky que somos tontos, pero ya va a ver. Y a usted Bayer le aviso porque se portó siempre muy bien conmigo y no hubo ninguna diferenciación cuando fue jefe mío". Bueno, está bien--le digo. Adiós, adiós. Era jefe de los servicios en la provincia de Buenos Aires él, yo no sabía eso.
Bueno, me saca la Embajada alemana como refugiado, llego a la ciudad del Essen donde viví los primeros años y, cuando se hace la Feria del Libro de Frankfurt, ¿a quién me encuentro? A Divinsky. Y le digo: "Daniel, te tengo que avisar algo". Dice: "¿Qué pasa?". Y le relato el hecho: "... y el capitán cree que vos los estás engañando, que estás publicando libros comunistas. "¡Pero si no es comunista!", me dice sonriendo Daniel. "Están locos". Mirá, pero él está muy cabrero: cuidate. Y se sonrió y hablamos de otra cosa.
Vuelve a Buenos Aires él con su señora y los meten presos. Estuvo un año en Devoto y la mujer en una cárcel de mujeres; al año lo sueltan, menos mal. Para ser breve: en una reunión de escritores que nos invitaron a Venezuela, me encuentro con Divinsky. "¿Viste?", le digo. "Pero yo no te puedo perdonar, Osvaldo. Vos tendrías que haberme insistido, haberme agarrado y decime '¡no vuelvas a Buenos Aires!'". Ah, ahora el culpable soy yo, pero si vos te reíste de mí. Bueno, menos mal que no le fue peor. Pero lo que debe haber sufrido.

Y ya que estamos con anécdotas, podría contarnos la de Soriano también...

La de Soriano es linda, porque resulta que yo estaba investigando allá por el año 68 la vida de Severino Di Giovanni, este anarquista expropiador que siempre la historia argentina recordaba la fecha de su fusilamiento por el general Uriburu, y siempre lo ponían como "el asesino más grande de toda la historia argentina". Terrible. Y a mí siempre me gustó investigar la suerte o la verdad sobre los más malditos de la sociedad. Y yo estaba investigando lo de Severino Di Giovanni y me di cuenta de que era algo absolutamente diferente de lo que pintaban los diarios. Y estaba ya muy metido en la investigación, había encontrado las cartas de amor de él, sus escritos en periódicos, en diarios, y me di cuenta de que era un hombre de muchos valores. De pronto sale en una revista una nota --no recuerdo qué revista era, ya no sale más-- sobre Severino Di Giovanni, donde dice "el más grande de los asesinos", como siempre, firmado por Osvaldo Soriano. Yo era muy amigo del director de esa revista, lo llamé y le dije: "Escuchame una cosa, quién escribió esa barbaridad. Es una bestia el tipo ese. Vos cómo permitís una publicación así". Se lavó las manos: "mirá, te paso con quien la hizo, es un muchacho que vino de Tandil y se llama Osvaldo Soriano". Entonces llamo al teléfono de Soriano y le digo: "¿Pero usted quién es? ¿Cómo puede escribir una cosa así?, por el artículo que escribió sobre Severino Di Giovanni, sin investigar, nada. Yo, con mucha bronca. Me dice: "mire, un día antes del cierre de la revista me encargaron un artículo sobre Severino Di Giovanni, yo fui al archivo y escribí lo que encontré allí, no tenía más tiempo". "Así que usted escribe lo que dice el archivo, no investiga nada". "¿Y qué quiere que haga?". Y no sé por qué me salió pero le dije: "usted es poco hombre", y le colgué. Pasaron los años, y me encuentro con Divinsky en la Feria del Libro de Frankfurt, que debe haber sido en 1976, estaba con un gordito. Y me dice: "te presento a Osvaldo Soriano". Y yo mientras tanto había leído el primer libro de Soriano, Triste solitario y final, y me había entusiasmado. Y me olvidé que el mismo había escrito una y otra cosa y le dije que me pareció extraordinario el libro: "usted va a ser un gran escritor", le digo. Entonces Soriano sonríe y me dice: "pero yo soy poco hombre..., usted me lo dijo por teléfono". Bueno, los años pasan... y desde ese momento fuimos los mejores amigos.

22 agosto, 2014

El río sin orillas




Es que la carne de vaca asada a las brasas, el "asado", es no únicamente el alimento de base de los argentinos, sino el núcleo de su mitología, e incluso de su mística. Un asado no es únicamente la carne que se come, sino también el lugar donde se la come, la ocasión, la ceremonia. Además de ser un rito de evocación del pasado, es una promesa de reencuentro y de comunión. Como reminiscencia del pasado patriarcal de la llanura, es un alimento cargado de connotaciones rurales y viriles, y en general son hombres los que lo preparan. Además de ciertas partes carnosas de la vaca, prácticamente todas las vísceras son aptas para la parrilla: intestinos, riñones, mollejas, corazón, ubres de la vaca y testículos del toro. El asado se cocina a fuego lento y puede llevar horas, pero esa cocción demorada es menos una regla de oro gastronómica que un pretexto para prolongar los preliminares, es decir la conversación fogosa, las llegadas graduales de los invitados que, trayendo alguna botella de vino para colaborar, van cayendo a medida que sus ocupaciones se lo permiten, incorporándose a la charla animada, no sin pasar un momento por la parrilla para inspeccionar el fuego o cruzar un par de frases con el asador. Es falta derespeto dar consejos o mostrar aprensión sobre la autoridad del que esta asando, aunque cada uno de los presentes tiene su propia teoría sobre cómo deben hacerse las cosas. El asado reconcilia a los argentinos con sus orígenes y les da la ilusión de continuidad histórica y cultural. Todas las comunidades extranjeras lo han adoptado, y todas las ocaciones son buenas para prepararlo. Cuando vienen los amigos del extranjero, cuando alguien obtiene algún triunfo profesional, cuando hace buen tiempo. Cuando los albañiles estan haciendo una casa ponen el techo, atan una rama verde en el punto mas alto de la construccion y hacen un asado. A pesar de su carácter rudimentario, casi salvaje, el asado es rito y promesa, y su esencia mística se pone en evidencia porque le da a los hombres que se reúnen para prepararlo y comerlo en conpañía, la ilusión de una coincidencia profunda con el lugar en el que viven. La crepitación de la leña, el olor de la carne que se asa en la templanza benévola de los patios, del campo, de las terrazas, no desencadenan por cierto ningún efluvio metafísico predestinado a esa tierra, pero si en cambio, repitiendo en un orden casi invariante una serie de sensaciones familiares, acuerdan esa impresión de permanencia y de continuidad sin la cual ninguna vida es posible. Al anochecer, se encienden los primeros fuegos. Un olor a leña, y después de carne asada es lo que sobresale cuando empieza a oscurecer en el campo, en las orillas del río, en los pueblos y en las ciudades. Repartido en muchos hogares, no siempre equitativos, el fuego único de Heráclito arde plácido o turbulento, iluminando y entibiando ese lugar, que, ni más ni menos prestigioso que cualquier otro, es, sin embargo, único también, a causa de unos azares llamados historia, geografía y civilización; el fuego arcaico y sin fin acompañado de voces humanas que resuenan a su alrededor y que van transformándose poco a poco en susurros hasta que por último, ya bien entrada la noche, inaudibles, se desvanecen.
Juan José Saer
Fragmento de El río sin orillas

09 agosto, 2014

El nieto de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo se hizo un ADN voluntario porque tenía dudas de su identidad. Es hijo de Laura Carlotto, hija de la dirigente humanitaria, secuestrada por la dictadura en 1977 y luego asesinada. El nieto recuperado nació en junio de 1978 y fue bautizado Guido, como su abuelo.



El nieto varón de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, hijo de su hija Laura Carlotto, asesinada durante la dictadura, fue recuperado luego de 37 años de búsqueda incesante de sus familiares. 

Así lo informó esta tarde el secretario de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires, Guido Carlotto, en diálogo con Télam. 

‘Estamos muy felices por la noticia. Por cuestiones legales, lo único que puedo contar es que se trata de un músico y que se realizó el estudio de ADN voluntariamente‘, dijo Guido Carlotto a la espera de la conferencia de prensa que se llevaría a cabo en la sede de Abuelas hoy a las 17. 

Laura Carlotto, secuestrada y asesinada por la dictadura militar, era estudiante de Historia de la Universidad Nacional de La Plata, pertenecía a la Juventud Universitaria Peronista (JUP). 

A fines de noviembre de 1977 Laura fue secuestrada embarazada de tres meses. La joven, según testimonios de sobrevivientes, fue mantenida con vida en el centro clandestino de detención La Cacha, en La Plata, hasta dar a luz en el Hospital Militar de Buenos Aires el 26 de junio de 1978. 

El niño, cuyo nombre para la familia es Guido y hoy tiene 36 años, permanecía desaparecido hasta hoy.