27 agosto, 2009

Otra sinfonía

Sabiendo sin saber,
vislumbrando que en mí residía más de lo que sucedía
circulé las calles en procura de ese otro
que estaba sujetado

y alcancé con asombro mi otra margen revelándome de dorso
otra aurora humedecía de otro matiz la piel
los iguales ojos, y me miré sacudir y arrodillarme
a recolectar poemas infinitos.

14 agosto, 2009

Lo que nunca deberíamos hacer es dejar caer el compromiso y la humanidad de Mario Benedetti en el olvido

Hay personas que alaban a hombres y mujeres que influyeron en sus vidas sin caer en el ridículo del sentimentalismo trasnochado o la exageración. Las hay…pero temo que yo no soy una de ellas. Por desgracia (o por fortuna, quien sabe) cuando me enfrento a un relato o un poema que me sacude por dentro pocas veces encuentro las palabras precisas para rendir homenaje a esa creación: es frecuente que empiece a lagrimear y me falle la voz o me dedique a escribir simplezas que pocas veces hacer honor a lo leído.

Si por algo se van a definir sus poemas es por un acercamiento al habla del pueblo, a lo coloquial y a lo cotidiano, huyendo del retoricismo y el academicismo.
Como digo, es lo frecuente (sobre todo si es lírica) y por ello no suelo escribir sobre poesía: hay que añadir que siempre he pensado que el análisis racional y exhaustivo de cualquier poema hace que éste se deshaga en las manos y pierda cualquier atisbo de la vida que el poeta le inculcó. Por otro lado, ¿en que razón puedo basarme para creer que soy capaz de juzgar el trabajo de un poeta? Más que con ninguna otra creación, la poesía es una labor en extremo delicada que se resiente con el exceso de estilo, de gramática o de figuras retóricas pero que, a la vez, los necesita en su justa medida para acercarnos a los pensamientos del autor. En ese equilibrio se demuestra la maestría: en hacer fácil lo difícil y hacerlo comprensible y cercano. Dotar a cada frase de un sentido más allá de lo escrito. Hablar, antes que a la razón, al sentimiento.

A veces poesía y poetas llegan tan adentro que es imposible resistirnos al deseo de expresar nuestros propios sentimientos sobre aquello que leemos, que recitamos, que secreta o abiertamente amamos. Así me ocurre a mí en este instante que, pese a que me se incapaz de crear un artículo que pueda estar a la altura de la obra poética de mi admiradísimo Mario Benedetti, el dolor por su pérdida me lleva a intentar hacer una crítica (nunca como hasta ahora me había parecido esta palabra tan fea) sobre uno de los libros que recogen sus escritos. He escogido la “Antología poética” que en 2002 publicase la editorial Alianza en su colección de bolsillo. Esta obra era una nueva edición, corregida y ampliada, de la que ya llevase a cabo la editorial en 1984 y que recogía poemas de los libros de poesía editados por el escritor hasta 1981.

En 2002, tras tres reimpresiones, se decidió publicar una nueva edición que recogía los poemas seleccionados por el propio autor entre sus libros anteriores a 1998. Me imagino que el triste fallecimiento del escritor llevará a que aparezcan nuevas antologías y reediciones de sus libros pero, por ahora, me parece que esta antología es una forma muy digna y hermosa de acercarse a la totalidad de su obra poética. El camino es cronológico pero se ha evitado al caminante-lector las paradas en cada título de libro o cada año de publicación. La introducción de Pedro Orgambide, bien documentada y tratada, necesaria en este tipo de libros, también ayuda, pero reclama una cierta formación literaria e histórica que puede no ser plato de todos los gustos. De cualquier forma, el libro es más que recomendable tanto por su calidad en contenidos como por su precio.

Mario Benedetti, hijo uruguayo de inmigrantes italianos, nació en 1920 bajo el amparo de cinco nombres entre los cuales se hallaba Orlando (del cual quizás no tomó tanto la furia como la indignación) y el príncipe de la duda, Hamlet, bajo cuyo amparo desarrolló la reflexión pero no la pasividad. Nacido en un ambiente culto, no llegó a acabar lo que nosotros llamaríamos bachillerato: no me resisto a poner el original nombre de uno de los institutos donde estudió, la Escuela Raumsólica de Logosofía. Después de dedicarse a cosas tan creativas como la supervisión de repuestos de automóviles, llegó con 25 años a la redacción del periódico Marcha, en donde permaneció hasta que en 1974 el gobierno decidió que se fueran con las imprentas a otra parte. Su labor periodística le permite dedicarse tanto a la acción como a la creación literaria y en 1948 surge su primer libro de poemas “Sólo mientras tanto”. Luego vendría la lucha política, el exilio, el retorno, la muerte de su mujer, el adiós.

No voy a hacer un análisis exhaustivo de la obra poética de Benedetti, a la que habría que sumar, para poderlo comprender de forma adecuada, sus novelas (entre las cuales destaca la hermosísima y melancólica “La tregua”), sus ensayos (donde llega a enfrentarse al mismísimo Proust, ¡eso si que es tener valor literario!), artículos y cuentos. Quien quiera adentrarse hasta esos extremos puede acudir a la bibliografía que proporciona la antología reseñada y a los numerosos estudios que se le han dedicado desde fines de los años 80 del pasado siglo, como el número monográfico que le dedicara la revista ANTHROPOS en 1992, el libro de Mario Paoletti “El aguafiestas: Benedetti, la biografía”, publicado por Alfaguara en 1996, o la tesis de 2004 (que pongo por ser el trabajo académico más reciente que he localizado) realizada por Jaime Ibáñez Quintana “La obra poética de Mario Benedetti (1948-1985)”.

Como comentario propio, siempre incompleto, decir que, desde el primer momento, la poesía de Benedetti se caracterizó por la ruptura formal con las tradiciones poéticas sudamericanas, soslayando a Pablo Neruda: si por algo se van a definir sus poemas es por un acercamiento al habla del pueblo, a lo coloquial y a lo cotidiano, huyendo del retoricismo y el academicismo (lo se, lo se, esto es puro lenguaje universitario. Ya lo dejo). Junto con ese acercamiento lingüístico y literario al pueblo se produce también un posicionamiento político que siempre le hará estar con la gente de a pie, identificándose con ella, expresando sus problemas y sus deseos, sus luchas y esperanzas. Puede que para conseguir estos objetivos utilizase todos los recursos escritos a su mano (ya antes he hablado de su genio creativo), pero, sin duda, parafraseando al poeta alemán Novalis (al menos creo que fue Novalis), el jardín donde siempre halló su hogar fue la poesía.

La antología de Alianza se inicia con “Elegir mi paisaje”, donde la nostalgia, característica de tantos poetas noveles, viste ropajes cercanos, no uniformes, con rimas que prefiguran una voz nueva. En “Poemas de oficina”, lo rutinario y monótono de la cotidianidad encuentran alivio en el humor y el amor, destacando “Amor, de tarde” y “Ángelus”, que comienza con el famoso verso “Quién me iba a decir que el destino era esto”.

Siguen los libros “Poemas del hoy por hoy”, donde aparecen lo social y político, y “Noción de patria”, libro del cual no me resisto a señalar un buen número de poemas como “Juego de villanos”, magnífico juego rimado sobre la maldad de la Muerte, “Corazón coraza”, uno de esos insustituibles poemas de amor de Benedetti, o “Arco iris”, delicado poema, sencillo y tierno, que surge de una sonrisa. “Todos conspiramos”, de su libro “Próximo prójimo”, es un poema donde lo social empieza a alcanzar cotas de denuncia pero siempre desde el profundo conocimiento humano, sin recurrir al panfleto ni a los partidismos políticos. En este sentido, de los libros que siguen, y que no enumero por no aburrir, yo, lectora imperfecta, destacaría “Contra los puentes levadizos”, “Muerte de Soledad Barret” y la tremenda y breve “Hombre que mira al cielo” desde donde anhela “que la muerte pierda su asquerosa/ y brutal puntualidad/ pero si llega puntual no nos agarre/ muertos de vergüenza”.

A partir de aquí pido perdón porque los poemas son tan hermosos y tan numerosos que voy a nombrar sólo aquellos que se me han asentado en lo profundo, es decir, tanto en las tripas como en el corazón: “Hagamos un trato”, la imprescindible “No te salves”, poema donde se le pide a la amada un compromiso con la vida y con el mundo para poder seguir juntos; la archiconocida “Te quiero”. La larga, extensa, pero llena de compromiso social y de humanidad a secas “Otra noción de patria”, la sarcástica “Bandoneón”, la hermosa “Defensa de la alegría” y, “Por qué cantamos”.
Lo que nunca deberíamos hacer es dejar caer su compromiso y su humanidad en el olvido y poemas como este tendrían que convencer a cualquiera de ese deber no sólo hacia los grandes poetas sino, simplemente, hacia los hombres buenos.

05 agosto, 2009

Grande hora

Un suspiro de tango
y fue tristeza de noche hecha tapiz

así, en medio de todas sus razones
lánguida de estrellas quiso escalar por sus sigilos

yo la vi
con lo que creo ojos leales

en puntas de pie chocando tiempos
en esa grande hora de inerme soledad.