23 septiembre, 2013

La Livertá. Osvaldo Bayer

Hemos esperado unos días. Para que sirviera como reflexión y no como crónica de un suceso. La semana de la memoria he estado en la Patagonia. En Santa Cruz. Tierra para recorrer, admirar, pensar. Nunca lo hubiera imaginado cuando hace cuarenta años inicié la investigación de aquel crimen horrible e inexplicable de los fusilamientos de peones rurales de 1921. Esta Semana de la Memoria, Santa Cruz se la dedicó a ellos. Por supuesto fueron punto de partida para memorizar todo lo que se cometió en estas tierras increíblemente bellas y creadas para la meditación. Me sorprendió. Estuvo todo el pueblo en los actos. Se recordaron las huelgas rurales en todos sus detalles. Es la historia carnal. Inexplicable. No hay explicación. Fusilados por huelguistas.

En Gobernador Gregores –ciudad a la que yo llamo Cañadón Font, porque antes se llamaba Cañadón León, pero el verdadero protagonista de esa región fue el gaucho José Font, “Facón Grande”, héroe de esa huelga justa y noble; por eso “Cañadón Font” y no Gregores, nombre impuesto desde Buenos Aires–, ahí, prosigo, hubo un desfile en el cual participó todo el pueblo. No voy a dar nombres, porque tendría que citar también, entonces, a cada una de esas personas que pusieron el rostro: pueblo, y también presentes desde el gobernador hasta el último funcionario.


Allí se oyó vibrar la palabra cuando se recordó a los mártires del trabajo caídos por las balas del 10º de Caballería. Entre ellos, Facón Grande, el entrerriano, que sin ser peón salió al frente de las peonadas porque comprendió que era justo defender a los trabajadores de la tierra contra la explotación del latifundismo creado por Roca.

Pero todo comenzó en Río Gallegos con actos en la universidad y en la Dirección de Cultura. Y de allí salir a recorrer esas distancias infinitas y volver a vivir la emoción del recuerdo. Se marcó el circuito histórico-cultural. Sí, un turismo cultural que ayuda a saber y comprender la historia de los pueblos.

14 septiembre, 2013

Hace 90 años. Osvaldo Bayer

A noventa años de los fusilamientos de peones rurales en la Patagonia. Muerte injusta en el paraíso. Allí, cerca de uno de los paisajes más hermosos del mundo, esos pobres trabajadores de la tierra que pedían tan poco fueron asesinados por el Ejército Argentino, por orden del teniente coronel Héctor Benigno Varela, jefe del 10 de Caballería, por el bando de pena de muerte otorgado por el presidente Hipólito Yrigoyen, en 1921.

Estamos frente a la tumba masiva en la estancia La Anita, en Santa Cruz. A doscientos metros de ella, la construcción muy humilde que los recuerda. Allí realizamos el acto, como todos los años en esta fecha. El 8 de diciembre. Hubo música de guitarra gaucha, la voz de un cantor del pueblo y las voces emocionadas de varios oradores. Expresamos nuestro dolor ante un crimen oficial tan injusto, cruel y siempre impune. Jamás sus autores fueron juzgados. El fusilador teniente coronel Varela, sí, fue muerto por la ira del pueblo, en manos del anarquista alemán Kurt Gustav Wilckens, que hizo volar por el aire al orgulloso militar argentino.



Pero el gran responsable de los crímenes oficiales cometidos contra los trabajadores del campo fue el presidente Yrigoyen, ya que le dio al militar Varela el bando de la pena de muerte “por subversión”. Señor presidente: una huelga no es subversión. Subversión fue aquella traición a la democracia que hizo años después en la década del treinta el general Uriburu quien lo derrocó a usted. Y no la justa huelga, el grito de nobleza rebelde de cientos de peones patagónicos que querían vivir con un poco más de dignidad y no como verdaderos esclavos de los dueños de todo en aquellas latitudes sureñas. En el acto del jueves pasado recordamos en toda la verdad, tan cerca del Lago Argentino, la memorable sesión de la Cámara de Diputados en el Congreso de la Nación, poco después del crimen de los fusilamientos, cuando la oposición pidió aclarar el porqué de los crímenes que acababa de cometer el Ejército y la responsabilidad del presidente Yrigoyen en ese crimen cometido por el partido radical gobernante. Pero en ese debate el único camino que el radicalismo vio para negar la verdadera justicia fue votar en contra de todo proyecto de investigación sobre los fusilamientos de peones. E Yrigoyen tuvo una actitud poco democrática, no aceptó enfrentar a la oposición en el Congreso de la Nación ni responder a las preguntas del porqué la pena de muerte en las pampas argentinas contra los más débiles. Siempre, Yrigoyen se negó a tratar de explicar el deleznable y cobarde crimen oficial.


El público presente en el acto del jueves pasado frente a la estancia La Anita, bajo un cielo absolutamente celeste, fue casi todo joven, y esa juventud gritó tres veces la palabra “Justicia”. Sí, allí en esa tumba masiva de los asesinados por el fusil del ejército argentino están enterrados trabajadores de todas la provincias argentinas y chilenos venidos de la isla Chiloé, por eso llamados “chilotes”. Y también anarquistas españoles, rusos y alemanes que enseñaban la teoría del socialismo en libertad.

En nuestras palabras, dichas con la enorme tristeza de que nunca oficialmente los argentinos hemos reconocido el crimen, recordé aquella sesión de diputados de enero de 1922, donde el representante socialista De Tomaso comenzó diciendo con voz emocionada: “Señores diputados, ha ocurrido en el territorio de Santa Cruz una tragedia horrible. Se ha hecho una pesada atmósfera de silencio en primer lugar por la prensa grande. Nosotros, que tenemos informes precisos de lo que allí ha ocurrido, nos haríamos cómplices voluntarios de ese silencio si no denunciáramos esos hechos y no pidiéramos la investigación que exige el decoro del país. No hagamos un juego de ocultaciones ni de disimulos. Lo que pasa es que en este caso, las víctimas son pobres diablos, como se dice en el lenguaje de los ricos, son peones, son carreros, son ovejeros. Aseguro a la Cámara que muchos de los cadáveres todavía están insepultos en el campo donde se produjeron los fusilamientos. Todavía llegaría a tiempo la comisión para ver los restos de algunos cadáveres que fueron quemados con nafta derramada sobre ellos por las tropas del ejército”.

Pero los radicales votarán en contra de toda comisión investigadora. Y se acabó. Los muertos, muertos están. Fusilados sin juicio previo. El teniente coronel Varela había sido el juez supremo. La democracia había recibido una puñalada por la espalda. Se había cometido el mayor crimen contra los trabajadores de la tierra de nuestra historia. Pero las pruebas quedaron. Ahí están las tumbas masivas en todo el territorio santacruceño. Todas están ya marcadas. El pueblo les lleva flores. Se los acaba de recordar. En cambio, para los fusiladores no hay ningún homenaje. Los estancieros, los beneficiados, miran hacia otro lado, para ellos la historia no existe.

04 septiembre, 2013

Entrevista a Osvaldo Bayer: “Todavía no hay una verdadera democracia. Por eso hay que seguir empujando”


El historiador repasa el trasfondo de la actual desigualdad en la distribución de tierras: el expolio sufrido por los pueblos originarios por parte de los grandes terratenientes argentinos.

En 1963, Osvaldo Bayer sugirió en una charla en Rauch (Buenos Aires) la realización de un plebiscito para cambiar el nombre del pueblo por el de Arbolito. La propuesta no hubiera despertado tanta controversia si el nombre original no hiciera referencia a uno de los generales que dirigió la primera gran campaña contra los pueblos originarios; y el de Arbolito, al indio ranquel que terminó con su vida. La propuesta tampoco hubiera sido tan polémica si el entonces ministro del Interior no se llamara Juan Enrique Rauch, el bisnieto de aquel militar, quien mandó encarcelar a Bayer en una prisión de mujeres en cuanto volvió a la capital. Este episodio, entre tantos otros, habla del compromiso de Osvaldo Bayer con la memoria de los pueblos originarios, así como con el movimiento obrero argentino, al que dedicó libros como Los Vengadores de la Patagonia Trágica, investigación en que se basó La Patagonia Rebelde (1973). En esta película, Héctor Alterio y Federico Luppi compartieron cartel con un joven militante peronista que realizó un discreto papel de extra: Néstor Kirchner.

DIAGONAL: ¿Cuál es el origen de la distribución de la tierra?

OSVALDO BAYER: La distribución de la tierra se originó con las llamadas “campañas del desierto” sobre la tierra donde vivían los pueblos originarios. La mayor de esas masacres fue llevada a cabo por el general Julio A. Roca en 1879. La Sociedad Rural, creada por los estancieros de la provincia de Buenos Aires en 1866, cofinanció la campaña. El Ejército argentino marchó sobre los pueblos originarios y perpetró un verdadero genocidio. Roca reestableció la esclavitud en Argentina –eliminada en 1813–. En los diarios argentinos se podía leer: “Hoy reparto de indios. A toda familia que requiera se le entregará un varón como peón, una china como sirvienta o un chinito como mandadero”. También se repartieron 42 millones de hectáreas a 1.800 estancieros integrantes de la Sociedad Rural. Al presidente de la Sociedad Rural, el señor José María Martínez de Hoz, se le entregaron 2.500.000 ha. Los Martínez de Hoz eran una familia de españoles que habían llegado al Virreinato del Río de la Plata cuando era de dominio español como traficantes de esclavos. Luego se convirtieron en una familia de terratenientes y hoy todavía dominan la escena. Tanto es así que el ministro de Economía más famoso de la última dictadura militar era bisnieto de aquel traficante de esclavos.

D.: ¿Cuáles fueron las justificaciones para la “conquista del desierto”?