11 agosto, 2010

La Patagonia sigue rebelde. Osvaldo Bayer

A veces, sin querer, comienza una sonrisa a dibujarse en el rostro de uno. Es cuando una vez más constata que la ética no se rinde nunca. O mejor aún: jamás. A veces pueden pasar siglos, pero sigue horadando en la memoria. Y de pronto, está ahí, frente a nosotros.

Se nos presentó en la Plaza Rodolfo Walsh, de Lamarque, en Río Negro, cuando formamos una larga columna de vehículos de todo tipo. Hacia la estancia El Curundú, que significa nada menos que gualicho de amor, en guaraní. Allí, hace 81 años nacía nuestro querido Rodolfo Walsh. Con nosotros venía Patricia Walsh, su hija. Fue como una cruzada. No íbamos ni en busca de méritos, ni para lograr candidaturas, ni para comprar tierras en un remate. No, íbamos sólo –y esto es lo increíble– acompañados por la ética. Sí, nos gusta repetirlo. Porque íbamos a rescatar la memoria. Ibamos a abrazar el recuerdo del mejor de nuestra generación. Se llamó –se llama– Rodolfo Walsh. Nos encaminábamos a su lugar de nacimiento. A saludar las imágenes de su infancia, a sus personajes reunidos allí. A sus sueños de igualdad, libertad, fraternidad. A murmurar en esa casona, en su galería de tejas y en el patio de ladrillos que él conoció al abrir sus ojos, aquella estrofa sagrada: “Ved en trono a la noble igualdad, Libertad, Libertad, Libertad”. Ibamos a visitar a nuestro Mariano Moreno del siglo veinte. El que enfrentó con la palabra y un revolvito casi de juguete a todas las fuerzas armadas que se cubrían el rostro siniestro con la careta de la desaparición. Dicen los poetas que murió sonriente y con sus manos tan limpias como su mente.

Llegamos a la estancia El Curundú, hoy en poder de una multinacional del comercio de frutas. Por los diarios nos enteramos de que la multinacional nos iba a permitir entrar pero que seríamos custodiados por la BORA, policía especial antimotines de la provincia de Río Negro. Sí, en esas regiones tranquilas de horizontes, soles y paisajes de verde y cielo ahora hay policías antimotines. El miedo que ellos tal vez quisieron imponernos se transformó en nosotros en sonrisa burlona. Pero no aparecieron. Entramos. Nos acompañaba el intendente de Lamarque, historiadores regionales, docentes universitarios y de las provincias de Río Negro y Neuquén agremiados en la Asociación de Docentes de la Universidad Nacional del Comahue, en la Unión de Trabajadores de la Educación de Río Negro y en la Asociación de Trabajadores de la Educación de Neuquén, y gente del pueblo con sus niños. No apareció ni siquiera algún burócrata de oficina de la poderosa empresa a recibirnos. No, nos mostraron su espalda. La palabra “propiedad” está para ellos más allá que la historia, que los auténticos héroes del pueblo, que la moral de la ciudadanía. Formas de nuestra democracia. Pero a nuestro lado estaban las Madres de Plaza de Mayo con sus pañuelos.

Esa galería... Quisimos entrar en las habitaciones, pero estaban cerradas con llave y sus postigos también, para que no pudiéramos ver nada de lo que pasa en esos cuartos que vieron nacer a ese niño y a sus cuatro hermanos. Pero allí, con Patricia, descubrimos una placa donde quedará para siempre la señal de su importancia histórica. Allí y en un acto posterior que se hizo en Lamarque quedó firme el propósito de que esa casa se convierta en un espacio público que permita la difusión de la obra de Walsh, pero más que eso, que sea un centro de la cultura, con su biblioteca y su sala de reunión de delegaciones de estudiantes y obreros de todo el país para el debate de nuestra historia, de nuestro presente, del arte, y de los rumbos de ese algo infinito que es la literatura. La casa es ya hoy patrimonio histórico. Ahora los representantes municipales, provinciales y nacionales tienen que dar el sello de que esa casa pertenece a la comunidad toda y no a un señor o varios señores que viven en Miami.

Volveremos siempre hasta lograr que la historia y la cultura superen el egoísta derecho de la mera propiedad privada de un lugar pleno de sueños y esperanzas. Y antes del viaje a las tierras de Rodolfo, las fantasías de la realidad nos llevaron a presenciar un acto de profunda cultura. En una fábrica de Neuquén. Sí, como en aquellas décadas del pasado obrero de los anarquistas. Estos tenían presentes siempre tres deberes: trabajo, cultura y familia. Y no olvidar, los sábados a la noche, el conjunto filodramático de las Sociedades de Oficios Varios. En Neuquén fue, como no podía ser de otra manera, en Zanon, la fábrica de porcelanas. Hoy llamada Fasinpat, Fábrica Sin Patrones. Sin patrones, como tendría que ser en una sociedad racional. Los obreros hicieron un alto en el trabajo para el espectáculo, pero las máquinas siguieron funcionando, como lo adelantó el obrero que habló en la presentación: “Vamos a abrir este espacio de la cultura con el ruido de las máquinas, es decir, de la música del trabajo para demostrar que esta fábrica abandonada por sus ex dueños seguirá funcionando siempre, y mucho mejor, por cierto, en manos de los obreros”.

Y de repente entran en el amplio galpón seres vestidos de negro en altos zancos. Son los artistas del Teatro de la Calle, que representan la obra Estalla el silencio. Los seres en negro, en zancos y con armas desde arriba, y los jóvenes que luchan por un mundo mejor, de blanco, con libros y volantes. Aparece, también, el amor, en un balcón, con una Julieta que espera y un Romeo que la mira desde abajo con flores y la rodea de versos. Pero de pronto, por el balcón se asoman dos caricaturas uniformadas, siniestras. Uno ordena y el otro obedece a gritos. Se inicia así ya, en el escenario, el fin de la juventud y su amor. Ese fin es patético. Emociona hasta la extenuación total. Los movimientos de la desesperación, de la tortura, la más cobardes de las ferocidades y cobardías. El terror uniformado como método del poder absoluto. La muerte contra la vida y el amor. Un ballet trágico, desconsolador. Pero por la calle ancha aparece una mujer con la cabeza cubierta con un pañuelo blanco. Y levanta un enorme retrato de Julieta, ya desaparecida.

Fin. La emoción sólo permite el silencio. Los actores no salen a agradecer, queda sólo allí la Madre, elevando infinitamente el retrato de su hija.

Ni Chéjov habría podido mostrar así la “muerte argentina”. La desaparición y su “obediencia debida”.

Los obreros se mantuvieron de pie, los demás espectadores no hicieron ningún movimiento. Nadie se movió. Hasta las máquinas parecieron guardar silencio.

De inmediato, el representante de los obreros de Fasinpat habló diciendo que jamás abandonarán esos talleres, donde la voz de las asambleas ha triunfado hasta ahora sobre todos los subterfugios de los ex patrones y de la cobardía de políticos y jueces que recurren al tiempo y al papeleo burocrático para no definirse.

Como vemos, la Patagonia continúa siendo rebelde y busca otros caminos. Por ejemplo la fiesta de los cincuenta años de la biblioteca popular de Cutral-Có. Fuimos a saludar al querido centro de lectores jóvenes que quieren saber más para que el paisaje no les sea robado y la sabiduría les traiga aquella noble igualdad que se canta en el himno.

Y como si fuera poco, la exposición neuquina de la organización H.I.J.O.S., sí, los hijos, pura juventud hoy de sus padres desaparecidos. Exposición de dibujos, carteles, filmes, teatro, música. Todo bajo el título Justicia con vos. Todo para que los jueces no le den la espalda a la verdad, en los juicios que se están llevando contra esas figuras cavernarias de los represores de La Escuelita.

Y volviendo ya para acá, en la Santa Rosa de nuestras pampas criollas, los escritores pampeanos reunidos en largas hornadas: poesía, relatos, novelas, ensayos, todo con el olor a lluvia, a campo y a sol pleno. Nuestras pampas tienen sus relatores. Vale la pena escucharlos, mientras los pocos ombúes que quedan nos observan serios e impertérritos.

Regreso a Neuquén: de pronto una columna interminable, ruidosa y entusiasta rodea la casa de gobierno. Son los trabajadores de la provincia que luchan por sus derechos. Coros de protesta. Me invitan a hablar y comienzo diciendo: “Hoy he visto regresar la Patagonia Rebelde”.

El viajero regresa del Sur con la maleta más llena que nunca. Desensillamos. Miramos hacia el Sur. Hay allá como unos relámpagos que nos informan que allí la vida no se rinde.

09 agosto, 2010

Juan Marichal

El hombre que redescubrió desde el exilio la obra de Manuel Azaña y trabajó por la reivindicación histórica de Juan Negrín, su paisano canario, falleció esta madrugada en Cuernavaca, México, según ha comunicado su hijo, el profesor Carlos Marichal, con quien vivía allí desde hace siete años.
Marichal es uno de los intelectuales más importantes de la España que hizo la diáspora durante la Guerra Civil. Había nacido en 1922, en Tenerife; su familia era republicana; estudió en Madrid, y cuando aún era un chiquillo vivió el inicio de la guerra (que él llamó incivil) en el barrio de Chamberí. El horror de aquellos episodios y el posterior exilio, que inició cuando aun no había concluido la contienda, fueron hechos fundamentales en la formación de su carácter, introvertido y analítico, preocupado siempre por la esencia de su país herido.

En la comunicación de la noticia del fallecimiento de su padre, Carlos Marichal indica que el desarrollo último de la enfermedad fue muy rápido, que don Juan (así le llamaba Carlos y así le llamábamos muchos de los que conocimos a Marichal cuando él era aún un joven profesor que volvía del exilio) apenas notó ese momento grave de la muerte, y que el hijo le encomendó que fuera "a las islas Encantadas", a encontrarse con su esposa, Solita Salinas, fallecida también en Cuernavaca hace tres años. Solita era hija del poeta Pedro Salinas y hermana del editor Jaime Salinas.

Don Juan Marichal fue director del Departamento de Lenguas Romances de la Universidad de Harvard. Como estudioso de la obra de Azaña, que convirtió en un símbolo de la España trasterrada, y también del pensamiento político republicano, consiguió poner en pie un legado que durante las primeras décadas de la posguerra permaneció ennegrecido por las campañas franquistas en contra del que había presidido el Estado hasta 1939.

Del mismo modo, Marichal se empeñó en redescubrir para los españoles la figura de Juan Negrín, víctima de parecidas campañas de desprestigio. Su mala salud, que a principios de la década de 2000 ya fue empeorando, le impidió culminar la que era una de sus iniciativas más importantes como intelectual dedicado a la reflexión política.

Fue también un gran estudioso de la literatura y del pensamiento hispanoamericano, que contribuyó a divulgar en España como ensayista y como conferenciante. En 1968 regresó a España y visitó en Tenerife a quien fue uno de sus grandes y amigos y corresponsales intelectuales en este país, Domingo Pérez Minik, republicano que permaneció en el exilio interior. Los que presenciamos aquel reencuentro podemos dar testimonio de lo que significaba para Marichal el reencuentro con aquellos que aquí mantuvieron el fuego republicano al rojo vivo mientras duraba la dictadura de Franco.

En los últimos tiempos, a pesar de su delicado estado de salud, Marichal no dejó de estar atento a lo que sucedía en España, de un modo distinto, claro está, que cuando observaba este país desde el exilio; ahora se informaba (pedía que le informaran) de todo lo que sucedía, y no perdía la esperanza de volver a residir en Madrid, cerca de aquel lugar donde, a principios de la Guerra Civil, vivió espantado las consecuencias de un odio que, creía él, había sellado la transición.

06 agosto, 2010

Mujeres 1 - Hombres 0. Osvaldo Bayer

En Berlín se dio a conocer la gran novedad: por primera vez en la historia trabajan más mujeres que hombres. Legalmente, con los seguros de trabajo. Una noticia oficial que hasta hace muy poco hubiera parecido una fantasía. ¿Cómo que hay más mujeres trabajando afuera de su hogar que hombres? No, no puede ser. Si el hombre fue y es el sexo fuerte. Pero... sí. Las mujeres son las que ahora ponen el mundo en marcha.

¿Pero esto es bueno o malo para la mujer? Las feministas dudan. Lo único que faltaba: las mujeres ponen en marcha el hogar, crían los hijos y ahora, además, traen el sustento.

Porque, claro, la pregunta es: ¿qué clase de trabajo hacen? ¿Los de arriba o los de abajo? ¿No será esto un paso más en la explotación de la mujer? Ya hemos visto, ahora es soldada y en Estados Unidos hasta la han empleado como torturadora.
Sí, sin duda alguna: es un paso más en la explotación de la mujer. La mujer sigue siendo sometida, débil, y ahora la mandan al frente de la sociedad. Pero vayamos primero a los números. En Berlín trabajan 516.163 hombres y 549.093 mujeres. Es decir, unas 33 mil mujeres más. Hasta el año 2000, los hombres ganaban fácilmente y luego comenzó a darse vuelta la estadística. A partir de ese momento, las mujeres fueron ocupando trabajos de hombres. También –además de Berlín– en los estados de Meckemburgo, Vorpommern y Sachsen-Anhalt hay más mujeres en el trabajo que hombres.

¿Razones?

Las patronales están proponiendo mujeres en vez de hombres. Lo que se ha notado es que la mujer se inscribe más en los cursos de perfeccionamiento, para ascender o asegurarse un puesto. Después, de acuerdo con otras estadísticas, el hombre abusa más del alcohol por las noches, de manera que en su trabajo, por las mañanas, es menos efectivo. Además, la mujer es más disciplinada y menos discutidora que los hombres en el trabajo. De ahí la preferencia patronal por la mujer. Y, por sobre todo, las tareas de cuidado de niños y ancianos en los institutos respectivos, que aumentan anualmente, se han ido convirtiendo casi exclusivamente en una tarea femenina. Pero, como dice Herbert Buscher, del Instituto de Investigación Económica de Halle: “Las mujeres están obteniendo notas más altas que los hombres en los exámenes, y además no rehuyen la movilidad dentro del empleo. Por ejemplo: aceptan ser trasladadas a otros departamentos de trabajo y a otras ciudades. Los hombres en esto ponen obstáculos, prefieren quedarse en sus domicilios de siempre, alegando el medio que los rodea, familia y amigos”.

Dos personalidades se van acentuando: el achatamiento en los hombres y las ganas de nuevos horizontes y relaciones, en las mujeres. En eso está teniendo gran influencia la profusión de revistas y publicaciones para la mujer.

¿Habrá que revisar todo esto? ¿En vez de liberar a la mujer se va modificando su misión por excelencia, la maternidad y el cuidado y educación de los niños y así su influencia en las próximas generaciones? Volvemos a caer en el mismo tema de siempre. Cómo reaccionarán las feministas ante esta nueva perspectiva: ¿además de cumplir su misión de siempre de atender el hogar e hijos, reemplazar al hombre en su trabajo y terminar haciéndolo todo? ¿No sería acaso ése el ideal del hombre?

Por eso, los silbidos con que fue recibido el futuro comisario de Justicia de la Unión Europea, el italiano Rocco Buttiglione, son justos por la forma en que se expresó. Pero sirven para comenzar la polémica. Este político dijo: “La familia es para permitir a la mujer tener hijos y estar protegida por su marido”.

Sí, señor Buttiglione, claro, pero a la madre hay que asegurarle libertad, medios y preparación para la crianza y educación del niño. Que ella vea que es mejor dar vida que no ir todos los días a servir café a miles de turistas chinos o europeos, o a lavar camisetas de hinchas de fútbol. Son indispensables esa libertad y esos medios para que la mujer conserve su dignidad en el papel de madre.

La madre tiene derecho a asistir por lo menos a dos horas de cursos sobre la cultura de la maternidad que le permitan la discusión y la respuesta a sus problemas. Y no esperar que todas las noches el marido le conteste desde el sillón del televisor.

Tenemos que avizorar el mundo futuro. En estos días lo estuve observando en Berlín. Lo que nos espera. Paré en el hotel Park Inn. Treintisiete pisos. Centenares de pasajeros que vienen y van por el hall. Colas. Los ascensores que suben, suben y bajan, bajan, atestadas de cabezas con ojos que no saben a dónde van. Chinos, norteamericanos, japoneses, turistas europeos viejos que eligen octubre. Colas y colas para el desayuno. Aquí la taza de café, allá el pancito, por allá la manteca. Y suerte para encontrar un lugarcito en una mesa. El mundo futuro. La industria del turismo. Todo atendido por mujeres que limpian, que fregan, y algún hombre con ojo de guardián. ¿Todo esto como resultado de que por fin las mujeres les ganaron a los hombres? No. Que nos ganen en ternura y ambiente familiar. Junto a nuestras estufas, leyendo catálogos de flores y pájaros, en un hogar lleno de voces infantiles. Pero nada de ojos avizores de jefes de familia. Compartir con la caricia.

30 julio, 2010

Tierra y trabajo. Osvaldo Bayer

¿Son las fantasías que tiene la realidad o es que a la historia hay que mirarla con ironía? Por ejemplo, esa Italia que fue capaz de enviarnos, hace más de un siglo, pensadores tan profundos como Malatesta y Pietro Gori, que nos hablaban que ya ahí, a la puerta, estaba esperándonos el socialismo en libertad por la decisión de todos; o ese Antonio Gramsci, muerto en la cárcel, convencido de que el marxismo era una unidad de teoría y práctica y arma definitiva del proceder revolucionario del movimiento obrero, sí, esa misma Italia acaba de elegir entusiasmada a Berlusconi. Berlusco.

Esto me hizo acordar, cuando triunfó Macri, que 102 años antes, en 1904, el barrio de La Boca había elegido al primer diputado socialista de América, nada menos que a Alfredo L. Palacios. Y justo ese mismo año, el 1º de mayo de 1904, los anarquistas reunieron allí setenta mil obreros para conmemorar el Día de los Trabajadores. Hoy, La Boca reúne ese número de gente cuando Boca Juniors juega con River Plate. Sí, setenta mil obreros en 1904, pese a la represión de Julio Argentino Roca, a palo limpio y disparos de Remington, que ocasionaron la muerte del primer héroe obrero del 1º de mayo argentino: Juan Ocampo, marinero, de apenas 18 años. A Juan Ocampo no lo recuerda ni una piedra en ningún rincón argentino, pero Roca tiene 36 monumentos argentinos. Y Macri acaba de levantar la figura de ese Roca, genocida de los pueblos originarios, en un discurso muy aplaudido.

De todas estas galas floridas y tornasoladas de la historia humana extraemos una que tiene que ver con la actualidad argentina. Se refiere a la Federación Agraria Argentina. Dos momentos. Primero, 1912, el grito de Alcorta. Cansados hasta el hartazgo de la explotación a que eran sometidos los chacareros por los terratenientes y los intermediarios, aquéllos se levantan y dicen basta. Emplean la misma arma que los obreros industriales, del transporte y todos los trabajadores dependientes: la huelga. Por supuesto que la prensa de entonces y de siempre califica a esta lucha como “una agitación artificial provocada por elementos extraños”. Los chacareros debían entregar al terrateniente treinta o cuarenta por ciento de sus productos y alquilar para las trillas sólo las máquinas de los señores de la tierra. Además, debían venderle su trabajo al precio que le fijaran ellos.

Cuando se inicia su huelga, los chacareros invitan a los sindicatos obreros a una reunión y la central obrera designa al gráfico –legendario dirigente– Sebastián Marotta para representarla. Allí Marotta le dice a los chacareros que deben salir de la situación en que se encuentran: es decir, que ellos, los colonos, no son ni “asalariados ni capitalistas” y los aconseja pasar a ser asalariados netos, obligando así a los patronos a “administrar sus tierras con el fin de que cargaran con todas las peripecias de las malas cosechas”. Tiempo después, Marotta escribiría: “Pensaba ilusoriamente que debía convencerse a los colonos, por vía de la propaganda, que una vez convertidos en asalariados, su lucha, desde el punto de vista de su nueva condición social, sí podía reportarles mejoras efectivas, tal como la rebaja de las horas de trabajo, preparándolos por la capacitación para su emancipación, expropiando de manos del capitalista la tierra y hacerla propiedad de todos”.

Si Marotta hoy viviera hubiera visto que la Federación Agraria hizo todo lo contrario a lo que él les proponía. Se alió con la Sociedad Rural, es decir, con los dueños de la tierra en el reciente lockout patronal del presente argentino.

La tierra. Los argentinos cantamos desde hace 95 años el “ved en trono a la noble igualdad”. Y los Martínez de Hoz, los Anchorena y los Luro siguen teniendo las pampas inmensas que les regaló Roca hace 130 años. Porque acaba de producirse el episodio de Tiófila Videla, puestera en el oeste pampeano, desde hace décadas y desde hace generaciones en ese lugar. Ella es criancera, en el idioma de esas llanuras. Bien, pero ahora se ha presentado el abogado Héctor de la Iglesia a reclamar su desalojo. Porque de pronto hay un dueño. Ante las protestas de Tiófila, el “comprensivo” abogado le dijo que la esperaría sesenta días y además movería sus “contactos” en la provincia para conseguirle una vivienda en otro lugar. Por el momento, la causa está parada, pero Malut, el Movimiento de Luchadores por la Tierra, va a seguir luchando para que se pare el desalojo de esa auténtica hija del campo. Porque más vale la vida y el trabajo que un papel fabricado en algún escalón burocrático. Malut ha señalado que apoyará siempre a los “pobladores ancestrales” y que los “puesteros son los legítimos pobladores de las tierras pampeanas”. Pensar que hace un siglo y medio los anarquistas surcaron los caminos al grito de “Tierra y Libertad”. Y hoy triunfan los burócratas por “contactos”.

Sí, los jornaleros de los campos gritaban “Tierra y Libertad”, y ese grito vale hoy para los seis campesinos paraguayos presos desde hace dos años en cárceles argentinas por el pedido de extradición del gobierno paraguayo. El pretexto de la Justicia argentina es que Paraguay es un “estado de derecho” y su pedido, por lo tanto, es legítimo. ¿Estado de derecho un gobierno que ha pisoteado siempre hasta los más mínimos derechos de defensa de los perseguidos políticos? Es como en tiempos de Isabel Perón, que se decía era un estado de derecho, con las Tres A. Ojalá muy pronto el nuevo presidente paraguayo Fernando Lugo, con su empuje hacia la verdadera democracia, solucione definitivamente este drama que la Justicia argentina no ha sido capaz de resolver.

El grito de “Tierra y Libertad” de los campos fue convertido en “Trabajo y Libertad” por los proletarios de las ciudades. Vayamos ahora a nuestras ciudades. En La Plata se ha producido el caso Mafissa. Los obreros de esa fábrica acaban de sufrir una represión brutal y absolutamente desmedida. Los conflictos del trabajo deben resolverse siempre en el diálogo entre partes y el Estado y la Justicia deben actuar como mediadores, pero mediadores que se preocupen principalmente por solucionar los problemas de trabajo de quienes tienen que alimentar a sus jóvenes familias. Esa debe ser la verdadera democracia. No, ante el despido repentino de personal, los obreros ocuparon la fábrica y la Justicia ordenó reprimir enviando 700 efectivos policiales –sí, tal cual, las filmaciones y fotos no nos dejan mentir–, con caballería, el grupo “Halcón”, helicópteros, tropas de asalto y toda la parafernalia. Durante 25 minutos los uniformados dispararon balazos de goma y gases lacrimógenos. Desalojaron la fábrica y se llevaron a dieciocho defensores del derecho al trabajo. Los trataron bajo condiciones humillantes: fueron a parar a calabozos en las comisarías junto a presos comunes, estuvieron más de 12 horas esposados y los llevaron a lugares de detención a cien kilómetros de sus hogares. Algunos sufrieron magulladuras. La Justicia, por supuesto, les inició juicio a los que defendían el derecho al trabajo y no a quienes ejercieron el poder del que posee el dinero. Los 18 obreros están acusados de “coacción agravada, violación a la propiedad privada y portación de armas tumberas”. Esto último es risible, porque se trató de juguetes y de una gomera que habían llevado los chicos, ya que durante la ocupación se hicieron muchas reuniones de familias enteras que acompañaron a sus padres obreros. Las familias de los despedidos no tienen ninguna entrada, de manera que han tenido que salir a trabajar las mujeres y los hijos adolescentes. Ellas se han unido y han hecho acampes frente a la casa de gobierno en La Plata. Una de ellas me dice: “Vamos a seguir luchando con nuestros maridos hasta que se haga justicia, no queremos que nuestros hijos tengan que ir a juntar cartones en este país lleno de riquezas”.

Como ciudadano argentino pediría a los responsables del Gobierno y la Justicia que nombren a una comisión de neutrales para que analice esta situación de increíble injusticia, que se elabore un informe y que se trate de defender lo que más vale en una sociedad: el derecho al trabajo. Nada más. Y que los responsables vayan pensando en que la salida más democrática es propender a las cooperativas laborales y no a la dependencia de un dueño de todo, de la propiedad y las influencias. El caso Mafissa es típico de capitalismo medieval que hay que saber contener en una democracia.

Porque hablemos del dueño de ese establecimiento petroquímico que elabora fibras sintéticas. Una empresa que contamina el ambiente. Se puede ver en el número de obreros que padecen enfermedades típicas del trabajo insalubre, y también de los muertos como consecuencia de ese trabajo. Además, hay numerosos sordos, porque no se respetan los límites legales de decibeles de los ruidos de las máquinas. ¿Y los inspectores dónde están?

Pero vayamos al dueño, el señor Jorge Curi, propietario del establecimiento. Es autor del libro ¡¡Arriba Argentina!, que es un canto de adulación increíble hacia la dictadura militar, escrito en 1977. Basta leer este párrafo donde se expresa así sobre los desaparecidos: “A los argentinos nos consta que nuestro actual gobierno ha derrotado ampliamente a la subversión y ha obligado a muchos de sus componentes a emigrar a lejanos países donde, bien pertrechados de dinero, descansan y esperan...”. En los archivos de Dipba han aparecido las actas donde esa empresa pide a la policía “la incorporación a la fábrica de tres hombres” (de los servicios) “a quienes se les abonará el salario correspondiente a fin de que se logre identificar al núcleo de personas disolventes”. Así desaparecieron trece obreros de esa empresa. Realidades argentinas: hoy, los mismos dueños han recibido la ayuda de la Justicia y la policía para reprimir el legítimo pedido de las fuerzas representativas obreras.

Después de leer estos documentos salgo a caminar, veo nuestras calles con nostalgia y tristeza. Pienso: se acerca otro Primero de Mayo, Día de los Trabajadores... En 1904 iban cantando setenta mil proletarios, por esas mismas calles, aquel himno que los llenaba de futuro:

Ven. Oh mayo, te esperan las gentes,
te saludan los trabajadores
dulce pascua de los productores,
ven y brille tu espléndido sol
de tiranos del ocio y el oro
procuremos redimir al mundo
y al unir nuestro esfuerzo profundo
lograremos al cabo vencer.

25 julio, 2010

Siempre visité a los presos políticos. Osvaldo Bayer

Alguna vez pensé en una época en que esas visitas se iban a hacer innecesarias porque imperaría un sistema de libertades, derechos y convivencias. Hace días fui otra vez a la cárcel de Devoto. Cuando entro en ella me da tristeza, melancolía y rabia.

La entrada por donde arriban los parientes de los presos, toda llena de basura y tristeza. Me imagino los versos apenados que hubiera escrito Raúl González Tuñón. Mujeres y chicos mal vestidos y con arrugas u ojos con desdicha. ¡Documentos! Cacheos, y las miradas menospreciativas de los que tienen –al parecer– la ventaja de poseer uniforme. Y las mujeres con paquetes de alimentos. Son las verdaderas víctimas de la sociedad, de esa sociedad que no deja nunca de ser autoritaria. Recuerdo cuando fui, en tiempos de Alfonsín, a visitar a los eternos presos políticos, con distintos rostros. Nunca se dice, pero el gobierno radical mantuvo presos a quienes habían sido condenados por la justicia de los desaparecedores uniformados. Una vez los fui a visitar a esa cárcel con la actriz noruega Liv Ullmann. Cuando trajeron a los presos, la bella Liv les dió a cada uno u n beso en la mejilla. Varios años después encontré en la calle a uno de esos presos políticos, quien desde lejos me señalaba su mejilla con el dedo índice a medida que se acercaba. Cuando ya estuvo frente a mí le pregunté: ¿por qué esa seña? Y él, radiante, me contestó: “el beso de Liv Ullmann”.

El sueño del preso

Como digo, hace dos días fui a la cárcel de Villa Devoto. A visitar a los presos políticos de la Legislatura. Es hasta morrocotudo decir que son presos por el Código de Convivencia. ¿Presos por convivencia? Sí. Son vendedores ambulantes, travestis y meretrices. Están presos desde julio, acusados de cargos que los pueden llevar a sufrir catorce años de prisión. Nada menos que de “coacción agravada, privación de la libertad, daños calificados, resistencia a la autoridad”. Sí, catorce años. Todos los acusados son de pobreza extrema. Por supuesto.

Son presos políticos para cualquier conocedor de la sociedad argentina. Una sociedad que no hizo nada por ellos. Al contrario: les encajó de pronto el nuevo código de convivencia y ahora el código contravencional. A vendedores de garrapiñadas, panchos, pochoclo, helados. Esos son “los verdaderos culpables de que ande mal el país”. Por eso palos, cárcel, que desaparezcan de las calles porteñas. Uno de ellos, un muchacho santiagueño, me relata: “Tenía un pequeño stand cerca de la Plaza de Mayo, vendía juguetitos y cositas para los turistas; semanalmente venía la policía que me exigía veinte pesos, y después vino la orden de radiarnos; fui a protestar a la Legislatura. Nos cagaron a palos, nos llevaron a la comisaría y de ahí a Devoto. Mi mujer se tuvo que volver a Santiago con mis dos hijitos, a vivir allá con la madre. Estoy preso desde ju lio del 2004 aquí, peor que un perro de albañal, y desde hace nueve meses no veo ni a mis hijos ni a mi mujer”. Convivencia. Rechaza él que hubiera tirado piedras. O roto puertas. Fueron los policías de civil que provocaron todo. Entre ellos estaba el gordo Laneri, que también fue el provocador de los líos de la fábrica Brukman.

Los testigos de la acusación son todos policías. El juicio lo inició el titular de la Legislatura, Santiago de Estrada, que como antecedente democrático tiene haber sido embajador de la dictadura de Videla en el Vaticano. Engendros argentinos. Pero eso sí, a los vendedores ambulantes hay que meterlos catorce años en la cárcel de la ignominia. El gran encuentro policial contra la pobreza porteña terminó con la pobreza para siempre. No hay más pobres en nuestras calles. Gracias al subinspector Ariel Alberto Romano de la comisaría 49, quien dirigió el operativo, ya se acabó la lepra en la ciudad. Esos son los métodos. Uno de los presos, que era “transformista”, me dice con tristeza: “Yo quisiera tramitar asilo político en otro país siempre que sobreviva a la violencia, a las cucarachas, a las ratas y al basural aquí en la planta 1 de la U2, la cárcel de Devoto”.

Los detenidos a los cuales no se les tiene en cuenta que salieron ese día a defender desesperadamente su “fuente de trabajo” en una sociedad egoísta y pérfida, me dejan ver con sus relatos directos y desesperados que sí tenemos todavía algo de los principios cristianos enseñados por Jesús y un resto de Etica, debemos defenderlos. Todos los organismos de Derechos Humanos deben asistirlos. No abandonarlos. Hacer la contrainvestigación. Los políticos responsables no nos pueden contestar “está en manos de la justicia”. ¿Cuál justicia, esa que deja libres a todos los grandes torturadores y aprovechados y mete presos a los más humildes, a los sin trabajo? Un tema para Dostoievski. Salgo y camino por esas calles de Dios, de detrás de los muros de la cárcel sale un alarido. Alguien que ha perdido la compostura...

* Osvaldo Bayer es escritor e historiador anarquista

10 julio, 2010

Ventanitas en la calle oscura. Osvaldo Bayer

Cabalgar sobre un caballo ciego por una calle oscura sin término. Así califiqué alguna vez a los derechos humanos en la Argentina. Ultimamente se han abierto algunas ventanitas. Como lo de la reanudación de los juicios, aunque no todos los jueces tengan la confianza de los argentinos. Y en la ciudad alemana de Bremen, el gobierno de ese Estado ha realizado en el palacio de gobierno un homenaje al gran historietista argentino Héctor Oesterheld, aquel que nos hizo imaginar todos los mundos con sus maravillosos cuentos dibujados.

El 3 de junio de 1977 es apresado por el Ejército argentino y origina una de las tragedias más grandes durante la represión de Videla. Además de él, desaparecerán para siempre sus cuatro hijas. Beatriz, de 20 años, fue secuestrada un mes más tarde por el Ejército. Diana, de 22 años, quien antes de desaparecer tuvo un niño en el Hospital Militar de Campo de Mayo, y ese niño fue robado. Al mismo tiempo fue muerto el esposo de Diana, Raúl. El 14 de diciembre de 1977 morirán su hija Estela, de 25 años, y su esposo, un año mayor que ella. La más joven de las hijas, Marina, fue secuestrada en noviembre del mismo año, estaba ya en el octavo mes de embarazo, para después desaparecer. Ni de ella ni de su hijo por nacer se obtuvo más noticias.

Tal cual. ¿Después de saberse esta tragedia ya sin calificativos, cómo es que los diputados y senadores del radicalismo pudieron votar las leyes de Obediencia Debida y Punto Final? ¿Y que Alfonsín la haya firmado? Increíble. Lo mismo que los decretos de perdón de Menem a los generales condenados en el juicio de los comandantes.

Héctor Oesterheld quedará para siempre entre nosotros porque nos hizo volar por todos los cielos con su genial “Eternauta”. Que es la que le costó la tragedia porque en su última parte, de 1976, dibujada por Francisco Solano López, la Argentina aparecía gobernada por una feroz dictadura. Además de eso, había producido el guión de Vida del Che, con dibujos de Alberto y Enrique Breccia. Pena de muerte para él y toda su familia.

El lunes pasado, el bürgermeister de Bremen, Henning Scherf, abrió su casa de gobierno para recordar al querido intelectual argentino. Justamente no sólo se lo honró como artista sino también –por razones de nostalgias– por su abuelo August von Oesterheld, conocido ciudadano de Bremen.

El burgomaestre de Bremen hizo una alegoría muy sentida sobre el autor Oesterheld e hizo hincapié expresamente en los setenta desaparecidos alemanes en la Argentina durante la dictadura militar.

El acto se inició con música clásica argentina tocada por un cuarteto. Luego habló la ex ministra de Justicia de Alemania Herta Däumler-Gmelin, quien describió en todos sus aspectos el brutal y bestial método de desaparición de personas y la falta de reacción de diversos gobiernos europeos interesados más que nada en vender armas a los militares argentinos. Comparó, por su brutalidad, a los crímenes nazis con los de los militares argentinos. Principalmente hizo hincapié en el robo de niños.

Por último, en el sentido acto, pleno de emoción, se entregó el “Premio de Solidaridad de Bremen, 2004” a la esposa de Héctor Oesterheld, Elsa, y al pastor evangélico Kuno Hauck. Este último, miembro de la Coalición contra la Impunidad de los Crímenes de la Dictadura Argentina, con sede en Nuremberg, señaló: “Aun cuando Jorge Videla y sus esbirros no puedan ser juzgados en Alemania, por negativa del gobierno argentino de extraditarlos, igual los pedidos de detención internacional contra ellos seguirán siendo una permanente intimación, porque aquí no olvidamos a las víctimas. Para nosotros la injusticia permanecerá siempre siendo una injusticia”.

Si bien el acto fue una verdadera revelación en cuánto se puede hacer por el recuerdo de las víctimas de la dictadura, faltó un detalle. No sé si los argentinos sufrimos del defecto de timidez, acomodo o el “no meterse”. Pero no concurrió el embajador argentino o un representante de jerarquía de la embajada. Como decimos, fue un acto de primera línea en la vida cultural alemana, además en una de sus más grandes ciudades. Sobre compromiso político no se puede hablar porque es un gobierno de coalición de los dos más grandes partidos alemanes. La Socialdemocracia y la Unión Demócrata-Cristiana. Mientras hablaba, un poco con ironía y otro poco con una tristeza que descubría la inexplicable ausencia, preguntó al público que llenaba por completo el gran salón si había alguien de la embajada argentina. Después de mirar todo el salón, se levantó en la última fila una mano que dijo: “Yo soy el vicecónsul”. Es decir, el representante más bajo en la categoría diplomática que ni siquiera se dignó a decir dos palabras. ¿Qué pasó, el embajador perdió el último tranvía, o prefirió ir al cine, o quedarse en casa a ver el partido de turno?

Lo ideal habría sido –y no estoy exagerando– que hubiera concurrido al acto el agregado militar argentino de nuestra embajada. Es hora de que los miembros del Ejército reconozcan los humillantes crímenes que realizó el arma y que digan abiertamente que en caso de delitos de lesa humanidad no valen la obediencia debida o el punto final. Pero no, todos los uniformados callan, como tampoco han respondido últimamente a las frases que expresó el obispo militar, monseñor Antonio Baseotto, de que al ministro de Salud Pública argentino, doctor González García, había que atarle una piedra de molino al cuello y arrojarlo al agua. En un ejército democrático se hubiera esperado una reacción en el sentido de repudiar con toda la fuerza hechos así que hablan de la impudicia de los que aman el crimen como solución a los problemas. El ministro González García tuvo una actitud de coraje civil cuando se demostró favorable a despenalizar el aborto. El tema del aborto es un tema muy serio y muy difícil. No se arregla con piedras de molino ni tirando a la gente desde los aviones. Claro, es fácil decir “yo estoy contra el aborto” o “yo estoy contra los preservativos pese al sida”, mientras hay gobiernos que han tratado a fondo ese problema –especialmente, un problema de la mujer– aprobando leyes que demuestran un respeto fundamental hacia a la vida, pero también a la vida de la madre en el mayor de los casos, apenas adolescente. Es que el llamado obispo castrense de marras es igual que aquellos de la Iglesia Católica española que apoyaron a muerte al dictador Franco, fusilador de poetas y obreros, en la lucha por la dignidad y la libertad. Además, el señor obispo militar no es quién –por la falta de experiencia de su gremio– para recomendar soluciones de la vida sexual. Elegirlo a él para defender la vida es como nombrar a Blumberg director de una cárcel para jóvenes. Ellos, los curas católicos, por su por lo menos declarada castidad, están contra el amor, contra los cuerpos, contra los hijos. Es como enseñar a la gente que todos tenemos el pecado original porque Eva se comió la manzana, que antes era un higo, pero que un antiguo cardenal a lo Ratzinger cambió las Escrituras y en vez de un higo nos puso una manzana, porque el higo, claro, tiene forma de testículo (o algo así).

Bien, aunque sea menos pecado comerse una manzana que un higo, los mitos y tabúes van apareciendo por las ventanitas de la calle interminablemente oscura. Reconquistemos, por ejemplo, la obra del querido Oesterheld, y ofrescámosla en libros, para volver a soñar. La deberían editar, como desagravio, las secretarías de Cultura del país.

01 julio, 2010

¿Al revés o al derecho? Osvaldo Bayer

¿El mundo al revés o el mundo del revés? ¿El mundo al derecho o el mundo del derecho? Es lo mismo, la cuestión es que el mundo al revés se ha convertido en el mundo del derecho. ¿Anverso o reverso? ¿Cómo? Así de simple. Veamos. Unos ejemplos, apenas. Berlusconi en Italia... que si analizamos su programa se puede sostener hasta con criterio filosófico que ha impuesto la avidez como principio moral. Y con un agregado: egoísmo como precepto. Se aseguró por ley que mientras él esté como jefe de Italia, la Justicia no lo podrá llamar a rendir cuentas. Y esto se debe a que El Matador, como lo llaman, tiene un juicio por coima y lo esperan otros dos, uno por el comercio sobre derechos de televisión y el otro, también por coima a parlamentarios.

Eso, de que la Justicia no pueda actuar mientras alguien esté en el poder, en cualquier código moral no podría existir. En Italia sí, y por voto del Parlamento. ¿Cómo? ¿Acaso el Palacio de Justicia de Roma no tiene la inscripción indiscutible “Ante la ley son todos iguales”? Bien, desde hace unos pocos días y, como dicen los pesimistas: sí, pero hay algunos más iguales que otros.

La coima ya parece ser algo común, habitual, acostumbrado. Encontremos otro término más tierno: familiar. Sí. Por ejemplo, la Justicia alemana acaba de ventilar el juicio por coimas, dineros en negro y otros “usos” en la firma Siemens. Se comprobó que en esa empresa –antes catalogada en el mundo como una de las más honestas y honradas– se emplearon dineros en forma ilegal por una suma de 1,3 mil millones de euros. No, no me equivoco, claro, hay que repetirlo varias veces para poder imaginarse algo así. Es ése, la coima, el proceder que se ha hecho costumbre entre políticos y empresarios. ¿Para qué, para que las licitaciones las gane finalmente aquel que ponga más en el sobre?

Pero ahí no se detiene la inmoralidad del sistema. La misma Siemens anunció que dejará cesantes a 18.000 empleados y obreros. Hay que economizar para abaratar los productos y poder enfrentar a China. Alemania sigue siendo el primer país exportador del mundo, pero se sabe que pasará en el 2009 al segundo lugar. China pasará a ser el campeón mundial de exportaciones en el año próximo. Pero no solamente la competencia es pagada por los de abajo, que quedan sin trabajo. Sino que en el capitalismo mundial se imponen cada vez más los millonarios sueldos de los “managers”, de los “ejecutivos”. Aquí en Alemania se está discutiendo en forma ya muy agria el “autoservicio” de los altos jefes. Los gremios han denunciado, por ejemplo, que el jefe máximo de la fábrica de autos Porsche ha ganado cien millones de euros en un año. Sí, tal cual, no es un error: cien millones de euros en un año. Lo ha denunciado el ex ministro de Economía Oskar Lafontaine en el Bundestag, acusando al gobierno de incapacidad al no poder frenar el “desvergonzado manejo del autoservicio de los managers empresarios”. La avidez como principio moral.

Pero no sólo los países ricos. Bulgaria y Rumania acaban de quedar desnudos de la total corrupción que reina en su economía, principalmente en el llamado a licitaciones. Europa los ha denunciado. Pero la pregunta que cabe es: ¿y qué pasa en el resto de Europa?

Llenaríamos páginas enteras trayendo esos casos de corrupción. Pero tal vez basta ya con lo dicho, porque vamos a la otra cara del mundo. Titulares: “Quince millones de hambrientos”. En Kenia, Africa. “Dos millones de filipinos viven en cementerios.” Es lo único que faltaba: “vivir” en cementerios. Sí. Por falta de techo, en Filipinas la gente ha tomado los cementerios y vive y duerme en los panteones o directamente sobre las losas de las tumbas de la tierra. No hay dinero para viviendas. Las autoridades les permiten eso para calmarlos y para que no salgan a protestar. Los administradores de los cementerios les cobran coimas a los pobres que llegan a vivir allí. Vida en los cementerios. Esas sí que son fantasías de la realidad. Y siempre hay algo en la vida que no se rinde. La crónica señala que los niños de esas familias que se han refugiado allí, juegan y ríen entre las residencias de los muertos.

Pero hay otras fantasías de la realidad más increíbles. Los nuevos multimillonarios rusos compran acciones de las grandes empresas europeas. Es sabido el caso de uno que hasta se ha comprado un club de fútbol de Inglaterra. Las notas sobre el lujo en Moscú de las “clases altas” proliferan en los medios europeos. Uno de los multimillonarios, Wladimir Jewtuschenkow, ha declarado diez mil millones de dólares y vive como la mayoría de los superricos en la Rubljowka-Chaussee, en residencias de un lujo increíble que no se encuentran ni en Washington ni en Londres. Y allí, por supuesto, el paraíso de compras, todos con productos de Yves Saint-Laurent y Gucci, van Cleef y Arpels, y Bulgari, y automóviles Lamborghini, Maserati y Bentley, como lo describe la investigación de Erich Follath y Matthias Schepp. En el barrio de los ricos se realizan fiestas donde se ven “escotes con diamantes en las damas y smoking y relojes pulsera Chopard en los hombres”. En la última fiesta se dio a conocer una revista de modas de 567 páginas. Entre los veinte más ricos del mundo ya hay cuatro rusos. Uno de ellos, un antiguo funcionario de la policía política, claro está. Todos están acompañados permanentemente, por guardias de empresas privadas. El escritor Wiktor Jerofejew ha dicho hace poco: “Moscú, de la mamacita de Rusia, se ha convertido en la puta de Babilonia”. Pero eso sí, políticos y empresarios concurren a la nueva iglesia cristiano-ortodoxa que ha reabierto sus puertas. Putin se confiesa con el archimandrita Tichon. Como corresponde. Moscú es la ciudad con más crímenes del mundo.

Nuestro mundo. En vez de Kant, Hegel o Mahatma Gandhi, Bush, Berlusconi y Putin, los tres votados por sus pueblos.

Pero así como hay niños que juegan en los cementerios, así también existe el mundo que no se rinde. Gestos personales, movimientos que no se conforman, jóvenes solidarios con los que cayeron por ideales. Me acuerdo de una maestra argentina que me señaló hace poco, toda contenta: “Hice quinientos kilómetros por las pampas y pude ver cuatro ombúes”. Mientras existan aún ombúes podemos tener esperanzas, me dije. El ombú, ese hijo de la tierra nuestra que cuando niños veíamos que nos seguían en todo el viaje del tren. Hoy vemos soja, soja, soja.

Y alegrías, por ejemplo, de recibir la noticia del proyecto de la diputada cordobesa Cecilia Merchan, de cambiar en nuestros billetes de cien pesos la efigie del genocida Roca por la de la heroína de nuestra independencia Juana Azurduy. Hace tres años propuse el cambio en los billetes máximos de ese general por el de un poeta. Porque me dije: ¿por qué tienen que estar en los billetes sólo personajes políticos o militares y no un poeta? Lo propuse con el fin de que se considerara que lo que más valor tiene en la vida es la poesía. Evaristo Carriego, además, un poeta que supo ver al pueblo en las calles. Pero ahora, apoyo totalmente el cambio del genocida Roca por una mujer bien de la tierra. Por fin, una mujer. Y más, una mujer que luchó de por vida por la independencia y la libertad de los hijos de la tierra y murió en la pobreza y el olvido. Por supuesto, el primero en ponerse en contra de este proyecto limpio y sin intereses creados fue el diario La Nación. Le dedicó un editorial. Claro, así como estuvo en todo momento con la Sociedad Rural en las últimas semanas, así estará siempre con el militar que ganó las tierras para esa Sociedad Rural, con el crimen de lesa humanidad : matar y quedarse con el botín. Como los bucaneros. Veamos cómo se comportan los legisladores esta vez. A ver si todavía desempata Cobos.

Un hecho que habla de nuestra ética como país y como ciudadanos: en estos últimos tiempos los gobiernos tanto de Canadá como de Australia pidieron perdón a sus pueblos originarios por los crímenes cometidos por la invasión europea. Los argentinos, nada. Y eso que fuimos los propios argentinos los que cometieron el crimen más absoluto de nuestra historia, en la llamada Campaña del Desierto de Roca.

Ojalá que cuando cobremos los sueldos nos mire desde los billetes esa madre puro coraje, que perdió a su marido y a sus cuatro hijos pero no se rindió. Montó a caballo y dijo: aquí estoy, en el combate por la verdadera libertad. Una mujer heroica. Ni al derecho ni al revés. Entera.

24 junio, 2010

No están registrados. Osvaldo Bayer

Sí, fue un verano europeo como el que se está viviendo ahora: lluvia fresca todos los días en el imparable verde que crece. Y el sol de a ratos para que no lo olvidemos. Bien, sí, así fue en 1914, el día que comenzó la Primera Guerra europea; bien, sí, así fue el día de 1939 en que comenzó la Segunda Guerra europea, apenas veinte años después de terminada aquélla, en 1918. Las interpretaciones de hoy de filósofos, de historiadores, de politólogos no es otra que: inexplicable. ¿La humanidad se volvió loca? ¿O el ser humano es loco de por sí al llenarse la cabeza con términos como “heroísmo”, la “sagrada patria”, “el honor del pueblo”? Y marcharon hacia la muerte.

Hoy ya es totalmente incomprensible. No hay ninguna ciencia que lo pueda explicar. Ni todas las variedades de la psicología, ni todas las ilusiones de la literatura. Basta esta muestra que no tiene explicación ninguna: en el osario común del cementerio de Verdún se hallan los huesos de 128.000 o 130.000 (es lo mismo) soldados muertos en esa batalla que nunca pudieron ser reconocidos. Vamos a repetir: 128.000. Vamos a contarlos uno por uno. Son los no reconocidos. Es decir, que salieron cantando desde sus ciudades, contentos con sus uniformes, con flores que les daban sus mujeres y llegaron hasta Verdún y ahí después de ser despanzurrados por los bayonetazos, o por las bombas o por las balas de ametralladora murieron en las trincheras llenas de mierda, es el último perfume que sintieron pese a que los campos estaban llenos de flores silvestres. Millones de mujeres tuvieron hijos para que después los mandaran al lugar donde morirían y jamás se los reconocería. Hasta perdieron el nombre. Los borraron por completo. Mientras las iglesias repicaban campanas, los intelectuales leían poesías encendidas de patriotismo, las mujeres trabajaban todo el día en las fábricas de armas y tenían nuevos hijos para nuevas guerras.

¡Los intelectuales! En toda Europa fueron de pronto los patriotas más encendidos. En Alemania llamaron a la guerra nada menos que Hermann Hesse, Thomas Mann, Rainer María Rilke, Hugo von Hoffmannstal, Arnold Zweig, Oskar Kokoschka, Franz Marc, Otto Dix, Alfred Döblin, Gerhard Hauptmann. Mientras tanto iban a morir en esa batalla de Verdún 335.000 alemanes y 350.000 franceses. ¿Lo repetimos? Ni uno más ni uno menos. ¿Por qué? Porque como dice Hermann Hesse en su poesía El poeta a los guerreros: “Vosotros, los que estáis allí en el frente, en las batallas, sois mis hermanos, amados por mí”. Sí, Hermann Hesse, el que leímos todos. Y Thomas Mann exigía que en la guerra, los deberes del intelectual en la guerra son: “La explicación, la santificación y la profundización de los sucesos guerreros”. Todo para que los soldados murieran en la mierda. Pero donde ya se llega al disparate: 93 intelectuales, científicos, artistas, entre ellos Max Planck, Max Reinhardt, Wilhelm Röntgen, Gerhard Hauptmann, etc., escribieron el “Llamado al mundo de la cultura: creednos, creed que nosotros llevaremos esta lucha hasta el final como un pueblo cultural, para el cual es tan santa la herencia de un Goe- the, un Beethoven, y un Kant como respeto al hogar y al paisaje patrio. Aquí estamos nosotros con nuestro nombre y nuestro honor”.

El historiador Michael Jürgs ha descrito en su trabajo Los poetas y la guerra la posición de Ernst Jünger (llamado por algunos el “Borges alemán”, mientras que otros señalaban que Borges era el “Jünger argentino”). En su libro Tormenta de acero, Jünger describe su posición en esa guerra: “Nosotros habíamos abandonado los claustros, las aulas y los talleres y nos habíamos fundido en un cuerpo grande, entusiasta. Crecimos en una época de seguridad, sentimos de pronto la necesidad de lo extraordinario, del gran peligro. Nos había abrazado la guerra como un éxtasis. La guerra debía brindarnos la grandeza, la fuerza, lo solemne. Nos pareció un hecho varonil, una especie de fiesta de caza en un prado con flores regadas con rocío de sangre. Ninguna muerte es más hermosa en este mundo”.

Sí, pero al recibir el bayonetazo en el vientre, el joven soldado de 18 años no recibía ninguna flor ni ningún rocío. Sólo la diarrea que brotaba de sus intestinos destrozados. Tampoco el fabricante de cañones, fusiles y ametralladoras recibía ni rocío ni flores pero sí una buena suma de billetes en su banco preferido. Poesía y ganancias; muerte y negocio; heroísmo y las bajezas más irrisorias de la vida de políticos, y militares e industriales bélicos.

Pero lo más patético es que veinte años después de los millones de jóvenes asesinados en los campos de batalla comenzaba una nueva guerra, aun más perversa, con bombardeos que borraban las ciudades. Ahora sí, el fuego y la sangre y la mierda llegaban a la casa de cada hogar, también en la de Ernst Jünger, sin margaritas ni rocíos.

Europa, en silencio, y con horror recuerda en agosto los noventa años de la iniciación de esa guerra sucia, perversa, cobarde, cruel: el que tiene mejor arma, gana. Cuando hoy se habla del tema hay vergüenza, no hay explicación posible. Los que ganaron y los que perdieron. Las que siempre han perdido son las mujeres: esas marchas con los niños sedientos y hambrientos, esas ciudades con todo en el suelo, esas ciudades que debieron reconstruirlas ellas. La brutalidad, la violación, la vergüenza hasta el hartazgo. Nada se aprendió. Vino la terrible representación de Hitler. Ahora empezó el Otro a imitar. Primero esa figura histriónica del Kaiser con el penacho de plumas y 155 medallas en el pecho y ahora este cowboy de salón de lustrar bombardeando ciudades y matando cada vez más niños.

Y la pregunta que cabe y alguien tiene que hacerla: y qué hicieron las mujeres, por qué aguantaron toda la estupidez y estolidez de los hombres. Más todavía, ahora ya se las empieza a usar vistiéndolas de soldados y enseñándoles también a torturar.

Tal vez ellas hubieran hecho posible o todavía pueden hacer posible aquel sueño de la paz eterna. Formando unas Naciones Unidas de Mujeres que se opusieran a toda acción bélica. En peligro de guerra, las bases se prepararían para decir no en las calles, sin grandes dificultades, en especial cuando comienza el llamado a los hijos a la movilización.
Esas Naciones Unidas de Mujeres serían convocadas –por obligación– por las Naciones Unidas actuantes. Y ahí se vería quién tiene más fuerza. Lo hemos visto últimamente en Europa cómo reaccionó la población de diversos países que salió a la calle y cubrió el cemento. Esa gente en la calle decidió la neutralidad de Alemania y de Francia. Ante el cuatrero internacional no hay otro método. Hay que cortarle la mano larga.

La socióloga alemana Ulrike Brunotte ha investigado en su libro Entre Eros y Guerra. Las uniones de hombres y su ritual el porqué del atractivo que ejerce la guerra y el llamado al combate entre los hombres. Presenta a la guerra como una experiencia deseada por la comunidad masculina de las ligas de la sociedad de hombres. Es para ellos un acontecimiento delirante, como un ritual mortuorio místico sin regreso. E investiga toda la literatura que concebía la guerra como la experiencia máxima de la masculinidad... La literatura y todas las asociaciones que enseñaban la vida dura, la aventura, los cánticos hacia la nada. Comentando este libro, Angela Gutzeit se pregunta por qué al comenzar el siglo veinte se desarrolló una imagen del Hombre que en una reflexión propia rechazaba con asco, con disgusto todo lo femenino, todo lo que fuera mezcla y democrático; para presentarse como ideal todo aquello claro como el cristal, el héroe masculino. Y dice la autora del libro que en la actualidad ha comenzado lo estólido propio de la masculinidad que está ganando en estabilidad en la política y en las actividades militares. Es justamente la pérdida de la Primera Guerra Mundial y el movimiento nazi que había unido entonces este culto de la amistad masculina que hará despreciar profundamente la democracia, el judaísmo y el feminismo. Con la pérdida de la segunda guerra se perdió todo eso, pero ahora con la autoescenificación de George W. Bush está comenzando a penetrar algo de la unión masculina ante el terrorismo de otra religión y la guerra no definida con el mundo árabe.

Es importante el estudio que hacen mujeres sobre este aspecto insoslayable del hombre y el tratar de explicarse el porqué lo atractivo irracional de la marcha indefinida del ser militar. Pero claro, pese a ese tratar de dejar al desnudo la agresión y la misión hay que seguir de cerca también el otro aspecto que ha movido siempre profundamente a todas las guerras: los intereses económicos y la agresividad de los grandes países dispuestos siempre a enseñar su moral a los países sometidos por el sistema mundial del comercio.

Los huesos de ciento treinta mil soldados de la Primera Guerra muertos en Verdún se amontonan sin nombre en ese cementerio. No pudieron ser reconocidos. Son huesos humanos anónimos. Se tendría que crear el día del soldado muerto no reconocido y respetarlo en todo el mundo. Ese es siempre el resultado final de la guerra. Tendría que marchar una columna por las calles de Washington para que le recuerden a Bush que todavía no se sabe el nombre de los soldados muertos en Verdún. Y él sigue tirando cohetes. El olvido total, la humillación eterna del ser humano. Los soldados muertos que mataron la estupidez humana y la avaricia de los del poder no están registrados.


Osvaldo Bayer
Nació en Santa Fe, Argentina, en el año 1927.
Realizó estudios de medicina y filosofía, en la UBA para luego estudiar Historia en la Universidad de Hamburgo, Alemania.

Es historiador, escritor, periodista, guionista cinematográfico, traductor y fue Profesor Honorario, titular de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Docente de la Deutsche Stiftung für Entwicklungspolitik (Fundación Alemana para el Desarrollo), en Bad Honnef, Alemania.
Fue traductor del alemán de obras de Franz Kafka, Bertolt Brecht, Karl Jaspers, Thomas Mann y otros.

Entre 1975 y 1983, debió exiliarse, al prohibirse su film "La Patagonia Rebelde" y los libros de ese mismo nombre, además del "Severino Di Giovanni". En Alemania, donde vivió todos esos años formó parte de diversos organismos de Derechos Humanos y habló en más de cien actos en Europa denunciando los métodos de la dictadura militar. En 1997 recibió el premio "Veinte años de Madres de Plaza de Mayo", que en declaraciones públicas lo ha denominado "el premio que más valora".

Declarado doctor honoris causa por las universidades patagónicas del Comahue y de la Patagonia Austral.

20 junio, 2010

José Saramago. El hombre duplicado

(...)
'Ni el propio Tertuliano Máximo Alfonso sabría decir si el sueño volvió a abrirle los misericordiosos brazos después de la revelación tremebunda que fue para él la existencia, tal vez en la misma ciudad, de un hombre que, a juzgar por la cara y por la figura en general, es su vivo retrato.
Después de comparar demoradamente la fotografía de hace cinco años con la imagen en primer plano del recepcionista, después de no haber encontrado ninguna diferencia entre ésta y aquélla, por mínima que fuese, al menos una levísima arruga que uno tuviese y al otro le faltara, Tertuliano Máximo Alfonso se dejó caer en el sofá, no en el sillón, donde no habría espacio suficiente para amparar el desmoronamiento moral de su cuerpo, y allí con la cabeza entre las manos, los nervios exhaustos, el estómago en ansias, se esforzó por organizar los pensamientos, desenredándolos del caos de emociones acumuladas desde el momento en que la memoria, velando sin que él lo sospechase tras la cortina corrida de los ojos, lo despertara sobresaltado de su primer y único sueño.
(...)
El alma humana es una caja de donde siempre puede saltar un payaso haciendonos mofas y sacandonos la lengua, pero hay ocasiones en que ese mismo payaso se limita a mirarnos por encima del borde de la caja, y si ve que, por accidente, estamos procediendo segun lo que es justo y honesto, asiente aprobadoramente con la cabeza y desaparece pensando que todavia no somos un caso perdido'.

15 junio, 2010

Valer la pena

“Entre el azar y la palabra/ nace un nombre sin nombre”, escribe Gelman. Parece una sentencia a lo Porchia, pero la frase está al final de un poema hecho de merodeos y saltos que no se resuelven con advertir la presencia de un “algo” que no alcanza a ser la palabra y tiene que ver con ella. Definitoria, en buena medida, de la tentativa de Juan Gelman, es una idea que de distintos modos indaga su último libro, asumiéndose como escritura que reflexiona sobre sí misma, pero también, y más, atiende a otra obstinación, y al interrogante que la desvela: todo aquello, inconmensurable e innombrable, que se desata en el acto de escribir, y todo lo que en ese desatarse es puesto a prueba. Nadie como Juan Gelman ha demostrado saber que los nombres no nombran. Como si esa conciencia –la de que el lenguaje padece una insuficiencia irreparable– fuera no sólo la atmósfera en medio de la cual lleva a cabo su trabajo, sino también su trabajo fuera, cada vez más, hurgar en ella. Y aunque la mejor poesía siempre trabajó esa insuficiencia, Gelman llega a ella por insistencia o tozudez. Tanto como para la historia de la literatura es importante que con Violín y otras cuestiones arrancara “la generación del ’60” o “el coloquialismo de los ’60” en la Argentina, para la poesía importan las posibilidades que se abrían con aquellos versos estremecidos, que permitieron a muchos sentir que podían escribir poesía de una manera argentina, sin forzar un argentinismo programático sino yendo a cierto trasfondo de la lengua hablada. A ese “trasfondo”, un principio básico de la voz en la escritura, Gelman no lo abandonó, aun cuando fue el primer “sesentista” que emigró del coloquialismo.

Habría, a lo largo de casi 55 años y una treintena de libros, algo que persiste, bajo recursos y temas. Cierta profunda “razón de escribir”, por la cual la poesía política de Gelman no fue una poesía que hablara de o sobre cuestiones políticas: dejó que fuera la pasión o la razón política la que se pusiera a trabajar desde la materia verbal. Así también, en vez de escribir sobre la dictadura o sobre las más dolorosas pérdidas, Gelman puso en vilo con sus desgarros y contradicciones a la palabra que no podía hablar, que no tenía cómo hablar. De ahí el aspecto “seco”, “apretado”, de su escritura actual, lo que tiene de hermetismo y la frecuencia con que se sume en una atmósfera incierta y desolada. Llegado a una edad y una trayectoria en las que los escritores suelen parodiarse a sí mismos, Gelman da la impresión de estar aprendiendo, no sin costo, a escribir, como si de poco le sirviera lo hecho. No a la manera de un “joven viejo”: sin las abismales marcas de lo vivido asolando la vigilia y el sueño, serían impensables libros como Mundar o País que fue será. Es que ésta es la poesía de alguien que, a los 80 años, tiene aprendido que a escribir nunca se aprende, y que, entre las cosas que sabe, sabe que a este saber, el de escribir, siempre se llega tarde. Por eso mismo es que –para citar el título de uno de sus libros– vale la pena.

08 junio, 2010

Huellas de Villa Crespo

A ratos pienso que la conciencia de Juan se llama Alfredito, ese amigo del barrio que en su juventud le enseñó a toda la barra a bailar el tango. Y aquí, decir “barrio” es aludir a una huella inaugural. En marzo pasado, después de caminar por Villa Crespo, Juan me decía que si hubo algo determinante en su formación, fue ese barrio que, sostenía: “Me marcó como persona y supongo que me marcó para todo lo demás”. La relación barrio-impronta puede resultar obvia, aunque cada uno la vive a su manera. Me llamó la atención que Juan, a punto de cumplir los 80, ratificara con énfasis ese espacio en tanto zona de apertura, iniciación, aprendizaje, en disciplinas varias que iban de la milonga a los dados, del billar al amor. Habría que analizar qué cosas del barrio se subieron al fraseo de su poesía: seguro una gestualidad porteña, una ironía áspera, el modo de interpelar y preguntar, más las modulaciones y locuciones populares que les dan a algunos de sus textos un aire de conversación.

En los pliegues de todo eso está Alfredito; el que le enseñó a toda la barra a caminar a ritmo de milonga, el hijo de la vendedora de pollos en el mercado, el profesor exigente que instaba a lucirse: el desafío era bailar en una baldosa –dice Juan–, “pero el único que podía hacerlo era él”. Confieso que alguna vez utilicé la metáfora –que suele deslizarse al ámbito futbolero para designar las habilidades del jugador que se mueve rápido en el área chica– para expresar una idea sobre su poesía: esa capacidad de eludir lo farragoso y resolver en apenas una baldosa. El modo en que logra condensar el abanico de sus obsesiones extractándolas en un punto que nombra como “vacío incesante”. Es justamente en ese centelleo cuando Juan, según apuntó Roque Dalton: “dice cosas para siempre”.

Seguro entre los brazos que van a saludar a Juan estarán los de Alfredito, despeinando al pasar al amigo, un fuera de serie que sigue abriendo puertas con una obra amasada entre la imaginación pródiga y la urgencia por las cosas que valen la pena. De algún modo ese Alfredito y aquel breve reticulado de calles de Villa Crespo transmiten un mandato secreto para el poeta que, día con día, “se sienta a la mesa y escribe”.

30 mayo, 2010

Larga vida a su juventud


¿Cómo perderse decir algo sobre Gelman una vez más? A los sesenta se sabe que cumplir ochenta no significa nada, la edad te la dan los otros y ante ellos uno sonríe, sonríe aceptándola mientras bracea en la inmensidad como a los veinte... pero ahora viéndola. La inmensidad de la vida en la que te levantás día a día para vivirla, y la inmensidad del poema siempre esquivo y del que no se sabe nada, viniendo o no, y frente al cual, Gelman responde como un niño ante esa realidad que llega nueva siempre. Están los que dejan de escribir, los que se repiten, y los que te sorprenden con algo no pensado antes. Estos permanecen vivos en la escritura, el poema los resucita cada vez como a un poeta que parece sin edad, y a esa clase pertenece Gelman.

El que empezó a leerlo en la década de los 60 y lo abandonó en algún tramo de su vida, que vuelva ahora, a sus últimos libros, y verá que aquel Gelman es otro. Y el que nació después, que empiece por donde quiera, lo sentirá tan contemporáneo y tan misterioso en lo que hace como a cualquiera de su edad, sin que el bronce de los premios lo haya tocado siquiera. Porque el poeta sabe eso anónimo y secreto que es el poema, sabe que sigue vivo si encuentra algo que no halló antes, si parece casi no tener los instrumentos para representarlo, y así, en esa realidad de lenguaje que es el poema, pensamiento y emoción bailan un baile nuevo. Así es Gelman a los ochenta: larga vida a su juventud...

20 mayo, 2010

La tribu de los justos

“Cuando ya ninguno de nosotros importe, los poemas de Gelman hablarán de nosotros”. Miguel Gaya, Alejandra Correa, Fabián Casas, Mario Arteca e Ignacio Uranga pertenecen a diferentes generaciones y escuelas literarias. Todos ellos reconocen la huella del maestro.

Recorridos de una herencia poética

Hace muchos años, en la pared de su primer departamento, Miguel Gaya escribió con un grueso marcador un poema de Gelman. “Ante la emergencia de abandonar un tanto precipitadamente el hogar, algo común en esa época, no quise dejarles a mis perseguidores los versos de Juan. Así que los borré rayando el revoque con un destornillador, sin advertir que los grababa en mi cuerpo. Todavía los llevo; por eso para mí Gelman no es una poética, ni es una política. Es una manera de estar en el mundo”, dice el poeta que nació en 1953 y fue miembro del grupo Onofrio de Poesía Descarnada. Alejandra Correa leyó por primera vez a Gelman hace más de 20 años. El libro en cuestión fue Interrupciones II, editado por José Luis Mangieri. “Por entonces, poco sabía de Gelman. Para mí no era un militante político exiliado, ni un escritor ‘comprometido’ como solíamos llamar a quienes escribían sobre la realidad social, ni siquiera un posible candidato a las grandes ligas. Era otro poeta en el anaquel de la biblioteca de un amigo y me acerqué a él con curiosidad de novata, como quien ni siquiera sospecha que se está embarcando en la conquista del universo del otro”, cuenta la poeta que nació en Minas (Uruguay) en 1965 y desde los tres años reside en Buenos Aires.

Correa buscaba algunas respuestas sobre su padre, un uruguayo que murió en Buenos Aires cuando ella tenía ocho años. “No puedo olvidar la sorpresa que me produjo Gelman y aquel libro que me dijo: ‘Vos no eras rengo/ Lautréamont / lo que pasó es que dejaste Uruguay / y se te cayó un pedazo que / toca el piano y no deja dormir’. En este poema que Gelman le dedica a Onetti, donde habla del uruguayo-francés Isidore Ducasse conde de Lautréamont, encontré la Gran Respuesta que, como toda gran respuesta, responde en la raíz y no en la superficie: alguien podía entender sin saber; algo podía responder sin oír la pregunta.” Para la autora de Río partido, El grito y Cuadernos de caligrafía fue la primera clase magistral sobre poesía. “Tal vez ése haya sido el inicio de un camino que intento transitar –reconoce la poeta–. No olvido, en ese mismo poema, un recordatorio que todos los que buscamos escribir poesía deberíamos tener en un lugar muy visible: ‘La poesía es de todos y de nadie, como el aire’. Para mí Gelman es ese maestro que me guió sin proponérselo cuando yo era, en un sentido, analfabeta.”

“Hubo un antes y un después de ciertos escritores confesionales, intimistas y políticos que sintieron la fuerza centrífuga de la obra de Gelman”, plantea Fabián Casas. “Por suerte, la poesía argentina no está presa de una sola sensibilidad, de una única percepción. Escribiendo junto con Gelman había muchos grandes poetas como Bignozzi, Giannuzzi, Pizarnik, Leónidas Lamborghini, Girri, Madariaga.” A los 21 años el autor de El salmón decidió viajar por América. Empezó recorriendo el norte argentino y terminó en el Amazonas. “En mi mochila, cada vez más pequeña, tenía un ejemplar de la obra poética completa que le había editado Corregidor a Gelman –cuenta el poeta y narrador–. Muchos años después, Gelman me dijo que estaba llena de erratas. Para mí, hasta las erratas eran geniales. Compré ese libro en una librería de Salta. Para comprarlo, le vendí al cuidador del camping mis botas náuticas. Lo curioso fue que, a las semanas, descubrieron que el cuidador solía robar de las carpas. ¿Por qué decidió pagarme algo que podría tranquilamente haberme robado? No sé, pero gracias a esa plata, leí a Gelman por primera vez.”

Mario Arteca, poeta platense nacido en 1960, autor de Guatambú, La impresión de un folleto y Bestiaro búlgaro, se encontró por primera vez con un poema de Gelman a principio de los ’80. Ese poema fue “María la sirvienta”, editado en la antología de Juan-Jacobo Bajarlía titulada Canto a la destrucción (Ediciones Puma). “El poema de Gelman fue un mazazo. Recuerdo cómo me desacomodó encontrar en ese texto una oxigenación del lenguaje diario. En ese poema, el lugar del poeta era un sitio perturbado por la exploración, donde se podía percibir de inmediato un sentido inverso del lirismo, al menos de ese lirismo en el cual me hallaba intoxicado por entonces, donde todo olía a Neruda. Al leer ‘María la sirvienta’, supe que lo que había estado leyendo y escribiendo era insuficiente”. El primer libro de Gelman que devoró Ignacio Uranga (Bahía Blanca, 1982) fue Cólera Buey. “Lo leía y llegaba a momentos de sensaciones físicas, de tener que levantar la mirada de la hoja y respirar hondo porque –y pienso el poema ‘Cesare’, que cierra con ‘me has enseñado a respirar’– las palabras se me venían encima; me tiraba con un mundo”, subraya el poeta, que ahora tiene ese ejemplar dedicado por Gelman. “En Cólera... encontré ‘Juguetes’ –precisa Uranga–; lo leía una y otra vez hasta que lo hice mío, al punto de poder caminar ahora diciéndome versos como donde recién traída la escopeta esperaba/ que él saliera del sueño donde estaba esperándola (...) porque qué haría la inocencia ahora que está armada/ sino causar graves desórdenes como espantar la muerte (...). Las palabras de Gelman son hachazos, pero hachazos con los filos del amor. El mismo Gelman es un hachazo al medio de la literatura.”

Gaya señala que Gelman establece sus propias reglas de relación con la lengua; reglas que permiten elegir o crear, según Borges, antecesores. “Gelman desafía a herederos y epígonos porque cada libro de Juan dinamita las reglas del anterior, aún siendo fiel a un aliento, más que a un camino. Lo que ocurre es que cuando alguien logra detener un poema, darlo vuelta y descifrarlo, Gelman ya se ha internado otra vez en la espesura, y sus voces dan cuenta de que se precipita sobre otra presa, otro fruto a morder de la lengua madre”, observa el autor de los poemarios Los poetas salvajes. “La obra de Juan es un bosque donde reina una música todavía sin nombre, encarnada en palabras reducidas al puro hueso. Los vientos que levanta su poesía han conseguido llevar consigo a innumerables personas, les ha prestado voz e identidad, y eso es lo mejor que puede pasarle a un poeta. Tal vez me atrevo a afirmar que dentro de siglos, cuando ya ninguno de nosotros importe, y el nombre de Argentina vaya a saberse a qué remite, los poemas de Gelman hablarán de nosotros”, augura el poeta.

“Gelman es una prueba de fuego para cualquiera que quiera escribir”, admite Uranga. “Hay dos cosas que me hizo ver: el encadenamiento de sonidos y el corte del verso; este hombre tiene un oído privilegiado –pondera el autor de El ella real, que se publicará en México con prólogo de Gelman–. Pero hay otras cosas, mucho más importantes que estas cuestiones. Hablo de la dignidad y la humanidad de Gelman y se me viene a la cabeza la frase ‘dolor generador de vida’. Antes miraba la escritura de Gelman y me preguntaba cómo hace; ahora lo veo claro: se necesita haber amado mucho para lograr lo que consigue. Y dentro del verbo ‘amar’, sabemos, está ‘el grano que debe morir para generar fruto’. La poesía de Gelman me enseña a amar, me tira encima un mundo.” Lo extraordinario de Gelman, reflexiona Arteca, es la manera en que se encarga de “clausurar” la década del 60 con dos libros bisagra en la literatura argentina. “Las traducciones apócrifas que cierran Cólera buey, más Los poemas de Sidney West y enseguida, allá por 1971, la aparición de Fábulas, muestran un Gelman dueño absoluto de un sistema de intervenciones de hablantes falsos, la utilización de escenarios microscópicos, catalizadores de géneros deformados por una poesía que no rehúye de los posicionamientos políticos, pero que necesita de nuevos formatos para reivindicar una revolución en la escritura –explica el poeta platense–. Rodolfo Edwards dice que Gelman “se aleja definitivamente del lenguaje de la tribu para adentrarse en la metafísica de la tribu en un ademán que mantendría hasta la actualidad”. Eso está muy bien, crear desde el ser de la tribu. Se trata de una operación estilística muy a fondo”.

Cada vez que Arteca piensa en ese mecanismo, recuerda una imagen de un poema: “Estés en mí como está la madera en el palito”. “Se trata de algo que reitera en otros textos, una suerte de condensación extrema del dolor, pero de un dolor afectivo, que es mortificante justamente porque es hondo, porque llega hasta el hueso. Pero de esa caladura, Gelman siempre extrae una idea particular de belleza. Madera en el palito. De lo general al detalle. Ese es el movimiento innovador de Gelman”, argumenta el poeta. “Gelman pensó que era mejor pivotear el lenguaje oral en la sintaxis, hasta licuarlo, después volverlo intraducible, y luego trazar con ello una nueva cosmogonía del verso”, afirma Arteca. “De esta manera, propone una poesía que supere su mera capacidad comunicativa. Allí la poesía no es vehículo, sino recurso, artefacto inficionado por la lengua. Es toda una declaración de principios y también es aquello que lo separa de la estética de los ’60 y lo promueve hacia la próxima década, en donde su trabajo será toda una formulación de encuadres frente al lenguaje y ante a la realidad imposible del lenguaje.”

El año pasado fue inolvidable para Uranga. Con El ella real recién publicado participó de un festival de poesía en Centroamérica, donde coincidió con Gelman. Le dio su primer libro con “mucha vergüenza”. A los pocos días, de vuelta en Bahía Blanca, casi se desmayó cuando se encontró con un mail de Juan en el que le decía: “¿Me pasás tu teléfono que te llamo? Porque viajo a Argentina y quiero que nos juntemos”. Y se juntaron, claro. “Ya en Buenos Aires, mientras estaba esperándolo, imaginaba que iba a bajar de un taxi o de algún auto particular. Y por ahí lo veo que sale de la boca de un subte”, revela aún sorprendido por esa aparición. “Fuimos a caminar un rato y a tomar un café. La charla fue larga; filosofamos un poco sobre si el mal es o no consustancial al hombre. Me llamó mucho la atención el humor constante que tiene, la sencillez, y las ganas de aprender. En el subte le había pasado algo que le había encantado. El subte estaba lleno y un muchacho que quería bajar le dijo: ‘Permiso, Juan’, bajó y se fue. Me lo contaba y se mataba de risa”, repasa Uranga. “Antes de irnos me agradeció que estuviera ahí y dijo que era ‘un honor’ para él. ¡Mirá la humildad que tiene!”, recuerda, aún conmovido el joven poeta. “Si estás leyendo estas palabras, Juanito querido, tres cosas: gracias por tanto, te quiero, y que te mees de la risa.”


Por Silvina Friera

15 mayo, 2010

La tribu de los justos

En su último libro, de atrasálante en su porfía (Seix Barral), asalta el sentimiento de orfandad de un par de poemas. Tal vez la orfandad, a contrapelo de lo que se cree, se intensifique con las antojadizas telarañas del tiempo. En la poesía de Gelman “cinturonea” la insuficiencia del lenguaje; la desesperación que despierta un poema, leemos en uno de sus versos, calla sabiamente entre sílabas. “También aparece la insuficiencia de la lengua y sus límites –aclara el poeta–; pero en este mundo padecemos de muchas orfandades, de una vida de verdad, sin ir más lejos”. Juan estuvo lejos de su casa mexicana. Anduvo por Lisboa para presentar la traducción al portugués de Bajo la lluvia ajena, ilustrado con aguafuertes de Carlos Alonso, publicado originalmente en 1984, pero reeditado el año pasado por Libros del Zorro Rojo. En Santiago de Compostela recibió el galardón que lo acredita como “Escritor Gallego Universal”; en Madrid asistió a la entrega del Premio Cervantes otorgado al mexicano José Emilio Pacheco, a quien se le cayeron los pantalones, casi hasta la altura de las rodillas, al ingresar al Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares. Gelman dio una charla en esa universidad a diez años de la muerte del poeta español José Angel Valente.

“¿A proceso por su intento de juzgar crímenes de lesa humanidad?”, escribió el poeta en un artículo publicado por el diario español El País, en el que expresa su estupor por el auto del Tribunal Supremo de España para juzgar al juez Baltasar Garzón, el único juez ante quien se podía denunciar la desaparición y muerte de familiares. “No había otro en el mundo dispuesto a escuchar el relato de los crímenes cometidos por la dictadura argentina”, recuerda Gelman, que se reunió por primera vez con el magistrado español en 1997. Tras años de investigación, el poeta localizó en marzo de 2000 a su nieta Macarena. A Garzón lo volvió a ver en 2000, en esa ocasión para querellar a los represores de la dictadura uruguaya que asesinaron a la nuera de Gelman y le robaron a Macarena. La esperanza de justicia está marchita; la fábrica que produce masivamente miedos y olvidos está trabajando a gran escala, esquivando fronteras, avasallando la memoria de centenares de miles de familiares. “En la Argentina hay jueces que violan el derecho de gentes, el derecho humanitario internacional, la moral y la ética más corrientes”, advierte el poeta. “Pero Garzón no pertenece a esa tribu y que lo juzguen por hacer justicia, no se entiende.” Del derecho y del revés, el asunto esquiva las hilachas de la comprensión. “No lo entendemos en América latina, tampoco en otras partes del mundo”, agrega.

En el discurso de aceptación del Premio Cervantes, Juan alertó sobre la equivocación de quienes afirman que “no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas”. ¿Por qué a través de los grandes medios de comunicación se está volviendo a proclamar esta retórica de “reconciliación”? ¿Se aprendió algo de la experiencia del horror de la dictadura o al poner en duda la demanda de justicia la sensación es que “todavía estamos en pañales”? “Se podría pensar en un retroceso de la lucha por la demanda de justicia, un vacío que permite la prédica de la reconciliación a la que contribuyen en la práctica ciertos jueces que todos conocemos. O en una fatiga de quienes insisten en esa demanda, o en los más de 30 años transcurridos, o en el acoso de los grandes medios al gobierno nacional. Pero no es una lucha que asumió la mayoría de la sociedad argentina. Nunca”, plantea el poeta.

La persecución del nombre

“El que siempre me revisa el ser/ es otro, disperso/, extraño. Dicta su lección/ en una calle por donde nunca pasé (...)”, se lee en el poema “Sentirlo mucho” de su último libro. El proceso poético, afirma Juan, es comparable a experiencias místicas porque, en él, “el individuo sale de sí mismo”. Pero Gelman sabe también que hay que internarse “en uno mismo” para limpiar mucha maleza hasta “llegar a la posibilidad de una expresión más verdadera de uno mismo y del mundo”. La infancia, ese tren con un solo pasajero, arremete con recuerdos que lo visitan con mayor persistencia en este último tiempo. Enumera despacio, tranquilo, esas “apariciones” de la primera infancia: “la calle Canning/Scalabrini Ortiz de tierra, el lechero con una vaca, la multitud del entierro de Gardel que pasó por la esquina de mi casa, las peleas con mi hermana, el cariño de mi hermano mayor, la juntada de papel plateado de los chocolates y los paquetes de cigarrillos para ayudar a los republicanos españoles, cuando peinaba el cabello de mi madre, azul de puro negro, los silencios de mi padre, el fútbol en la calle con una pelota de papel atado con cordones y eludiendo a los tranvías, en fin, un montón de cosas”. Y aclara: “No busco esos recuerdos, aparecen por su cuenta a veces”.

Si “cada libro es obediencia a una obsesión particular que buscaba agotarse”, Gelman revuelve sin cesar hasta que tiembla la lengua, el verso, la sintaxis, las certezas sobre lo que opera en su poesía, como si tuviera siempre un conejo para sacar de su galera para “hermosear” el abismo. O un resto por donde rumbear a la intemperie. Tal vez las esquirlas que deja de ese temblor estén postuladas en “Restos”: “Cuando la lengua se olvida del lenguaje/ asoman los restos nocturnos./¿Qué hace ahí la palabra/ arrastrada a pensar los siglos tristes?”. “La obsesión es la misma: la persecución del nombre que no tiene nombre”, subraya Juan, con la fortaleza del cuello inclinado “sobre los desgarrones de uno mismo”. No debería asombrar que el poeta, cuando se estaba arrimando a los ochenta, afirmara en “Raro raro”: “Extraña es la poesía./Un poema que empieza con/ las cláusulas del día sigue/ en lo que no se ve”.

Fantasmas

La lengua no alcanza a decir su trabajo. El poeta sabe que tropieza con la misma piedra. Lo aprendido no sirve; escribe en la noche y muere en cada renglón, en cada instante. Los obstáculos, lejos de paralizarlo, son el pan de cada día, un estímulo para lidiar con los fantasmas. Gelman encontró en la poesía una manera de vivir. “Poesía, apurémonos antes/ de que la oscuridad sea completa”, interpela con urgencia a sus compañeros de ruta en un verso reciente. Sin embargo, Juan no se hunde en un nihilismo sin fondo. El poeta dice que “encuentra algo de luz, si la encuentra en sí mismo, un largo trabajo”, menuda búsqueda que emprendió, cabe recordar, hace más de cincuenta años. “Los neologismos nacen de una necesidad expresiva y de ninguna otra cosa, y menos de la voluntad”, explica Gelman. “La evolución que encuentro en relación a poemas anteriores es que cada vez uso menos los neologismos”, añade. ¿Qué fantasmas, parafraseando a Juan, vuelven a la lengua en un sollozo mudo? “Los compañeros muertos, la injusticia social, la miseria, los niños menores de cinco años que mueren de enfermedades curables, felicidades perdidas y más”, señala el poeta ese inventario de fantasmas que regresan.

El único pergamino que le faltaría recibir es el Premio Nobel de Literatura. ¿Piensa en el Nobel de vez en cuando? Sí, responde. “Pienso en los que lo recibieron inmerecidamente y en los que merecían y no lo recibieron, como Borges.” No sabe Juan por qué se reitera en su último libro el concepto de tartamudeo y balbuceo. “Tal vez mis poemas sean tartamudos”, ironiza. ¡Salud a Juan, el entrañable poeta que hermosea la vida!

Por Silvina Friera

09 mayo, 2010

James Matthew Barrie

La fama de James Barrie está ligada a su personaje Peter Pan,
con el que acertó a dar vida literaria a las pulsiones y anhelos
de retorno a la infancia que la mayoría de las personas llevan dentro.

Nacido en el año 1860, es de familia de artesanos de escasos recursos, tuvo una infancia infeliz. Tras la muerte de un hermano, cuando él contaba apenas seis años de edad, cambió la vida familiar pues su madre, se convirtió en una persona desequilibrada, autoritaria e inflexible, cuya influencia y recuerdo pesó sobre James durante el resto de su vida.

Tras estudiar en la Universidad de Edimburgo y trabajar durante dos años como periodista, se trasladó a Londres, atraído por el brillo de sus círculos culturales.

Empezó a escribir en la infancia relatos, tomando de sus propias vivencias como tema, y en 1883, Barrie entra en el diario de Nottingham.

Como novelista Barrie debutó con una historia de misterio llamado “Better Dead” (1887), seguida de “Auld Licht Idylls” (1888), el primer libro de éxito del autor escocés, y “When a man’s single” (1888).
Posteriormente publicó los libros de relatos “A window in thrums” (1889) y “My lady nicotine” (1890), la novela romántica “El pequeño ministro” (1891), “Margaret Ogilvy” (1896), título biográfico dedicado a su madre, la novela “El sentimental Tommy” (1896), la secuela de ésta, “Tommy y Grizel” (1900).

El nombre de Peter fue tomado del niño Peter Llewellyn Davies, uno de los hermanos de la familia Llewellyn Davies, con quien Barrie entabló una estrecha amistad tras conocerse en 1898 en los jardines de Kensington.

Sylvia, la madre de los niños a los que Barrie visitaba para contarle historias, era hija del novelista George Du Maurier.
Sylvia y los hermanos Llewellyn Davies, quienes perdieron a su padre Arthur en 1907, también le inspiraron la novela “El pequeño pájaro blanco” (1902).

En 1900 dió al teatro sus obras más auténticas ( El admirable Crichton ; Calle del gran mundo ). Con él aparecía manifestado en delicados matices uno de los tonos más constantes del espíritu inglés: la melancolía nostálgica en forma de "humour", quizás el único sentimiento original del teatro de Barrie, por lo demás bastante ecléctico (procedía tanto de Gilbert y Wilde como de Shaw, Maeterlinck y los rusos).

“Peter Pan” conocio varias secuelas, como “Peter Pan en los jardines de Kensington” (1906), que incluía capítulos de “El pequeño pájaro blanco”, y “Peter Pan y Wendy” (1911), versión novelada de la obra teatral.
Otras de sus obras teatrales, menos conocidas para el gran público pero meritorias, son “Josephine” (1906), “Punch” (1906), “Lo que saben todas las mujeres” (1908), “The Twelve-Pound Look” (1910), “Un beso para Cenicienta” (1916), “Querido Bruto” (1917), “A well remembered voice” (1918), “Mary Rose” (1920), “Shall we join the ladies” (1921) o “David” (1936), su última obra de teatro.
“Farewell, Miss Julie Logan” (1931) había sido su última novela.

Famoso, honrado por todos -en el año 1937, la entonces princesita Margaret, le pidió como regalo de cumpleaños, un cuento escrito para ella, pero a él le sorprendió antes la muerte-, sir James Barrie ha pasado a la historia de la literatura infantil como uno de sus autores más afortunados y de cuyo cuento se han realizado varias versiones llevadas al cine -una existe, muda, que es una auténtica maravilla-, Disney y Spielberg, mucho después, también han rendido su homenaje al niño que no quiso crecer, es decir, al propio Barrie cuya frase más representativa es esta: "nada pasa, después de los 12 años, que importe mucho".

05 mayo, 2010

“No busco los recuerdos, a veces aparecen por su cuenta”

Juan Gelman, el autor de Violín y otras cuestiones afirma que en el proceso poético “el individuo sale de sí mismo”. Pero señala que hay que internarse “en uno mismo” para limpiar mucha maleza hasta “llegar a la posibilidad de una expresión más verdadera de uno mismo y del mundo”.

El tiempo psicológico de algunos lectores es un raro animal que no se mueve. Está inerte –o eso parece– con la memoria surfeando sobre un puñado de textos vivos que, curiosamente, metabolizan al escritor congelando su ciclo vital. El autor, para estos lectores, sufre una especie de “síndrome de Peter Pan”, la persona que nunca crece. La edad estancada o imperceptible se desplaza entonces a los arrabales del ser. Importa poco o nada. Se sustrae de lo real, o al menos de la realidad de esos lectores. Pero de pronto llega una noticia, la de un cumpleaños, y algunos se quedan boquiabiertos cuando advierten los kilates del número. O con los ojos como platos perfectos. Redondos, ante un número redondo. Juan Gelman cumple hoy 80 años. Aunque algunos se resistan a creerlo, el tiempo pasa. Quizás aliente, sin querer, ese ateísmo cronológico el propio poeta, cuyo rostro revela muchos menos años que lo que se espera encontrar cuando se escucha el peso de la palabra “octogenario”.

El “pibe taquito”, apodo con el que se lo conoció por los picados que jugaba en el barrio de Villa Crespo, Juan a secas a Juanito –orgulloso hincha de Atlanta–, está averiguando, por esa manía que tiene la edad de golpear a su puerta, de qué se trata tener 80. En México, donde reside, va a festejar junto a su mujer Mara y a su nieta Macarena “como se dé”, confiesa Gelman, recién llegado de un largo viaje por Lisboa, Galicia y Madrid. Esa voz indomable y compañera le resta importancia al asunto de la fiesta. Rehúye las pompas, los fuegos de artificio, la solemnidad. Pero sabe que muchas copas imaginarias de lectores, amigos y tantos hijos espirituales que supo cosechar se alzarán en el mundo entero para brindar por el poeta argentino más querido y reconocido, quien sigue escribiendo, a pesar de que “la señora” –la poesía– solicitada por muchos pretendientes, no lo visite todos los días. No puede ni invocarla ni convocarla. Ella llega cuando quiere.