Siempre me gusta repetir una frase que he comprobado que se hace
realidad a través del tiempo. A veces tarda años, siglos, pero
finalmente la ética en la Historia da su última palabra, es el juicio
final que queda para siempre. En la Argentina lo estamos comprobando en
el caso de los dictadores de la desaparición de personas. Y, al mismo
tiempo, la Historia está dejando al desnudo a una figura tenida casi
como nuestro héroe máximo (ver el tamaño de nuestros monumentos, por
ejemplo). En este aspecto me refiero a cómo los historiadores, los
docentes y muchos sectores de la población han reaccionado contra Julio
Argentino Roca y han empezado a dudar de los valores absolutos que se
adjudicaron siempre a un Sarmiento, a un Mitre y a otros protagonistas
de aquel período del denominado “progreso” argentino.
Bastaría,
por ejemplo, describir el acto que se acaba de realizar en el Teatro
Español de Santa Rosa, La Pampa. Estuvo presente hasta el propio
intendente de la ciudad, Luis Larrañaga, y hablaron representantes de
todas las etnias indígenas de esa región. Pude participar para leer
algunos documentos que lo dicen todo: que la denominada Campaña del
Desierto fue un verdadero genocidio que desgraciadamente cometieron los
propios argentinos con los habitantes originarios de estas extensas
tierras. Campaña que se hizo con la co-financiación de la Sociedad Rural
Argentina y que al final terminó con la entrega de 40 millones de
hectáreas a estancieros de esa entidad. Esto por supuesto causó la
muerte de miles de habitantes de nuestras pampas. Además, un hecho que
manchará para siempre la figura de Roca y la del presidente Nicolás
Avellaneda es que con esa campaña se restableció la esclavitud en la
Argentina (eliminada por esos patriotas de la Asamblea del año XIII),
esclavizando no sólo a los hombres indígenas, sino también a sus mujeres
y a sus niños, a los cuales se los entregó a familias de Buenos Aires
como “mandaderos”.
Los argentinos, pues, fuimos capaces de esa
infamia que habían establecido los conquistadores españoles en las
distintas formas esclavizantes: encomienda, mita, yanaconazgo, etcétera.
Occidentales y cristianos.
En el acto pampeano, territorio parte
de la campaña de exterminio de Roca, se propuso que la avenida Roca,
continuación de la misma avenida llamada San Martín en sus comienzos,
pasara a llamarse en todo su trayectoria con el nombre de nuestro
Libertador. Pero claro, siempre hay una oveja negra en el rebaño. Fuera
del acto, el viceintendente Angel Baraybar hizo declaraciones contrarias
con los argumentos falsos de siempre. Dijo que Roca no fue autor de un
“exterminio”, porque todavía “hay indios”. Una cuestión de léxico para
el señor “representante del pueblo”. Como si no fuera lo mismo matar a
15 mil personas que a 20 mil. Como sostienen algunos: “Hitler no mató a 6
millones de judíos, fueron sólo 2 millones”. O como sostienen otros:
“Los turcos no mataron a más de un millón de armenios, sólo a 60 mil”.
Como si no fueran los mismos crímenes matar a 2 mil o a 10 mil. Además,
sostuvo el estúpido argumento de que “los mapuches no eran argentinos,
eran indios chilenos”. Señor Baraybar: los pueblos originarios no tenían
“fronteras”, son etnias, no tenían marcados límites con murallas o con
hitos vigilados por miles de uniformados en la irracional tarea de
cuidar “esto que es mío”. No eran ni argentinos, ni chilenos, ni
bolivianos, eran etnias distintas. Además, señala que a Roca le debemos
la frontera definitiva con Chile. No, Roca habría sido un héroe racional
si hubiera cumplido con el sueño de aquel gran libertador, Bolívar: los
Estados Unidos Latinoamericanos, y no estar divididos con fronteras
totalmente artificiales. Para qué fronteras. Para darles una tarea a los
ejércitos, ya que en vez de las armas entre los pueblos debería existir
sólo la mano abierta.
Pero el egoísmo, el ansia de posesión, la
muerte del otro como medio de lograr honores no pasan a la historia
definitiva. Sólo aquellos que tratan de cumplir con los principios de
Igualdad, Libertad, Fraternidad son los que pasan a la Historia
definitiva. Y esto quedó claro en el acto de Santa Rosa, cuando hablaron
con el mismo objetivo representantes de diversas organizaciones étnicas
y nosotros, los que “bajamos de los barcos” y que somos argentinos
tanto como los que pueblan estas tierras hace miles de años.
Y
así, día tras día, se van sucediendo los actos en todo el país de los
que desean terminar con el racismo oculto y no dar razón a los que
finalmente se quedaron con la generosa tierra gaucha y le pusieron
alambrados para decir “esto es mío, mío, mío”. Por ejemplo, el acto que
se llevó a cabo en la ciudad bonaerense de Coronel Rauch, que lleva el
nombre de ese despreciable militar y mercenario europeo contratado por
Rivadavia para “exterminar a los indios ranqueles”, como dice el decreto
de ese primer presidente argentino. Fue un acto vibrante, pleno de
docentes, padres, madres, jóvenes, empleados, obreros, hombres de los
sindicatos, es decir, gente de pueblo. Todos quieren vivir en una ciudad
que no tenga el nombre de un mercenario asesino sino de alguien que
dejó para siempre señales de respeto a la vida y a la naturaleza y luchó
por el bienestar de todos y de la cultura. ¿Por qué hay ciudades y
pueblos en la llanura bonaerense que tienen nombres de los oficiales de
Roca y no poseen los hermosos y poéticos nombres con que los pueblos
originarios denominaban esas regiones, lagos y ríos? ¿No es más bello el
nombre de Nahuel Huapi, para un lago, que lago Perito Moreno, lago
Roca, lago Gutiérrez o lago Fagnano, como fueron bautizados por aquellos
que fueron beneficiados por la llamada Campaña del Desierto? Por
supuesto, en la Argentina dominan nombres de militares, de presidentes,
de curas o de dueños de la tierra. Y no la ética, la poesía, la música
de la naturaleza como principio fundamental de la vida, sino los cargos,
la devoción ante los que mandan. En la iglesia central de Bariloche,
una ventana tiene la figura vitral del general Roca, y en otra, la del
presidente Avellaneda, el mandatario que aprobó la campaña genocida “del
Desierto”, de Roca. Está todo dicho. El genocida y su aliado civil como
ejemplos a seguir, en la Casa de Dios.
Pero no sólo el pasado
histórico está siendo revisado sobre el comportamiento ético de sus
personajes, sino también nuestra historia más reciente. En el colegio
secundario Julio Argentino Roca –sí, tal cual, en el barrio capitalino
de Belgrano R– se recordó a los 18 estudiantes desaparecidos por la
última dictadura militar. Fue muy emocionante. Al comenzar el acto,
alumnos pasaron al frente con los retratos de esos jóvenes luchadores
por un país igualitario. Los “desaparecieron” las bestias uniformadas y
sus secuaces civiles, los torturaron bestialmente, los arrojaron vivos
desde aviones al mar. Y ahí están ahora, aplaudidos por todos. Hablaron
docentes, el presidente del Instituto para la Memoria, alumnos y
escritores. Y uno de ellos puso el dedo en la llaga. Dijo que cómo ese
colegio podía llamarse Roca, el desaparecedor de los pueblos
originarios, y su retrato colgado en las paredes junto a los de los
alumnos desaparecidos. Ironía macabra del destino. Ese vergonzoso actuar
de los genuflexos que premiaron a un genocida todavía es aceptado por
los que afirman que “en Historia hay que mirar para adelante”, como dice
el señor Macri, cuando la ética nos enseña que hay que aprender de la
Historia para jamás volver a cometer errores tan oprobiosos. Pero, a
pesar de los que la niegan, vemos que, finalmente, la ética siempre
triunfa.