22 noviembre, 2015

"Rayuela": para leer más de una vez



Ángel Gustavo Infante: "Quedé deslumbrado por el juego del conocimiento"

Cuando salió Rayuela yo tenía tres años. La leí por primera vez 15 años después, a mis 18, y quedé deslumbrado por el conocimiento, el juego (o el juego del conocimiento) y por la posibilidad de combinar los capítulos a mi antojo (y al antojo del autor, claro) para hacer nuevas lecturas y contribuir a hacer varias novelas dentro de una novela interminable. La releí hace 10 años. Me detuve especialmente en el episodio del puente de tablones entre las dos ventanas cuando ya Oliveira está "del lado de acá" y necesita cebar mate para intentar una siesta en una tarde calurosa de Buenos Aires. Horacio vive en un tercer piso frente a Manú y Talita Traveler de quienes los separa el espacio que abajo hace lo ancho de la calle y sus aceras. Ellos tienen la yerba pero en ninguno de los dos edificios hay ascensor y nadie quiere bajar, subir y devolverse; de modo que inventan un puente entre ambas ventanas al que sube Talita en bata de baño -para disfrute de unos niños que la miran absortos desde abajo- y mientras avanza en el vacío juega con Horacio a las preguntas-balanza que ambos han inventado a partir de sus visitas al cementerio: el diccionario de la Real Academia. Una delicia

Antonio López Ortega: "No se puede escribir igual después de 'Rayuela'".

Más que un libro, Rayuela es un hito generacional. He debido de leerla en 1973, cuando ya para entonces Cortázar era uno de nuestros autores de cabecera (...). La lectura de Rayuela permite comulgar con un concepto profundo de la vida. Estos personajes tienen los sentidos abiertos, son unos perfectos inconformes y siempre están a la búsqueda de algo. Exponen sus propias costuras y señalan sus aciertos. Hay más de un novelista que siente que Rayuela ha envejecido, cuando lo que ha envejecido es el sentido de búsqueda y transformación de la novela. ¿Desde cuándo la novela dejó de ser vanguardia expresiva? La novela moderna es un género proteico, que se reinventa a sí mismo, superándose cada vez.Rayuela es una de las novelas más vanguardistas de todos los tiempos, al punto de dilatar los efectos del fondo (la historia que se narra) en el altar de la forma. No se puede escribir igual después de Rayuela (...). Cortázar ha partido en dos a la familia iberoamericana: por un lado, adeptos al experimentalismo formal; por el otro, seguidores de temas y tópicos.

Luz Marina Cruz: "La abandoné en varias oportunidades"

Conocí al autor argentino a través de Continuidad de los parques, relato que me llevó a seguir su obra y su itinerario vital. En su caso, el escritor y el hombre habitan un mismo universo poblado de obstinados perseguidores que estudian la realidad no en las leyes, sino en las excepciones a dichas leyes.

Mis acercamientos a Rayuela no fueron placenteros: insistía en hacerlo de la forma corriente. En esa época pertenecía al grupo de los "famas" y me negaba a leer de manera fragmentada. La abandoné en varias oportunidades y sólo cuando me transformé en "cronopio" pude gozar de su lectura. Ahora me descubro abriéndola en cualquier capítulo, como éste en el que Morelli describe al inconformista: "No es misántropo, pero sólo acepta de hombres y mujeres la parte que no ha sido plastificada por la superestructura social; el mismo tiene medio cuerpo metido en el molde y lo sabe, pero ese saber es activo y no la resignación del que marca el paso. Con su mano libre se abofetea la cara la mayor parte del día, y en los momentos libres la de los demás... ".

Luis Moreno Villamediana: "Habría que sacarla de Facebook"

Leí Rayuela a los 17 años. Lo hice dos veces seguidas: primero del modo "normal", y luego como indica el tablero de la novela. Estaba metido en ese libro cuando murió Cortázar. Por autores como él, en esa época no creía en el azar, de modo que la coincidencia me pareció a la vez providencial y triste. Gracias a ese volumen me sentí predestinado al budismo, a la lectura profusa, un poco al juego -no es de extrañar, soy virgo como Julio Cortázar-. Con el tiempo renuncié al nirvana, pero no al resto. Lo mejor de Rayuela es que nos hace inmunes a su beatificación: no es un museo ni un fósil ecuménico. Sí, Horacio es un imbécil y la Maga una boba, pero la obra es más que su interacción. Literatura potenciada y problema, Rayuela es un manual de infracciones, no un repertorio de malos grafitis. Hoy se apela a su cursilería para renegar de ella, en vez de recurrir a su noción de riesgo para leerla. Habría que sacarla de muros de Facebook y ponerla otra vez entre las manos.

Edilio Peña: "La leí con una adolescencia enamorada"

Julio Cortázar creó una manera de narrar, aquella que valora a los escurridizos instantes de la vida, pero por igual sus vacíos, donde no hay puentes que unan las orillas. Rayuela abolió la estructura tradicional de la novela, pero no con la rigidez técnica de James Joyce con la que construyó el Ulises, sino con la fluidez sensual de la música de un saxofonista. Rayuela no se estructura con capítulos, pero sí con fragmentos que fulguran en la mirada cautiva. Imágenes que no se agotan en la significación porque apuestan a ser experiencia sensorial, plástica y musical. Sus personajes no corresponden al diseño del carácter explorado por la psicología. Una mano colgando en el vacío, dos bocas encontrándose en la profundidad del beso, alcanzan a ser la esencia del personaje, pero sin la identidad forzada que ata el nombre. Herencia que quizá copia el hallazgo fragmental del cubismo. Rayuela puede leerse por donde el arbitrario entusiasmo del lector lo decida. Yo la leí con una adolescencia enamorada.

José Napoleón Oropeza: "'Rayuela' está siendo escrita para siempre"

Recuerdo que leí Rayuela, por vez primera, a comienzos de febrero de 1968. Eran los años del gran apogeo del Boom de la Novela Latinoamericana. Rayuela, novela que he leído innumerables veces, siempre en libro nuevo, como lo hago siempre, para no reencontrarme con mis subrayados de lecturas anteriores, ha sido y será, ahora y siempre, uno de los libros de lectura de los próximos mil años. La novela nos sorprendió con su forma: un cruce de hallazgos y fundidos literarios en cada frase, junto a la noción de un tiempo totalmente descoyuntado (...). ¿Por qué será una lectura para los próximos mil años? Porque nace y crece de un fragmento a otro, de la inventiva lúdica de un lector que se aventura a crear su propio espejo. Los próximos mil años pertenecen a Rayuela y su juego intermitente o en línea recta. Los lectores no querrán nunca concluir su lectura (...). Rayuela, en tres palabras, está siendo escrita, para siempre, por un niño que juega. Escritor y lector crean la sangre y los huesos en la historia de un niño que nunca terminará de jugar.
  
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DANIEL FERMÍN |  EL UNIVERSAL

16 noviembre, 2015

JOSÉ SARAMAGO


"Las tres enfermedades del hombre actual son la incomunicación, la revolución tecnológica y su vida centrada en su triunfo personal.
El poder lo contamina todo, es tóxico. Es posible mantener la pureza de los principios mientras estás alejado del poder. Pero necesitamos llegar al poder para poner en práctica nuestras convicciones. Y ahí la cosa se derrumba, cuando nuestras convicciones se enturbian con la suciedad del poder"

José Saramago
-16 de noviembre de 1922 - 8 de junio de 2010-

11 noviembre, 2015

Rodolfo Walsh


    
Me llaman Rodolfo Walsh. Cuando chico, ese nombre no terminaba de convencerme: pensaba que no me serviría, por ejemplo, para ser presidente de la República. Mucho después descubrí que podía pronunciarse como dos yambos aliterados (1), y eso me gustó.

Nací en Choele-Choel, que quiere decir "corazón de palo". Me ha sido reprochado por varias mujeres.

Mi vocación se despertó tempranamente: a los ocho años decidí ser aviador. Por una de esas confusiones, el que la cumplió fue mi hermano. Supongo que a partir de ahí me quedé sin vocación y tuve muchos oficios. El más espectacular: limpiador de ventanas; el más humillante: lavacopas; el más burgués: comerciante de antigüedades; el más secreto: criptógrafo en Cuba.

Mi padre era mayordomo de estancia, un transculturado al que los peones mestizos de Río Negro llamaban Huelche. Tuvo tercer grado, pero sabía bolear avestruces y dejar el molde en la cancha de bochas. Su coraje físico sigue pareciéndome casi mitológico. Hablaba con los caballos. Uno lo mató, en 1947, y otro nos dejó como única herencia. Este se llamaba "Mar Negro", y marcaba dieciséis segundos en los trescientos: mucho caballo para ese campo. Pero esta ya era zona de la desgracia, provincia de Buenos Aires.

Tengo una hermana monja y dos hijas laicas.
Mi madre vivió en medio de cosas que no amaba: el campo, la pobreza. En su implacable resistencia resultó más valerosa, y durable, que mi padre. El mayor disgusto que le causo es no haber terminado mi profesorado en letras.

Mis primeros esfuerzos literarios fueron satíricos, cuartetas alusivas a maestros y celadores de sexto grado. Cuando a los diecisiete años dejé el Nacional y entré en una oficina, la inspiración seguía viva, pero había perfeccionado el método: ahora armaba sigilosos acrósticos.

La idea más perturbadora de mi adolescencia fue ese chiste idiota de Rilke: Si usted piensa que puede vivir sin escribir, no debe escribir. Mi noviazgo con una muchacha que escribía incomparablemente mejor que yo me redujo a silencio durante cinco años. Mi primer libro fueron tres novelas cortas en el género policial, del que hoy abomino. Lo hice en un mes, sin pensar en la literatura, aunque sí en la diversión y el dinero.

Me callé durante cuatro años más, porque no me consideraba a la altura de nadie. Operación masacre cambió mi vida. Haciéndola, comprendí que, además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior. Me fui a Cuba, asistí al nacimiento de un orden nuevo, contradictorio, a veces épico, a veces fastidioso. Volví, completé un nuevo silencio de seis años. En 1964 decidí que de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía. Pero no veo en eso una determinación mística. En realidad, he sido traído y llevado por los tiempos; podría haber sido cualquier cosa, aun ahora hay momentos en que me siento disponible para cualquier aventura, para empezar de nuevo, como tantas veces.

En la hipótesis de seguir escribiendo, lo que más necesito es una cuota generosa de tiempo. Soy lento, he tardado quince años en pasar del mero nacionalismo a la izquierda; lustros en aprender a armar un cuento, a sentir la respiración de un texto; sé que me falta mucho para poder decir instantáneamente lo que quiero, en su forma óptima; pienso que la literatura es, entre otras cosas, un avance laborioso a través de la propia estupidez.

(1) Unidad métrica compuesta por una sílaba breve (sin acento) y una larga (acentuada).
Así, habría que leer Rodólf Fowólsh.


Rodolfo Walsh
Ese hombre y otros papeles personales (1995)